Amor eterno

~Capítulo 7~

A la mañana siguiente se levantó tarde, había tenido un sueño inquieto con el marqués de Winchester. 

Estaba segura de que estaba dándole más importancia de la que en realidad tenía, pero es que había algo que le atraía de él, de eso no había duda.

Una vez que terminó de vestirse con desgana, y se sostuviese su cabello en lo alto con horquillas, bajó a almorzar. 

Cuando llegó al comedor lo encontró vacío. Su padre había salido a una reunión de negocios, y su madre había ido de compras con Lucy. Era mejor así, no tenía ánimos de entablar conversación con nadie, así que se sentó a la mesa y empezó a comer. 

Al terminar de almorzar, su ánimo aún no había mejorado. Miró por a través de una ventana y vio el buen clima que hacía, así que decidió ir por su capelina, tomar unos guantes, unas tijeras de podar y se encaminó al jardín. 

Al llegar junto a uno de los canteros llenos de pensamientos y lilas, se sentó en el suelo con las piernas encogidas y comenzó a sacar las malas hierbas y a cortar aquellas hojas que estaban secas, quizás entre la jardinería y poniendo un poco de empeño podría mejorar su ánimo. 

Ya estaba por terminar con la tarea, cuando Anna sintió la voz de su madre llamándola.

-¿Anna? -preguntó su madre saliendo por la puerta del costado de la casa.

-Aquí, en el rosedal. -Contestó Anna, mientras se sacaba los guantes llenos de tierra e iba de camino a encontrarse con ella.

-Ha, te has levantado. -Dijo su madre- No quise despertarte por qué ayer cuando llegamos te vi algo decaída, ¿te encuentras bien? -preguntó algo preocupada examinándole el rostro y viendo las ojeras que se notaban bajo los ojos de su hija.

-Si mamá, no te preocupes, es solo que no he podido dormir bien estos últimos días. -Contestó Anna con una sonrisa, restándole importancia- Iré arriba a tomar un baño para empezar a prepararme .

-¿Éstas segura? -preguntó- si quieres puedes quedarte, yo te excusaré.

-No ma, estoy bien, en serio. -Contestó mirándola con una sonrisa.

-Está bien hija. -Contestó con ternura Constance.

Mientras ella y su madre entraban en la casa, notó que su ánimo había cambiado notablemente, se encontraba más animada. 

Aún faltaban un par de horas para comenzar a prepararse para el banquete de Lady Parker, así que decidió tomarse un tiempo para sí. Mientras le preparaban la tina con agua tibia, buscó que vestido se pondría esa noche.

Cuando estuvo dentro del agua, comenzó a lavarse el cabello con el jabón con aroma a rosas. 

La velada de aquella noche era la más importante de toda la temporada, así que asistiría toda la alta sociedad. Al pensar que podría llegar a ver a Robin se le dibujó una sonrisa.

Una vez que hubo terminado de bañarse, se sentó en el tocador a que la doncella le cepillara el cabello y le sujetara los rizos en lo alto con horquillas. Luego la ayudó a ponerse un vestido color albaricoque, el cual hacia resaltar su piel. El vestido tenía detalles de encaje al tono en el corsé con forma de corazón en el escote, se colocó unos pendientes y un collar de perlas. Una vez finalizado el trabajo la doncella salió de la habitación junto con Anna.

Estaba bajando las escaleras cuando la alcanzó su madre al pie de la escalera.

-¿Ya estas lista Anna? -preguntó su madre.

-Si, ma, vamos. -Respondió. 

Una vez que estuvieron en marcha, Anna miró por la ventana del coche con la vista clavada en el vacío y perdida en sus pensamientos, mientras sus padres conversaban animadamente. 

Al llegar a la mansión de Lady Parker, mientras le entregaban los abrigos a un mozo en la entrada, Anna barrió la estancia con la vista, pero no vio a su príncipe de ojos Azules, supuso que no lo vería hoy tampoco, sintió que algo dentro de ella se rompía. Había tenido la esperanza de poder verlo, pero por lo visto hoy tampoco sería su día de suerte.

Cuando anunciaron que la cena estaba lista, todos los invitados pasaron al gran comedor.

Mientras Anna comía y conversaba con un caballero que tenía enfrente, sintió unos ojos observándola desde el otro lado de la mesa, cuando giró la cabeza se le calló el alma los pies, se encontró con que Robín tenía la vista fija en ella. No tenía idea de cuando había ingresado ni cuanto tiempo llevaba observándola, solo sabía que lo que se había roto dentro de ella se había repuesto sin problema alguno. 

Robín había llegado un minuto antes de que anunciaran la cena, cuando se ubicó a la mesa, logró divisar a la dama que en los dos últimos había estado ocupando sus pensamientos las veinticuatro horas del día. No sabía por qué, solo quería verla, había tenido la necesidad imperiosa de estar en el mismo lugar que ella, al saber eso, lo alteró un poco.

Mientras cruzaban sus miradas, Robín le hizo un asentimiento con la cabeza a modo de saludo la cual ella respondió. 




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