Amor extremo Romeo y Julieta

capitulo 1

Amor Extremo: Romeo y Julieta

Capítulo 1

En un pequeño pueblo al sur del Ecuador vivían tres niños: Romeo Rodríguez, Julieta Rosero y Elizabeth Reyes. Sus tres familias eran muy buenas amigas, por lo tanto, estos tres niños también eran muy cercanos. Jugaban día tras día; era como si fueran hermanos.

Con el tiempo, sin embargo, se fueron distanciando. Aunque sus familias seguían siendo cercanas, los tres niños tomaron diferentes caminos, separándose unos de otros. Romeo, el mayor, era un chico sombrío, callado, de pocos amigos, pero muy inteligente. Julieta, en cambio, era alegre, extrovertida y amigable con todo el mundo, llena de amigos. Elizabeth no era ni sombría como Romeo ni alegre como Julieta. Era una chica común y corriente, que no destacaba en nada. Una chica que fácilmente podría ser olvidada.

A menudo, los tres se encontraban por el barrio, pero ninguno se hacía caso. Ya no quedaba nada de aquellos momentos de amistad pura. Un día, mientras Elizabeth caminaba hacia su casa, encontró en el suelo un ramo de flores. No tenía tarjeta ni ninguna señal de pertenecer a alguien. Elizabeth, al ver lo hermoso que era el ramo, decidió tomarlo para sí misma con gran alegría.

Antes de llegar a su casa, se encontró nuevamente con Romeo por un lado y con Julieta por el otro, ya que eran vecinos unos de otros. Romeo fue el primero en verla. Al notar lo que Elizabeth llevaba en las manos, sus ojos se perdieron y sus pensamientos se enloquecieron. Pero rápidamente recompuso su compostura y siguió caminando como si nada hacia su casa.

Y ahora aparecía Julieta, por el otro lado de la calle. Al ver el ramo en las manos de Elizabeth, se detuvo completamente. Su mirada se concentró en el ramo, y su mente solo podía pensar:
"¿De dónde lo sacó?"

Elizabeth, al darse cuenta de lo que sucedía, decidió entrar rápidamente a su casa sin prestar atención a lo que ocurría a su alrededor. Julieta, al recuperar el sentido, se dirigió a paso acelerado a su casa. Subió a su cuarto, cerró la puerta con llave y, en voz baja, pero asustada, dijo:

—No puede ser... ¿Qué está pasando? ¿Quién le dio esas flores a Elizabeth? No... esto no debería estar pasando…

Comenzó a golpearse el muro con los puños mientras gritaba:

—¡¿Quién fue el imbécil que está interesado en Elizabeth?! ¡Esto no puede ser!

Al mismo tiempo, Romeo tomó un relicario que tenía guardado en su escritorio. Julieta, por su parte, sacaba de un cofre un relicario similar al de Romeo. Al abrirlos, ambos contenían la imagen de Elizabeth de cuando eran niños.

Romeo y Julieta, cada uno desde su rincón, parecían perder la razón, enloquecidos por la furia y la desesperación al ver que la persona que amaban en secreto podría ser tomada por alguien más. Mientras tanto, Elizabeth, sin noción de lo que sucedía a su alrededor, era feliz con el ramo de flores que encontró en la calle por casualidad.

A la mañana siguiente, Romeo se levantó temprano, más calmado. Miraba por la ventana una y otra vez, esperando a que Elizabeth saliera. Por otro lado, Julieta intentaba averiguar quién le había dado el ramo de flores. Cada uno estaba sumergido en su propio mundo, sin tener el coraje de preguntárselo directamente a Elizabeth.

Elizabeth, al haberse quedado dormida, salió rápidamente de su casa rumbo a la escuela, sin notar que Romeo la observaba desde atrás, como un centinela silencioso. Al llegar a la escuela, pasó junto a Julieta, pero Julieta no le hizo caso. Fingió indiferencia mientras en su mente se desataba una tormenta de dudas:

"¿Quién es el pretendiente de Elizabeth?"

Pasaron algunos días. Elizabeth seguía con su vida normal, pero no era lo mismo para Romeo y Julieta. Romeo la espiaba exhaustivamente de una forma cada vez más inquietante. Julieta, por su parte, no paraba de buscar algún indicio de quién podría ser el enamorado secreto de Elizabeth. Cada contacto que ella tenía con cualquier persona, Julieta lo estudiaba y examinaba con atención desbordada.

Romeo decidió actuar antes de que se la arrebataran, pero no podía hacerlo abiertamente. Empezó a ponerle una rosa roja en su casillero todos los días, esperando armarse de valor para revelar lo que él sentía.

Elizabeth, al recibir la primera rosa, se sintió confundida. Pensó que quizás no era para ella, por lo que no le prestó mucha atención y la dejó de lado. Pero esto se repitió una y otra vez, al punto de que comenzó a pensar que tenía un admirador secreto. Esa idea la llenó de gran alegría y emoción, pues alguien se había fijado en ella.

Sin embargo, alguien más había visto lo que sucedía: Julieta. Mientras observaba cada paso que daba Elizabeth, cada interacción que tenía, también notaba las rosas que aparecían día tras día en su casillero.

—No, no, no, no, no… ¡No puede ser! —exclamó Julieta furiosa—. He estado vigilándola día tras día y no ha tenido interacción con nadie en especial. ¿Y ahora resulta que tiene un admirador secreto? ¡Esto no puede ser!

En un arrebato de ira, arrojó un cepillo contra el espejo, haciéndolo mil pedazos. Gritaba al aire, llena de rabia:

—¡No me dejaré vencer! ¡Elizabeth va a ser mía, cueste lo que cueste!

En ese momento, vagos recuerdos albergaban la mente de Julieta. Recordaba cuando eran niños. Uno en específico: el día en que cayó de un árbol y se raspó las rodillas. Lloraba desconsolada, sin que nadie le hiciera caso… hasta que Elizabeth llegó a su lado, cargándola en sus hombros con gran dificultad. Recordaba lo cálido que se sentía su espalda cuando la cargaba, cómo estaba sola y nadie la ayudó, y cómo Elizabeth fue la única que acudió a su rescate.

Al recordar este momento, la ira de Julieta comenzó a desvanecerse. Sin embargo, algo más grande se asomaba: la determinación de tener a Elizabeth para sí era ahora más fuerte que nunca.

Mientras tanto, Romeo se llenaba de felicidad, ya que veía que su plan estaba dando efecto. Observaba cómo sus rosas alegraban cada día de Elizabeth. Los recuerdos de su infancia también lo invadían: cuando era niño y estaba solo en la oscuridad, lloraba y gritaba por su madre y su padre, pero ninguno apareció. Hasta que una luz brillante se acercó: era Elizabeth. Surgió desde la oscuridad, caminando lentamente, y con una sonrisa le dijo:




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