Capítulo 2
Romeo, Julieta y Elizabeth, tres amigos de la infancia que se habían distanciado, ahora estaban uno tras otro intentando encontrarse, pero sin saber que eran ellos mismos. Una locura estaba creciendo en silencio. Para Romeo y Julieta, la obsesión por descubrir al responsable de las rosas y las cartas se volvía cada vez más enfermiza. Sus mentes comenzaban a divagar con pensamientos teñidos de sangre, mientras que Elizabeth solo buscaba conocer al responsable de la felicidad que esos regalos le provocaban, sin ser consciente de la tormenta que se avecinaba.
Romeo intentaba desesperadamente averiguar quién era el que mandaba las cartas. Vigilaba cuidadosamente las interacciones de Elizabeth, pero nada parecía darle una pista. Ninguno de los que rodeaban a Elizabeth parecía el culpable, y cada día se desesperaba más. Cuando estaba solo, gritaba y maldecía una y otra vez, golpeando la pared sin descanso con sus manos desnudas.
—¡Tengo que encontrarlo! ¡Tengo que encontrarlo! Y cuando lo encuentre… lo mataré. ¿Cómo se atreve a codiciar a mi Elizabeth? ¡Maldito!
Lo decía entre gritos, mientras golpeaba la pared con tanta fuerza que sus manos comenzaban a mostrar señales de desgaste. Pero a él no le importaba.
Mientras tanto, Julieta también vigilaba a Elizabeth. No tenía claro quién podía ser el que dejaba las rosas todos los días. Intentó atraparlo varias veces, madrugando e yendo muy temprano a la escuela con la esperanza de encontrar alguna pista, pero nunca lograba ver al responsable. Siempre se le escapaba.
Esto le provocaba una ira inmensa. Cada vez que estaba sola, destrozaba todo lo que veía, desahogando su rabia con todo lo que la rodeaba.
—¡Maldición! ¿Quién es el imbécil que le envía rosas a Elizabeth? ¿Por qué no puedo encontrarlo? ¡Ninguno parece el correcto! Pero siguen llevándole las rosas todos los días… ¿Qué diablos está pasando?
Gritaba desesperada, jalándose el cabello con tal fuerza que no sentía el dolor.
Elizabeth, por su parte, seguía actuando normalmente, pero con cautela. Evaluaba todas las interacciones que tenía, intentando descubrir quién era su admirador secreto. Sin embargo, no se atrevía a indagar más allá de lo que consideraba prudente.
—¿Quién podrá ser este admirador secreto? ¿Por qué no puedo encontrarlo? No tengo ninguna pista de quién puede ser… Intento, intento, intento… pero aún así no lo encuentro. Si al menos me diera una pista…
Suspiraba. No le quedaba más que preguntarse una y otra vez quién podría ser. A veces pensaba:
—¿Podría ser esto acaso una broma?
Pero ella misma se respondía:
—No. Si fuera una broma, ya hubiera acabado hace mucho tiempo. Ya he recibido muchas rosas y muchas cartas. Esto ya no parece ser una broma. Entonces… ¿de verdad es un admirador secreto? No sé qué pensar.
Sin ninguna respuesta clara, lo único que podía hacer era observar a su alrededor con atención, buscando algún cambio que le diera alguna pista.
Pasaron los días. Romeo empezó a volverse más agresivo con sus regalos: ya no enviaba solo una rosa, sino una docena completa. Esto enloquecía aún más a Julieta, mientras que Elizabeth se sentía cada vez más halagada.
Julieta no se quedó atrás. En vez de enviar una simple carta con un poema, ahora dejaba varias hojas, cada una con múltiples poemas. Se había desatado una guerra secreta por el afecto de Elizabeth.
Pero todo se tornó más oscuro.
Las rosas comenzaron a llegar con mechones de cabello. Las cartas, por su parte, estaban escritas con lo que parecía ser sangre. Elizabeth empezó a asustarse. Los regalos que antes le causaban alegría ahora la hacían temblar.
—¿Esto… no será más que una broma cruel? —se preguntaba, horrorizada.
Pero los regalos seguían llegando… y cada vez eran más perturbadores. Las rosas venían con grandes mechones de cabello humano y, peor aún, empezaron a llegar fotos de Elizabeth tomadas en su vida diaria… claramente capturadas sin que ella se diera cuenta.
Las cartas, aún escritas con sangre, venían con mensajes que insinuaban que el remitente había perdido la cordura… y que estaba cerca.
Alterada, Elizabeth acudió a sus padres para pedir ayuda, intentando explicar la situación en la que se encontraba. Pero ellos no le dieron mayor importancia. Pensaron que era algo normal de adolescentes, tal vez una broma de mal gusto.
Sintiéndose sola, atrapada en un juego macabro que no comprendía, Elizabeth no sabía que el verdadero horror apenas estaba comenzando
La locura de Romeo y Julieta se hacía cada vez más evidente a los ojos de quienes los rodeaban. Romeo se volvió más solitario, evitando cualquier tipo de interacción con otros. Julieta, por su parte, se apartaba de todos, intentando quitarse de encima todo lo que no necesitaba, actuando cada vez más extraña.
Ambos estaban pendientes de todos los regalos que Elizabeth recibía, pero ella no veía nada extraño en la forma en que llegaban. Al contrario, Romeo y Julieta se sentían cada vez más obligados a hacer algo único, algo que superara a su oponente. Así, pasaban los días, y los regalos extraños seguían llegando.
—¡Jajaja! Creíste que podrías ganarme, pero no lo permitiré. Elizabeth es mía, y yo demostraré el amor que tengo… de una forma u otra —decía Romeo con una gran locura en los ojos.
Mientras tanto, Julieta se mordía las uñas hasta la cutícula, murmurando para sí misma:
—No me voy a dejar ganar. Elizabeth va a ser mía pase lo que pase… Y yo se lo demostraré. No importa lo que su admirador secreto envíe, ¡yo haré algo mejor!
Lo decía con una voz desquiciada, con los ojos encendidos por la obsesión.
Las rosas comenzaron a llegar acompañadas de pequeñas bolsas llenas de sangre. Las cartas llegaban con objetos aún más perturbadores: dientes. La felicidad de Elizabeth se desvaneció por completo. Solo quedaba terror en su mirada. Ya había intentado pedir ayuda, pero nadie la escuchaba. Nadie entendía lo grave que era esta situación.