El Duque de Pemberton suspiró cuando entro a su casa, una vez más se preguntó si había válido la pena, caminó directo hacia su despacho, trataba siempre de evitar a su esposa Lesia, suficiente con cenar con ella.
Al abrir la puerta frunció el ceño al verla ahí, junto a la chimenea. Sentía que había invadido su espacio, este era su santuario, ella no apartó la mirada de las llamas que quemaba la madera.
—¿Le paso algo a tu salita? —cuándo nadie los veía o escuchaba su voz era tan fría como los cubos de hielo, tenía un poco de aprecio por su esposa ese que sólo le permitía tolerarla por un rato, pero hoy no estaba de humor.
Ella levantó la mirada, lo vio por un instante con vulnerabilidad, pero luego esta desapareció dando lugar a la dureza.
—Necesitamos hablar —respondió con voz rasposa, el Duque camino hacia la licorera y se sirvió aquel líquido que lo hacía olvidar, aquel pasado que aún le dolía.
—En otro momento, no estoy de humor para tus chismes —bebió el líquido de un trago, ella guardo silencio y espero que se hubiera levantado para marcharse, pero al girarse ella seguía en su sitio —¿Qué deseas Lesia? ¿acaso ninguna de tus amigas puede jugar a las cartas contigo hoy?
—Hace unos días me visitó la Baronesa Albertson —rodó los ojos con total indiferencia ¿qué rayos le importaba esa mujer? Había escuchado un rumor acerca de su repudio total hacia la nueva Condesa de Grave, una total estupidez.
—Créeme que no me interesa —avanzó hacia su escritorio, lo rodeó y se dejó caer en su mullido sillón, su mirada se centró en aquel pisapapeles, era más interesante que escuchar acerca de chismes.
—Ella me advirtió que Lady Gabinia estaba en Londres —él tan duro, tan indiferente sintió que la sangre abandonó su cuerpo, que un frío helado lo envolvió. No levantó la mirada del pisapapeles, no ahora, necesitaba de todo su autocontrol para volver a la normalidad, sabía que su esposa estaba atenta a su reacción. Ella la muy maldita estaba ahí esperando ver el más mínimo desliz, pero ella no lo vería así, claro que no. Cuando se sintió seguro miró a su esposa quién estaba en total silencio. Su mirada atenta a él.
—¿Y? —se encogió de hombros y se recostó en el espaldar de su silla —Créeme que tengo muchas cosas más importantes que hacer que escuchar tus noticias.
—¿Realmente no te importa? —claro que le importaba y mucho, pero eso era algo que su esposa no se enteraría.
—¿Debería? —no apartó su mirada de la de ella.
—Ibas a escapar con ella —adquirió aquella máscara de frialdad total.
—Por última vez, no iba a hacerlo, fue una tonta historia que se inventó Lady Gabinia
—¿Realmente lo hizo? —su esposa tenía sus manos hechas un puño —esa mujer grito esa noche que tú le juraste amor
—No lo hice —abrió su caja de habanos y sacó uno, necesitaba distraerse. Su cuerpo temblaba eran casi treinta años o quizás más desde la última vez que la vio, saber que estaba en la misma ciudad lo estaba inquietando... Gabinia la mujer que había amado, pero por cobarde y ambicioso había perdido.
Lesia había sido uno de los motivos por los que perdió a Gabinia.
Se negó a verla
—¿Puedo estar tranquila? —quiso reír con todas sus fuerzas, pero se contuvo, él no le importaba a su esposa, para ella simplemente él había sido un trofeo. Algo que su padre había adquirido para su hija caprichosa. En todo este tiempo, ella no había mostrado el más mínimo interés en él, tanto así que ambos vivían vidas separadas. Él tenía su amante, una preciosa mujer que demostraba amor por él.
—¿Temes perder tu adorado título? —su voz sonó llena de ironía, ella enarcó una ceja, la vio mirar alrededor y luego sonreír con autosuficiencia.
—No olvides que todo lo que tienes es por mi —apretó con fuerzas sus manos y una vez más se sintió como una mercancía barata, si, de joven fue ambicioso, su familia estaba casi en la ruina, su matrimonio con Lesia había sido su salvación, pero el costo había sido alto. Solo que en ese momento no lo supo hasta después, cuando ya era demasiado tarde, cuando había perdido a Gabinia.
—Triplique la fortuna —apretó sus dientes con fuerzas —y lo sabes muy bien, te he llenado de más riqueza de la que te puedes imaginar, así que no vengas con tu sermón de que hoy soy lo que soy por ti, si me ayudó la fortuna de tu padre, pero no me quede con los brazos cruzados, invertí, trabaje y por supuesto gane —se puso de pie —debo revisar los libros, sabes muy bien que debo concentrarme en ello.
Su esposa se levantó, debía reconocer que era una mujer elegante, fina y bien preparada, pero alguien sin corazón.
La vio caminar hacia la puerta, se detuvo y en ningún momento se giró cuando le dijo sus últimas palabras.
—Esperó no la busques y que ella tampoco lo haga porque te juro que olvidaré el protocolo y te expondré querido esposo, eso no sería bien visto en la sociedad. Para ellos seré la pobre mujer sufrida que no merece ser humillada de esa forma y tú el peor de los hombres. La reina no acepta esas prácticas —luego de soltar su veneno se marchó dejándole aquel mal sabor de boca.
Se dejó caer en su mullido asiento mientras bajaba su cabeza, siempre pensó que si ella una vez volvía no le iba afectar en lo absoluto, pero estaba equivocado.
Noelle
—Pero nana —llevé mis manos a mis mejillas mientras observaba la bata casi transparente reposando en mi cama —no usare eso —niego mientras levantó los brazos para meter el camisón.
—Es a juego con el camisón —abro la boca, pero no respondo, me sentía desnuda la tela era delicada y muy vaporosa y revelaba todo, suspiró y pienso que es mejor buscar mis camisones y no los obsequiados por Gabinia —Lady Gabinia se sentirá ofendida —me cruzó de brazos.
—No se enterará que no los uso
—Mi querida niña, dormirás muy cómoda, no debes preocuparte nadie te verá vestida así
Editado: 15.09.2024