Amor fuera de foco

Jack

Hoy es jueves y las clases comienzan el lunes. El fin de las vacaciones se acerca y la fiesta de Candy también, así que aprovecho estos últimos días estando con los cinco y jugar Mortal Kombat para PlayStation. Todos me matan de alguna manera u otra, no tengo ánimo de discutir porque esto se trata de un condenado juego, no de la Tercera Guerra Mundial como los otros quieren verlo.

—Imbécil, eso es trampa —grita Gabriel a Elio.

— ¡No es mi culpa que no uses tus poderes!

—Esta mierda de mando no funciona bien —Jeremías, cuando golpea el control.

—Si lo dañas tendrás que comprarme uno nuevo —dice Hugo.

Gabriel bebe más cerveza, Elio no deja de reírse ante un molesto Hugo. Jeremías está concentrado en el juego tal y como lo está Humberto. Sin imaginar, noto que hacen un cigarro de marihuana. Parecen muy expertos y, la verdad, no lo acepto porque soy el atleta del liceo y no quiero estar fuera de lugar en la primera temporada de competencias.

Me levanto del sofá para ir al patio trasero esperando que nadie se dé cuenta, pero Gabriel me observa y me colma de preguntas, hace que los demás me percaten al minuto. Para salir del paso miento sin prejuicio, camino al patio y miro un columpio de niños; me siento. Pienso en lo de Susej: no estuvo para nada mal tener sexo con ella, pero no sé por qué tuve en mente la estúpida advertencia de Terry.

Pierdo la mitad del tiempo al estar solo porque en realidad quiero estarlo. Escucho el sonido de la puerta corrediza. Uno de los chicos me saca de mis pensamientos, me hace una invitación a su casa y yo acepto de buena gana. Me levanto del columpio y me acerco para irme de la casa. Me despido de mis amigos y me junto con Gabriel para irnos. En el trascurso del camino no deja de hacer preguntas con respecto a mis citas, el sexo y lo romántico que puedo ser por unas cuantas horas; miento desfachatado. No viene al caso recordar viejas cosas que debieron olvidarse. Digo que una chica no siempre tiene que gustarme, pues sabré cómo sacarle provecho.

Llego a su casa y veo las luces encendidas. Aún recuerdo que años atrás, a este barrio llegaron tres niños: Gabriel, Teresa (Terry) y otra personita que no conocí.

— ¡Epa, chico!, no pienses en entrar porque no lo dejaré —menciona Gabriel— Esta noche no.

—No lo iba a pedir—contesto, veo que entre los dedos de Gabriel hay un cigarrillo de marihuana mal envuelto—. ¿Te importa?

—No. Pero, suena muy feo el modo en que hablas, no me digas que mi hermana te amenazó de muerte.

—No es eso —agarro toscamente el cigarro de marihuana para dar una fumada.

— ¿Entonces vienes a mi casa por...? No sé si estás interesado hablarme de la vida, la motivación y la autoestima. Necesitamos música de trasfondo. Amigo, sabes que necesitamos abrir nuestros corazones.

—No seas ridículo, Gabriel —miro que se recuesta en la tapia de cemento—. No haremos esto un confesionario, ¿bien?

—Como sea, no me dijiste cómo te fue con Marlene.

—Estuvo bien—hago una mueca—. Pero hay mejores que esas.

—Teniendo presente tu ojo amoratado y el labio partido. Claro que hay mejores.

—No sé cómo diablos se enteró de eso, Terry está más que loca. Me encanta imaginármela sin sus malditas extensiones y sin el tinte para cabello.

—Ya ni me acuerdo de su color natural —da otra fumada.

Los minutos se alargan a horas. Gabriel y yo conversamos sobre Terry y sus manías, insisto decir el nombre de una tercera persona, pues la curiosidad me mata. De repente, vemos el carro de Jeremías que se detiene para hablarnos y bromear al vernos juntos. Fumo lo último del cigarro, miro a Jeremías que está en compañía de los demás.

Miro a Gabriel que se mantiene sereno con un toque de molestia, resoplo son lograr entenderlo: si antes estuve en casa de mi mejor amigo, ¿por qué ahora m prohíbe la entrada? Me alejo unos metros de la casa y contemplo una luz encendida desde la segunda planta. Frunzo el entrecejo y dudo, no me fijo en mis amigos que llegan para darme una sorpresa, me llaman y me cachan con semblante desprevenido. Se burlan ante mi cara confusa, hacen mofas mientras miro a Gabriel.

— ¿Nos vemos a la misma hora de siempre? —pregunto.

— ¿Es lo único que preguntas? Pareces un niño.

Escucho lo que dice sobre mañana, pues Candy espera que todo el liceo aparezca en la casa porque todos están invitados a su gran fiesta, y no sé cómo rayos hizo  para contactarse con los alumnos. Gabriel charla y de vez en cuando ve a la casa que está en espera, pues le basta dar la espalda e irse mientras me quedo con los demás. Entramos al carro y contemplo la luz amarilla de esa casa casi caída.

 




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