Amor fuera de foco

Jack

Mierda, mierda, mierda... ¡Santa mierda! Estúpida cerveza. No debí robar cerveza de casa de Humberto y en verdad necesitaba ir al baño, pero el baño en esa casa estaba cerrado, seguramente se encontraba una parejita regocijándose en lo últimos instantes. No quería tener problemas hasta el momento en que entré para verlos en acción; era encabronarme con alguien u orinarme en los pantalones.

Salí de casa de Humberto corriendo, fui a la casa de Candy y no estaba por lo que entonces elegí lo más obvio. Pensaba encontrar a Gabriel en algún lugar y me diera cuenta de su ausencia al final terminé siendo perseguido por un amigo de Humberto y Terry, que salió de no-sé-dónde para llegar a mí y engatusarme con sus lloriqueos y palabritas labiosas. Sin embargo, algo bueno pasó ayer, pues encontré a Sabrina, que vivía como la princesa encarcelada en la torre más alta del castillo, desterrada y olvidada por todos: menos de mí.

—Nunca en mi vida me jodí tanto —digo cuando estoy con Jeremías y miro mis cuatro fracasos durante un juego de boxeo.

— ¿Qué se siente perder ahora? —pregunta Gabriel contento al ganar el cinturón de oro.

—No te alabes, espera a sentir mi derechazo de fuego —contesta Hugo entre risas— ¿Otro partido?

—Que sea la revancha —insiste Jeremías con ojos brillosos—. Hay gente que debe saber muchas cosas todavía.

—Jack, ¿tú que dices? —expresa Elio al verme—. No creo que este imbécil tenga razón.

— ¿Jack? —pregunta Jeremías con voz cantarina.

Deslizo la mirada a ellos, me doy cuenta que soy el objeto de burlas. Gabriel y Jeremías me ven con intriga pero no estoy para dar explicaciones a nadie, pues se genera que entre todos existan dudas. Escucho proposiciones para salir y nadie oye mi oferta para esta ocasión, por lo que las dudas comienzan a ser sospechas hasta causar que mi incomodidad sea grande. Uno de ellos se acerca para tocar la frente y espera que posea algo de fiebre, pero al no sentir nada fuera de lo normal niega con la cabeza. Quito de un manotazo la mano.

—Tengo que ir al baño porque aguantar las ganas de ir al baño causa serios problemas de erección —camino al lugar, escucho voces de los chicos que se les antoja ir al baño, hacen énfasis en mi comentario.

Finjo que iba, más en realidad no voy. Aprovecho de irme de la casa de Jeremías y reparo que todos están concentrados en sus penes, en sus erecciones y en el tamaño. Salgo corriendo sin importar con quién tropiezo, de repente me detengo abrupto; me siento como el rey de los estúpidos al dirigirme a la casa de una chica que apenas conozco —que llevo años y años contemplando hasta que la pierdo de vista—, con quien apenas hablé anoche y con la que tuve más o menos un gratificante contacto visual.

Con tanta incertidumbre resuelvo ir a esa casa y confío encontrarla en su cuarto, pues Terry está de compras con sus amigas y Gabriel comparte la tarde con sus amigos. Como un sonso me detengo entre los arbusto con la idea de que nadie me note, comienzo a lanzar piedras al vidrio de la ventana, pero mi puntería es parcialmente mala. Frunzo el entrecejo al ver que nadie se asoma: ¿Será que ella salió quizás a la librería?

— ¡Sabrina! —grito moderado.

Las provisiones de piedras casi se me acababan, por lo que escojo trepar el árbol de los secretos de Sabrina y me sitúo a varios centímetros de su ventana. Arrojo más piedritas mientras llamo sin cesar hasta ver que encima de la cama hay un enorme bulto cubierto por una sábana. Llamo una vez más y avizoro que eso se mueve de un lado a otro, justo para que me entere que Sabrina destapa la cabeza y llega a deshacerse de la sábana. No escucho sus palabras, pero logro leer sus labios: «¿Qué demonios...?». Camina a la ventana con un semblante transpuesto y la abre con atontamiento, mi torpeza pisa límites imprevistos como para arrojar un guijarro en su cabeza.

—Debería considerarte un insulso, pero ya sé de tal incapacidad comprendiendo en tu escases de neuronas reactivas —frota la frente—. ¿Qué quieres esta vez? Tampoco me sorprende que hayas dejado olvidado parte de tu mesura anoche.

—Pasaba por aquí —miento.

—En la boca del mentiroso lo cierto se convierte en una duda —dice tosca.

—Aun así, ¿estás dispuesta a dejarme pasar?

Clavo los ojos en los suyos para darme cuenta del color real: grises. No sé si el cabello de Sabrina es teñido o natural, no deja de ser atractiva. Sus pecas le dan ese toque de gracia que suelo ver en los pelirrojos, pero por ahora, me enfoco en sus metálicos ojos grises en forma de felina. Ignoro si causo alguna sensación en ella y eso la hace ponerse nerviosa, lo cual es muy divertido para mí.

Con cara de pocos amigos logra entreabrir la ventana, en seguida aprovecho para abrir completo y entrar sin permiso.

—No me dices aún, ¿qué haces aquí?

—Y yo te pregunto a mi vez... ¿No tienes pantalones? No estás en Europa.

Su vista baja para verse la vieja camiseta de The Ramones. Levanta la vista y en seguida gira el dedo índice de la mano con el fin de que me voltee, luego se da media vuelta para abrir el armario, buscar un pantalón deportivo y colocárselo rápido, teme que mire su pantaleta o su sexo. Interrogo por qué duerme en tan calurosa tarde al estar tan arropada como un oso invernando; ella responde por la falta de sueño tras haber leído una maratón de libros de Nora Jones que casi la hacen llorar.

Nota mis palabras llenas de socarronería, sonrío sesgado y sé que mi intención es aumentar sus nervios, pues hago que se olvide por completo de autores románticos o lo que fuera. Adrede llego a ella, llevo una mano y acaricio su mejilla mientras miro sus moteados pómulos llenos de pequeñas pecas. Sabrina se muestra severa, crea un silencio que hasta se puede cortar con un cuchillo, noto que sus mejillas se tiñen de rosa y la verdad es que me gusta que reaccione así.

—Creo que... —se interrumpe al dar un paso atrás.

Al ver lo alterada que está me dan ganas de reír, me conformo con ensanchar la sonrisa. No puedo creer lo tonta que es y eso hace que me guste más, la observo  temblorosa cerca de la puerta y no creo que meta la pata al apreciar algo tan sencillo como esto. Mi tarde se pone mejor cada vez más porque en ella encuentro todo lo que nunca encontré en otra, ni siquiera en Terry.




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