Amor ilegal

Un poco de contexto

Me miro al espejo mientras quito todo rastro de la barba que ha comenzado a salir. Debo lucir impecable sin importar cual sea el rumbo que vaya a tomar o donde es que me encuentre. Después de terminar paso la toalla sobre mi cara, luciendo ahora, impecable. Justo antes de alejarme, hago una retrospectiva de lo que ha sido mi vida hasta ahora.

Recuerdo aquellos días, los primeros que me toco vivir en este país, siendo apenas una creatura. Desde entonces me propuse un objetivo, quien me viera en esa época diría que era demasiado ambicioso y no es que se me haya quitado porque esas ideas son las que me hay llevado a tener la vida que tengo actualmente. Juré en aquellos días que nunca volvería a sufrir de hambre.

Siendo muy pequeño ingresé a trabajar a la empresa de los McAllen, siendo un empleado de esos que están hasta debajo de la cadena, de los que se pueden pisotear, pero fui escalando hasta llegar al puesto indicado. Pueden decir que es mediocridad, pero a mi me encanta porque aquí nadie me molesta, no tengo que hablar con nadie, no debo interactuar con gente que solo busca el chisme, además de que el sueldo es bueno, lo suficiente para ahorrar y vivir de manera desahogada. Puede que algún día decida subir un escalón más, tal vez, pero hoy no.

Aunque mi principal fuente económico viene de otro lado, no me avergüenzo porque es de escrúpulos no se vive. Aproveché cada oportunidad, recibir asilo de un país de primer mundo me ha ayudado mucho porque desde el principio he sido un residente más, y al cumplir la mayoría de edad pude hacer mi primer trato de manera oficial, unos cuantos miles de dólares en mi cuenta no me cayeron nada mal, además de que mi esposa era la encargada de mantener la casa. Dos años siendo esposo de Rocío, la primera de todas, aquella mujer a la que pude ayudar a conseguir esa ciudadanía que necesitaba. Sin pena ni gloria había dado fin al contrato, el necesario para que ella al fin fuera libre. De esa primera relación aprendí que hay que soltar, que las personas que cruzan en mi vida solo son temporales y que tarde o temprano llegará alguien más. Dejé de lado los sentimientos porque mi objetivo era otro. Aunque eso no quiere decir que fuera un monstruo.

Al tercer año ya estaba casándome con alguien más, la hermosa Sofía, de nuevo una cuantiosa suma en mi cuenta de banco, más, saber que por un par de años seria de nueva cuenta un mantenido, fue un alivio para que mis arcas crecieran más y más. Cada vez tenía el suficiente dinero para vivir de manera decorosa por varios años, pero no era suficiente para mí, algo en mi interior me decía que tenía que conseguir más, para no volver a vivir en la miseria, claro que seguir trabajando en la empresa me ayudaba demasiado.

Fue hasta en mi tercer matrimonio que pude hacer la compra de mi propia casa y en ese instante me sentí el hombre más dichoso del mundo, ustedes no se imaginan la sensación tan plena que experimenté en ese momento. Estaba logrando parte de mis sueños, a mis treinta años no pensaba en formar una familia real. Había encontrado la manera de no sentirme solo, de tener una compañía que incluso le diera beneficios económicos. Jamás obligué a esas mujeres a tener intimidad o cualquier otro tipo de relación, dejé que las cosas fluyeran. Eso sí, siempre fui fiel al matrimonio y en lo menos que pensaba era en tener relaciones, porque mi meta estaba más que clara, además de que si empezaba a salir con mujeres lo más probable es que en ellas se fuera la mayor parte de mi dinero.

La fortuna no siempre pudo sonreírme y tuve que actuar para mi cuarto matrimonio, ya que las cosas cambiaron, esa mujer era demasiado intensa y se había tomado demasiado en serio su papel de esposa; me celaba, controlaba las salidas y a quien veía, tenía que mantenerla informado de todo lo que hacía o de lo contrario armaría un pancho. A pesar de las cláusulas que habían firmado, esa mujer había hecho caso omiso. Todo esto me terminó por hartar incluso antes de que terminara el primer año. Siempre me jactaba de no dejar nada inconcluso, pero ya la situación sobrepasaba mis límites al grado de en una ocasión, recibir una cachetada tan solo por no haber avisado que me quedaba a hacer tiempo extra en la oficina. Aunque ese había sido un pretexto, porque desde hacia tiempo que lo que menos deseaba era volver a casa, porque la tensión se sentía en el aire.

—Eres mi esposo, soy quien te mantengo y, por tanto, tengo derecho de tratarte como lo desees. —me dijo mientras no quitaba la vista de mi rostro mientras me sobaba la mejilla, parecía una demente, mi cabeza empezaba a maquinar lo que tenía que hacer, perder no era una opción, pero lo que ella no entendía es que en este caso, ella seria la menos beneficiada al pedir un divorcio antes de tiempo.

—Aguanté lo más que pude, creí que eras una buena mujer, pero me doy cuenta de que no es así. ¡Lárgate de mi casa! —Extiendo mi brazo mientras le abro la puerta.

Al fin había explotado, no pensaba seguir soportándola. No podía decir en voz alta que me casé con ella para ayudarla a tener esos papeles que ansía, porque eso podía estar en mi contra. Todo estaba grabado, por fortuna era un hombre precavido. Claro que, eso ella lo desconocía por lo tanto ese golpe recibido era suficiente para que me le concediera el divorcio.

—No puedes correrme, soy tu esposa. Si quieres que sea mejor solo has las cosas bien y no tendríamos que vivir situaciones como esta. —Ni siquiera había tenido la decencia de disculparse por el golpe. Aunque ya es lo de menos, había tomado la decisión después de aguantar mucho.

Caminé hasta el armario. Tomé una maleta y en ella metí parte de mis pertenecías yéndome a mi nueva casa, dejando atrás a la loca mujer que había tenido como esposa. El trato ya estaba hecho, ella fue la que rompió el contrato por lo tanto no estaba obligado a devolver un solo peso. Ya no iba a recibir la otra mitad que es al final del matrimonio, ni modo, son gajes del oficio, me dije. En ningún momento tuve miedo. No había nada que dijera que estaba haciendo las cosas de manera ilegal y ella al no tener documentos en regla, no podía hacer mucho.




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