Mi mirada se pierde en el rostro de la mujer que se ha lanzado a mi de manera sorpresiva. Me concentro en sus facciones y prefiero hacer esto antes que llevar mi vista a otra parte del cuerpo que tengo pegada casi rozándome el rostro. Es más, puedo sentir su corazón latir de manera desesperada lo que me da la idea de que tiene miedo. Trago grueso buscando calmarme porque no es miedo lo que me invade, es otra cosa, una corriente eléctrica que recorre mi cuerpo hasta terminar en aquella parte que ha estado dormido durante mucho tiempo.
—¡Ayuda! —Grita tan fuerte que, mis tímpanos quedan rezumbando, aunque, al mismo tiempo, agradezco escuchar su voz porque me saca de aquellos pensamientos en los que me estaba metiendo.
—Lo mejor es tocar el timbre para que nos escuchen —expreso con la mayor tranquilidad posible.
—¿Por qué no lo haces tú? —Le lanzo una mirada de desaprobación, porque por si no se ha dado cuenta, tengo las manos ocupadas tratando de sostenerla.
—Si mis manos estuvieran libres, claro que lo haría —Termino por reprocharle un tanto enojado, parece que mi cabeza, esta vez no se piensa callar lo que me dice que diga. No conozco a la mujer que sostengo en mis brazos, pero por su reacción puedo notar que es de aquellas a las que le importa poco lo que tengas que hacer, lo que quiere es que se cumpla su orden. Para Isabella, esa respuesta no es válida, nada debe de ser impedimento para que se cumpla su orden, ya que está acostumbrada a que hagan las cosas sin siquiera pedirlas. Deben adelantarse a sus deseos.
—Vamos, eso no es un pretexto, ¡toca el timbre! Debes saber que siempre se hace lo que pido. Debes de aprender a adelantar lo que deseo. —Expresa en voz alta mis sospechas, esta mujer no es cualquiera. Me desespera la manera en que me pide las cosas, así que, lo pienso un segundo, si ella quiere que cumpla su orden no me queda más que hacerlo y si para eso tengo que soltarla lo voy a hacer.
Mas tardé en pensarlo que en actuar, la suelto sin ninguna delicadeza y de golpe. Empiezo a tocar el timbre con desesperación. No quiero permanecer más tiempo cerca de ella porque terminaría comportándome de un modo que no deseo. Escucho el grito que da, pero no volteo a verla, me concentro en mi actividad actual y cuando me he cansado de tocar el timbre, me doy la vuelta y sin preguntar, la tomo en los brazos de nueva cuenta sin importar la reacción que tenga. Si ella tiene sus modos, yo también los tengo.
Puedo ver el reloj correr, no han pasado más de cinco minutos y puedo sentir que hemos estado encerrados por una eternidad. Mi mirada ahora se encuentra perdida en las pequeñas gotas de sudor que comienzan a salir de su rostro, señal de que la situación la pone ansiosa.
—Quedaré aquí, moriré sola como un perro, nadie va a venir a rescatarme y a nadie le ha de importar. —A pesar de que lo dice en susurros, logro escucharla. Puedo comprobar que tiene miedo, por lo que solo me queda sostenerla con más fuerza. Puedo notar su respiración cada vez más acelerada y en algún punto desearía saber lo que piensa porque de pronto me mira y me vuelve a mirar como si buscara alguna respuesta en mi rostro.
—¿Se ha cansado de verme o quiere que cambie de posición? —Le hago la misma pregunta que ella me hizo para matar un poco el tiempo además de la tensión que se ha comenzado a formar de desde hace un rato.
De nuevo miro al reloj y estoy tentada en volver a tocar el timbre para que el calor que empiezo a sentir desaparezca. Me imagino saliendo del elevador y que el aire fresco golpeará mi rostro. Ahora yo también empiezo a sudar de nerviosismo contagiada por el de ella. Sus manos no haya donde ponerse y puedo notar lo tensa que se pone. Qué situación tan incomoda, más con alguien que apenas y he conocido apenas hace unos minutos.
—¿Así que te gusto? —Su pregunta me sorprende, sacándome de mis malos pensamientos. La miro buscando algún rastro de broma en sus palabras misma que no hayo.
—Podría decir lo mismo… —Expreso con nervios, entrando en su juego, sea en broma o no. Entre más pasa el tiempo, sospecho que, si no nos saca, puedo terminar cometiendo alguna tontería. Sin darme cuenta, empiezo a presionarme más a su cuerpo, señal de que estoy cada vez más ansioso.
Puede que ella lo note y por eso termina por bajarse de mis brazos por propia voluntad o es que se está calmando un poco. Se pone en la esquina más alejada de donde me encuentro, pero sin quitarme la vista de encima, poniéndome nervioso sin saber bien, por qué.
—Mantenga la calma, ya vendrán al rescate. —Trato de hacerme el fuerte, hablándole con la voz firme, como si no tuviera miedo, porque aquí soy el hombre y eso es lo que se espera de mí, ¿no es así?
—No puedo, no puedo. ¿Y si morimos por falta de oxígeno? —Ante su comentario no me queda más que soltar una carcajada. Lo que no sabe ella es que es de nervios y que la risa es una manera de protegerme del miedo. Ella me mira mal.
—¿Qué te resulta tan gracioso? —Se cruza de brazos, exigiéndome una respuesta.
—Es una locura pensar que vamos a morir a falta de oxígeno, tal vez caigamos al vacío y ese sí puede ser una muerte dolorosa. —Me rio por mis adentros, porque de todo lo que pude haber dicho, elegí ponerla más nerviosa de lo que se encuentra.
—¿Podemos dejar de hablar de muerte? Mejor cuéntame algo para que se me olvide en dónde me encuentro —Se nota un poco más tranquila porque hasta me esta comenzado a ordenar, lo que me indica que este es su zona segura. Mandar.