Amor ilegal

Hogar, dulce hogar

Isabella

La puerta se acaba de cerrar y detrás de la puerta se ha ido Max, el archivista, el hombre del que supe de su existencia apenas en la mañana. He de confesar que me ha sorprendido porque se desenvuelve igual que mis abogados expertos, es más sin temor a equivocarme, se ha comportado a la altura y ha sabido responder a mis dudas mejor que los demás.

En mi cabeza sus palabras no desaparecen, la pasión con la que exponía el caso me recuerda a mi hace algunos años. Mi oficio me fascina, tanto así que logro olvidarme del mundo cuando así lo requiero, me olvido de los problemas que tengo en mi hogar, me olvido que me espera un marido que no me ama y que el motivo por el que se casó conmigo es meramente por conveniencia, lastima que descubrí esto demasiado tarde, cuando ya estaba atada a un matrimonio sin amor. Las leyes se han convertido en mi salida fácil.

Termino de formular la defensa después de escuchar un punto de vista diferente. Envío el archivo para que sea revisado en la siguiente reunión con todos los abogados y cuando todo se encuentra en orden, es cuando decido que es hora de ir a mi hogar, dulce hogar.

Con la maleta en mano, salgo dándome cuenta de que todos se han ido. No es algo que me moleste, siempre me recuerdo que los que trabajan para mi son personas que tiene familia, que tiene una vida más allá del trabajo y que si considero eso como importante, sé que mañana rendirán mejor en el trabajo. Todo se resuelven en que ambos ganamos.

Me encuentro frente al elevador, lo que hace que los recuerdos se apoderen de mí. Viene a mi cabeza imágenes nada decentes. ¿En que momento se me ocurrió que el mejor lugar para refugiarme es en los brazos de Max? Llegó un momento en que no sabia donde meterme o donde poner mis manos sin que estas sudaran. El aroma que desprende, sigue en mis recuerdos. Aunque lo que más persiste es el miedo de que ocurra lo mismo que en la mañana.

—El miedo no va a poder más. —Me repito una y otra vez—. Tú puedes Isabella, tú puedes.

Antes de ingresar, tomo un respiro profundo, tan profundo que soy capaz de sentir el aire ingresar a mi cuerpo hasta llegar a los pulmones. En ese instante se cierra la puerta conmigo adentro, ya más calmada. A unos cuantos pisos de llegar la caja se detiene y por un segundo tengo miedo de que se haya vuelto a averiar y esta vez quedaría aquí hasta mañana porque ya no hay quien me ayude. Sin embargo, este se abre y veo ingresar al mismo hombre de la mañana. Su aroma es lo primero que me golpea. Sin que se dé cuenta, aspiro más de la cuenta.

Por un segundo, nuestras miradas se encuentran, por la sorpresa, pero ninguno menciona ninguna palabra, ni siquiera por cortesía. De este modo, uno lejos del otro llegamos hasta la planta baja en donde cada uno se va por su camino. yo subo a mi coche y después de poner algo de música, me dirijo a casa.

Me detengo en un semáforo, entonces mis pensamientos se concentran en lo complicado que estuvo el día y al mismo tiempo me descubro sonriendo al recordar el encuentro con el chico del archivo. Confieso que me llama la atención, pero no puedo saber la razón exacta.

Continuo mi camino hasta llegar al estacionamiento de la casa. Desde aquí puedo ver las luces prendidas lo que me indica que mi querido esposo ya ha llegado o puede ser también que nunca salió y permaneció todo el día echado en el sillón jugando como si fuera un chiquillo. Voy más por la segunda opción.

Permanezco aquí porque deseo un poco de paz y tranquilidad. Desde hace tiempo, al cruzar la puerta es esa misma paz y tranquilidad la primera que desaparece. Me fumo un cigarrillo buscando un poco de calma, aunque sé a la perfección que esto no funciona.

Mientras lo hago, me pregunto, ¿cómo fue que llegué a esto? Hace algunos años me casé con el hombre que me espera adentro; ilusionada con formar una familia, tanto así que dejé pasar las banderas rojas que me indicaban desde el principio que este matrimonio iba a ser un desastre. A pesar de eso, me metí la idea de que el amor podía generar buenos cambios y creí firmemente que mi esposo iba a ser el mejor. No me imagine lo equivocada que estaba.

Un año me bastó para darme cuenta de lo equivocada que estaba. Apenas y pasó un año antes de que se cayera del pedestal en que lo tenía. Descubrir su infidelidad fue una puñalada en la espalda y en esa ocasión su reacción fue pedirle el divorcio enseguida, pero como buen manipulador, la supo convencer, además de que la enfermedad de su madre se convirtió en el constante ir y venir de ese matrimonio. Por alguna extraña razón dejó de lado la cuestión del divorcio y se quedó ahí, metida en un matrimonio sin amor y que más bien es de conveniencia, ya que, si se llegara a separar, es seguro que su esposo se quede con la mitad de todo lo que ha construido con mucho esfuerzo. Hasta que no encuentre la manera de impedir eso, seguirá soportando verlo ahí, echado en la sala y sin hacer nada.

El cigarrillo se termina, así que es momento de entrar. Aunque, enseguida que lo hago, me arrepiento de no haberse quedado a dormir en el auto. Escucho murmullos en el comedor y al caminar hasta ahí, ve a mi querida suegra y mi esposo, cuchichean algo que no logro escuchar con exactitud, como si temieran que alguien los escuchara, pero eso es lo de menos, verla aquí es sinónimo de enojo, siempre que viene aquí, me deja una sensación de inquietud, además de un mal sabor de boca.

Ella y yo jamás hemos compartido, por mi parte quise tener alguna relación cordial, aunque después de algunos intentos desistí, por su lado, ella vive en un idilio, pensando que soy la peor mujer para su pequeño retoño. Parece que ninguna mujer es suficiente para ese bebé que no deja crecer, es ella quien no quiere romper el cordón umbilical y mi esposo es el más feliz de saberse protegido en las faldas de su madre.




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