Amor ilegal

Un fin de semana

MAX

—rayos, me duele la cabeza. —Escucho la voz de Isabella a lo lejos. Abro los ojos dándome cuenta de que seguimos en la misma posición en la que estaba antes de cerrar los ojos. Su cabello es lo más cerca que tengo y me permito aspirarlo para que su olor se quede ahí, que no se me olvide.

—El mío esta igual —digo para que sepa que ya he despertado, además, quiero que sepa que no es la única con dolor de cabeza, aunque yo me encuentro bien.

Me incorporo y ella hace lo mismo, dándome cuenta de que no fue un sueño, es verdad ella se encuentra aquí y lo sorprendente de todo es que solo hemos dormido. Me levanto por completo de la cama dirigiéndome a la ventana. Abro un poco y compruebo que aún no ha amanecido del todo, pero pronto lo hará. Al voltear a la cama la veo a ella viéndome, como si no pudiera quitarme los ojos de encima.

—¿Verdad que soy hermoso? —bromeo un poco para quitar un poco de tensión al momento.

—Demasiado vanidoso de tu parte asegurarlo —responde en el mismo tono de broma.

—La manera en que me abrázate anoche me dice que no te soy indiferente.

—La verdad, es que no recuerdo demasiado, tal vez el alcohol. —Miente, tal vez para provocarme.

—Deseas que te recuerde un poco. —Regreso a la cama y la envuelvo en mis brazos, aspirando su aroma. Ella se deja y me sorprende que lo haga porque esto resulta demasiado íntimo, incluso más que si anoche hubiera existido otro tipo de encuentro.

Si ese fuera el caso, en estos tiempos, es algo que no se ve mal, que mientras los dos estén de acuerdo, no hay culpas; sin embargo, esto es distinto, así lo siento. Mi instinto me grita que no la deje ir y que de nuevo me permita probar sus labios.

Con suma delicadeza, con una de mis manos, volteo su rostro hasta que nuestras miradas se encuentran. Acerco mis labios a los suyos y nos damos un beso, suave, delicado, sin prisa, sin promesas, sin nada más que eso, un beso que puede significar muchas cosas.

—¿Te arrepientes? —me atrevo a preguntar para saber su permanezco en la cama o mejor salgo huyendo a un lugar seguro como mi hogar. Su mirada me dice más de lo que las palabras podrían decirme y es que su actuar es lo que me da la respuesta. Lleva su mano a mi nuca haciendo que me vuelva a acercar y de nuevo un beso. Nada más, solo eso, un beso. Y después solo abrazarnos, quedándonos así, sintiéndonos bien.

—Tengo hambre —expresa Isabella, mientras sigue abrazada a mi cuerpo.

—¿Pedimos servicio a la habitación? —Dudo un poco, bien a bien no sé en dónde estamos o, mejor dicho, ¿qué es lo que estamos haciendo aquí? Entre más lo pienso, me voy convenciendo de que eso es lo de menos, esta situación la puedo ver como un ancla que me ha sacado de la rutina. Encontrar un nuevo sentido a mi aburrida vida.

Me resulta interesante la manera en que ocurren las cosas. Hasta ayer apenas la conocía, si acaso vi su foto alguna vez y sabía que era mi jefa, pero en estos años no había coincidido con ella, lo que puede que sea extraño y ahora, casi en un parpadeo, la tengo abrazada a mi cuerpo, sin que hayamos hecho nada más que dormir, pero es una situación intima.

Mientras que mi cabeza se concentra en pensar y pensar, ella se encarga de hacer lo que le he propuesto. Marca al restaurante solicitando algo que desayunar. A este punto el tiempo ha corrido y ya es hora, creo que he perdido la noción del tiempo y puede que ella tenga algo de culpa. Busco mi teléfono para estar seguro de la hora, además de corroborar que mi esposa no me haya respondido, todo esto mientras ella sigue hablando por teléfono con la recepción.

—Es una locura esto, ¿no crees? —me dice en el momento en que cuelga el teléfono.

—Es verdad, ¿qué hago yo abrazada a mi jefa? —le pregunto mientras que regreso a la posición de hace unos instantes. Por alguna razón quiero permanecer de este modo, quiero que esto dure y quedarme con el hermoso recuerdo. Puede que sea una locura, pero esta locura me gusta. —Dejemos que la locura nos envuelva, que la locura sea quien nos gobierne, solo hoy. —Termino la frase susurrándolo en su oído, mientras me aferro a su cuerpo.

—Estoy de acuerdo. —responde volteando para quedar frente a frente o volver a besarme.

Esta vez no soy capaz de resistirme y mis manos cobran fuerza. Mientras nos besamos, puedo escuchar a mi corazón latir con desenfreno, puedo sentir despertar mi ser, un Maximiliano que se había encontrado dormido, es como si ella fuera un elixir que me hace ser consiente de mi realidad. Sentir la felicidad momentánea, poder sentirla con mis manos.

Los besos se convierten en algo más, esta vez, ella me permite adorar su cuerpo y yo solo puedo pensar en que soy un afortunado. No hay palabras, no se escucha nada más que el sonido de dos cuerpos amándose, siendo unos desconocidos hace poco, pero que ahora ya no lo son.

Los abrazos no faltan, y así permanecemos mientras asimilamos lo que acaba de ocurrir. Yo no puedo arrepentirme de algo que me ha dado más vida. Me abrazo con fuerza as ella, para que no se me escape y sigamos así, sin decirnos nada, solo sintiendo. Apenas y hablamos, y es lo mejor para ambos. Además, ¿qué decirnos si son las acciones las que lo dicen todo? En ocasiones las palabras rompen la magia y lo prefiero así, encerrarnos en la burbuja hasta que sea la hora adecuada de volver a la triste y cruel realidad.




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