Amor imprevisto

CAPITULO 2. “INDIFERENTE”

Liz estaba poniendo en orden unas cuantas carpetas, absorta en la acción que estaba realizando, porque cuando escuchó aquella profunda voz que le habló, literalmente se le erizó cada vello del cuerpo.

—Es hora de que comas.

Liz levantó lentamente la mirada para encontrarse de lleno con unos profundos ojos azules que la miraban fijamente.

—Es…está bien. —Titubeo Liz con voz una voz tiritona.

Era bastante obvio el hecho de que ella aún estaba nerviosa y avergonzada por lo sucedido en la mañana. Así que lo último que Liz deseaba era dar otra mala impresión.

 

                         * * *

Horas antes…

Después de haberse presentado, Gabriel la hizo pasar a su oficina.

Liz se asombró al ver el cambio de personalidad que tuvo Gabriel. De ser una persona grosera con mirada despectiva, pasó a ser una persona bastante profesional. Sin embargo, debía de admitir que aquella expresión indiferente no cambiaba tanto a como se veía cuando estaba molesto. Liz rápidamente se dio cuenta de que Gabriel era una persona que no sonreía a menudo.

Este es mi final, me va a despedir. Aunque técnicamente hablando, no me puede despedir ya que aún no comienzo a trabajar. Pensó Liz con un nudo en la garganta. Hay Dios mío, ¿Por qué tuve que abrir la boca?

Las manos de Liz comenzaron a sudar y sin darse cuenta surgió ese hábito de jugar y piñizcares las manos para calmarse, a tal grado que una de sus uñas comenzó a sangrar ligeramente.

Gabriel, quien no le había prestado la más mínima atención, lo hizo justo para ver cómo parpadeaba sin cesar y adoptaba la imagen de un ciervo herido.

Cualquier persona diría que la estoy intimidando.

No obstante, se apresuró a deshacer aquellos pensamientos que no eran propios de la situación. Tenía que concentrarse en cosas más importantes, como el hecho de ver si la joven que estaba frente a él merecía ser despachada a su casa o darle una segunda oportunidad.

Gabriel pasó una de sus manos por su oscuro cabello y suspiró. No tenía caso ponerse a pensar demasiado en la situación, ya que todo lo que estaba sucediendo había sido consecuencia de su mal genio. No era justo para la muchacha pagar por algo que él mismo había ocasionado al ser grosero.

Una minúscula sonrisa se instaló en sus labios al recordar la actitud que adopto Liz ante la situación. Hacía tiempo que no tenía ánimos de sonreír, pero quiso hacerlo al recordar su enfrentamiento con Liz. A diferencia de su aparente timidez no se quedó callada y escogió responder con la misma actitud que había recibido de él, y eso, aunque no quisiera admitirlo, le había gustado.

Gabriel, a sus veintiocho años, jamás había recibido ese tipo de actitud. Tal vez sí, pero solo por parte de su familia. Nunca pensó que una extraña muchacha como aquella vendría a ponerlo en su lugar.

Sonrió internamente.

Ella sin titubear o pensarlo dos veces se atrevió a mirarlo fijamente a los ojos y sostenerle la mirada pese a que su cuerpo parecía querer huir. Ella había mantenido esa actitud determinada mientras le contestaba con un tono diferente al de la complacencia. Gabriel era consciente de que ahora era un completo adulto y dueño de una empresa que generaba millones de dólares. Y quizás, solo quizás, debido a eso había olvidado un poco como era ser una persona, ya que, desde hace años en ese recinto se hacía lo que él decía. Sus deseos y ordenes eran absolutas, ya sean personas jóvenes o mayores y ni hablar de las mujeres. Esas criaturas sedientas de su atención eran las peores, actuando como animales sumisos. Pero aquello era algo en lo cual no le gustaba pensar. Sin embargo, volviendo a esa pequeña cierva herida… Ella no había dudado en hablarle como a un igual, desafiándolo. Debía admitir que tenía agallas.

—Mi secretaria te dio Las indicaciones de lo que debes hacer ¿verdad?

Liz lo contempló con sus verdes ojos muy abiertos.
¿Acaso escuché mal? Fue todo en lo ella que pudo pensar.

La joven procesó esas palabras muy lentamente. ¿No la correría? ¿Se quedaría con el trabajo?  Liz dejo escapar un largo suspiro y una gran sonrisa iluminó su rostro.

Gabriel frunció el ceño al ver esa radiante sonrisa. Su nueva secretaria era extraña, y sin duda no sabía que alguien podía sonreír de aquella manera.

—¡Sí! Ella me dejó todo muy claro—Liz sonó más entusiasmada de lo que le hubiera gustado. —Incluso tengo una guía con todo lo que necesito saber.

Entonces ya puedes retirarte la voz de Gabriel no era áspera ni molesta, pero si seria. —Ser mi secretaria no es un juego de niños. Soy una persona ocupada y alguien que se toma muy enserio su trabajo. Espero que sea igual, no toleraré una falla solo porque eres nueva, y no dudaré en reemplazarte si veo que no das la talla. Ahora, puedes comenzar a trabajar.

Liz trago saliva, asintió y luego salió de la oficina lo más rápido que pudo, aunque no olvidó cerrar la puerta al salir. Tomó su asiento y comenzó a trabajar de inmediato, ya que, si se tomaba un tiempo siquiera para girar la cabeza de la pantalla del computador, tenía miedo de ser despedida o reemplazada.




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