Era viernes y Liz estaba feliz de que, con ese día, ya hubiera pasado su primera semana.
Una semana menos de tortura y estrés, o al menos, así lo sentía Liz.
En estos cinco días, Liz no había cruzado muchas palabras con Gabriel, solo lo justo y necesario y esperaba que así siguiera hasta que su tiempo en aquella empresa finalizara.
Era innegable que, para Liz, el estar en presencia de Gabriel era algo abrumador. Ni siquiera era capaz de pensar de forma coherente. Era como si sus neuronas se derritieran, como si no fuera ella misma.
Liz sentía que Gabriel era alguien intimidante, serio y demasiado exigente. No obstante, su atractivo era algo innegable con lo que le costaba lidiar…incluso más de lo que le gustaría admitir. Aunque también sabía que nadie la podía culpar, después de todo, tenía ojos y reconocer la belleza de otras personas no tenía nada de malo. Además, al no tener suficiente experiencia con el sexo opuesto hacia las cosas más difíciles. Sobre todo, cuando Gabriel la miraba con esos intensos ojos azules. Incluso parecía estar en lo cierto sobre sus sospechas de que él la odiaba. Aunque, si lo pensaba de manera más lógica, llegaba a la sólida conclusión de que ese pensamiento era exagerado y que todo formaba producto de su imaginación. Después de todo, Gabriel tenía mejores cosas que hacer, y odiarla sin duda estaba en lo más bajo de sus prioridades.
Liz suspiró.
Lo mejor que podía hacer en estas semanas restantes era hacerse la desentendida con respecto a su incomoda relación laboral. Tenía que dejar de pensar demasiado y comenzar a concentrarse en su trabajo como debía, o terminaría ahogándose en un vaso de agua que ni siquiera estaba medio lleno.
— ¿Está confirmada la recepción de esta noche? — habló Gabriel con esa grave y firme voz.
Liz, que estaba sumida en sus pensamientos, casi impacta contra el techo del susto que le provoco la repentina interrupción.
Mientras antes me acostumbre a esa voz, menos asustadiza me veré. Se dijo a sí misma mientras su corazón latía como si corriera una maratón.
—Así es, señor. La recepción está agendada para las diez de la noche, solo hace falta que llegue la invitación para hacer el encuentro oficial. —dijo Liz con un tono robótico y sin míralo directamente.
Gabriel se quedó de pie, observándola con esos intensos ojos de color azul mientras veía como Liz volvía su mirada al monitor de su escritorio y comenzaba a teclear. Cualquiera diría que estaba ocupada, pero Gabriel reprimió el intento de una sonrisa al ver cómo trataba de fingir serenidad. Sabía que lo correcto era volver a su oficina si ya todo estaba confirmado, pero por alguna extraña razón, se divertía al ver como el pequeño ciervo se retorcía de manera incomoda cada vez que él aparecía a su alrededor, como si quisiera salir corriendo tras la mínima oportunidad.
Gabriel desde hace años no se interesaba por nada en particular, mucho menos en una mujer, pero, aunque no quisiera reconocerlo, Liz le llamaba la atención. Era interesante verla luchar contra sus instintos. Gabriel era consciente sobre lo intimidante que era su mirada, pero seguía presionándola, queriendo ver hasta donde podía aguantar el pequeño ciervo que solo quería huir.
Reconocía que Amelia era una secretaria competente y eficiente, pero Liz no lo hacía nada mal para ser una novata. Solo tuvo que llamarle la atención un mínimo de veces y mejoró cada aspecto que el criticó. Gabriel intentó ignorar esa curiosidad que Liz despertaba en él, después de todo, era una empleada más a su cargo y él no se interesaba por empleados. No negaba que en un principio le irritó ver lo despreocupada y poco perfeccionista que era. Pero en una semana ya había logrado casi igualar a Amelia. Le daba crédito a su esfuerzo, pero eso no significaba que no quisiera averiguar qué cosas hacían a Lizbeth tan interesante.
—Cuando llegue la invitación déjela en mi escritorio. —dijo Gabriel, y Liz apartó la vista del monitor haciendo que sus ojos se encontraran. El corazón de Liz comenzó a palpitar a toda prisa y rápidamente apartó la mirada.
Ella no había entrado a la oficina de Gabriel desde aquel primer encuentro, y tras lo presenciado en su hora de almuerzo, no le dejaban ganas de volver a poner un pie en ese sitio. Pero sabía que estaba siendo infantil y poco profesional al tener esos pensamientos. Este era su trabajo y sabía que solo era una empleada que pronto seria olvidada.
—Como usted diga…, señor. —Respondió Liz haciendo una leve mueca de disgusto.
Gabriel no respondió, en cambio, se dio media vuelta y volvió a su oficina con una pequeña sonrisa ladina que Liz no fue capaz de ver. Por alguna razón desconocida, le causaba gracia al escuchar como ella lo llamaba “señor”. La trémula voz de Liz, que casi siempre era temblorosa o asustadiza, se transformaba cuando lo llamaba con ese arquetipo, era como si un soldado le estuviese hablando a su superior, listo para recibir órdenes. Así que no podía evitar sonreír.
* * *
La mañana pasó increíblemente rápido y la hora de almorzar llegó.
Liz se estaba preparando para ir a comer, sin embargo, el sonido del ascensor la sobresaltó. Nadie acudía a ese piso dado a que era la oficina del CEO. Aunque claro, eso no quería decir que estuviera prohibido su acceso. Cada ciertas horas asistía el personal de limpieza, y también algunos días de la semana se realizaban reuniones durante largas horas, pero eran agendadas con anticipación, así que Liz se levantó de su lugar con curiosidad.