Amor imprevisto

CAPITULO 6.-"NEGACIÓN"

Gabriel manejó todo el camino en completo silencio. Reflexionando sobre sus acciones y sobre cómo no estaba siendo el mismo aquella noche. Aunque para ser precisos, no estaba siendo el mismo desde el día en que conoció a la señorita Tyler.

Aun no podía creer que estuvo a punto de besarla, ¿y lo peor? Él lo quería, en serio quería hacerlo.

El pensante Gabriel estacionó su deportivo frente a una pequeña casa, a la cual había llegado gracias a las justas y precisas indicaciones de Liz.

Este era sin duda uno de los momentos más incomodos que él había tenido en mucho tiempo, claro, eso si no contaba el momento de aquel fatídico primer día junto a Liz.

—Gracias por traerme a casa —. La voz de Liz era cortante y fría. Incluso ella misma se daba cuenta de ello, pero no le importaba.

Liz se liberó del cinturón de seguridad y estaba lista para bajar del auto y olvidar esa desastrosa noche para siempre. Estaba molesta con ella misma. Odiaba sentirse vulnerable, y, sobre todo, pese a la horrible situación que había experimentado, odiaba anhelar los labios de su jefe. ¡Dios! Si de algo estaba segura, era de que nunca más volvería a beber alcohol.

Gabriel notó el frío tono de voz de su secretaria y no la culpó. Aun así, no podía dejar que ella se fuera de ese modo, debía ofrecer una explicación y sobre todo una disculpa.

Liz estaba lista y dispuesta para huir, pero Gabriel la detuvo por el brazo.

—Yo… —él titubeó sin saber cómo comenzar—, lamento mucho lo de hace un rato. Debí prestar más atención y cuidarte como ameritaba la situación. Esta era tu primera asistencia a un evento como este y debí estar contigo. —Gabriel impregnó la mayor sinceridad que pudo.

Era extraño para él disculparse, sobre todo porque era una acción que no llevaba a cabo desde que era joven e inexperto. Pero la imagen de Liz, temblorosa y asustada le carcomía la conciencia. Tenía sentimientos encontrados. Por un lado, estaba la preocupación por su inexperta secretaria y por otro lado su recelo a intimar con ella.

Para él, Liz era una completa extraña a la que no quería conocer más allá del ámbito laboral. Sin embargo, todo su ser se sentía atraído como si hubiese caído bajo un embrujo.

Gabriel no negaba que Liz era atractiva de una forma en que solo ella lo podía ser. Y hasta ese momento, ninguna mujer había despertado en él algún indicio de curiosidad. Estaba confundido porque no comprendía que hacía a Liz diferente. Gabriel rebuscó en su memoria y se dio cuenta de que nunca le había dado a alguna fémina más de una mirada.

Él creció rodeado de mujeres que solo buscaban en él algo carnal o monetario. Nadie ofreció más y todas pedían atenciones que él no creía que mereciesen.  Desde su adolescencia vivió rodeado de atenciones y nadie podía culparlo, su apellido pesaba en sociedad y su apariencia era por sobre la media. Cosa que destacó aún más llegado a la adultez. Con los años aprendió a ocultar su corazón, esperando siempre lo peor de las personas y nunca se equivocó en ello. Todos y todas buscaban algún beneficio en él. Sus relaciones amorosas siempre fracasaron debido a que solo buscaban estatus y riquezas, mientras que sus amistades solo lo veían como un negocio. Todos quería algo de él, y no era precisamente el placer de su compañía.

Descartando a su familia, Gabriel no había tenido muestras de cariño significativas. Y no es como si su familia le hubiese demostrado mucho afecto a lo largo de sus años.

—Lo que sucedió no fue su culpa. Si tenemos que culpar a alguien, sería a ese viejo asqueroso. —Liz se estremeció. —Ahora, si me lo permite, quiero ir a descansar. Hoy fue una larga noche.

Gabriel no supo que más decir y Liz interpretó ese silencio como una autorización para irse.

—Entonces, que descanses, Lizbeth. Hasta el lunes.

Liz apretó los puños y en sus ojos se formaron pequeñas lagrimas que amenazaron con deslizarse por sus mejillas, pero las obligó a deshacerse. Estaba enojada. Quería gritarle que dejara de llamarla Lizbeth, que odiaba ese nombre, que no quería volver a verlo jamás en su vida, que lo odiaba a él, que renunciaba en ese mismo momento. Pero se tragó sus palabras y no hizo o dijo nada. En cambio, tomó una bocanada de aire tratando de calmarse. Cuando sus nervios estuvieron controlados, se bajó del vehículo lo más rápido que aquellos zapatos de tacón le permitieron y se encaminó a su casa. Liz solo necesitaba estar lo más lejos posible de Gabriel, quien estaba haciendo un lío con sus sentimientos.

Cuando ya estuvo frente a su casa, tuvo que reprimir el fuerte impulso de voltear la cabeza para ver si el auto aún seguía estacionado.

No mires, no pienses en él. Huye, escóndete bajo las sábanas y no veamos la luz del día hasta que dejemos este mundo.

Liz sabía que sus pensamientos estaban siendo extremistas, pero no podía evitarlo, su noche había sido un infierno.

Con manos temblorosas buscó las llaves de su casa, pero no estaban por ningún lado.

Maldita torpeza la mía.

Sus manos temblorosas eran más torpes de normal. No sabía si era debido a los nervios o al frio, pero sea cual sea la causa, su motricidad no estaba bajo control.

Estúpidas llaves ¿Dónde están?




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