El fin de semana había pasado frente a los ojos de Liz. Se había divertido tanto, que no tuvo tiempo de pensar en cosas negativas. La agradable sensación de haber disfrutado al máximo junto a sus amigos se superponía a todos sus pesares.
Era lunes por la mañana y Liz se estaba acicalando para ir a trabajar una vez más. Por alguna razón que Liz desconocía, se había despertado más temprano de lo normal y tenía una extraña energía que en ella era desconcertante.
Mientras la pelinegra terminaba de colocarse sus zapatos de tacón, escuchó como alguien luchaba y refunfuñaba a todo pulmón desde su cocina.
Liz sonrió.
Asomando su pequeño cuerpo en la cocina, Liz fue a ver cómo le iba a Maggie con la preparación del desayuno. La rubia había insistido en que Liz necesitaba comer más y decidió que prepararía su desayuno todos los días ya que Liz no comía de forma voluntaria. Si su pequeña y obstinada amiga no comía por ella misma, seria ella quien le diera de comer. Quisiera la pelinegra o no.
—Parece que necesitas ayuda con eso—. Rio Liz al ver como la rubia luchaba contra unos simples huevos fritos.
Maggie le lanzo una mirada de advertencia. —No me culpes por esto. —suspiró con frustración— En casa tenemos a alguien que se encarga de esto. Desde ahora en adelante tomare con más cariño el trabajo de Anna—. dijo Maggie, haciendo un puchero.
Liz caminó hacia su amiga esquivando a su felina amiga que había optado por dormir en medio de la cocina, tomo el lugar de Maggie y dándole un suave caderazo la desplazó de lo que estaba haciendo.
El vivir sola le había dado a Liz bastante experiencia en las artes culinarias quisiera o no. Gracias a eso, podía preparar casi de todo, y unos huevos fritos no eran nada de qué preocuparse.
Mientras ella tomaba el control de su cocina, los recuerdos del día viernes por la noche golpearon su mente sin ser llamados, dejándola casi perpleja. Liz había olvidado por completo aquellos sucesos.
— ¿Estás bien? —pregunto Maggie al ver como el rostro de Liz palidecía.
La pelinegra trató de sonreír. —Claro, es solo que me acorde de algo desagradable.
Maggie podía distinguir perfectamente entre una mueca y una sonrisa— ¿Y ese algo desagradable tiene nombre? —el rostro de Maggie tenía una expresión de diversión.
Liz abrió sus ojos. ¿por qué era tan predecible?
—Al parecer tengo todo grabado en el rostro. Es horrible tener que mortificarme tan temprano con ideas vagas que no me llevarán a ningún sitio.
Maggie rio. —Bueno, supongo que ahora te está tocando vivir aquellas cosas que no experimentaste del todo en tu adolescencia—. La rubia se encogió de hombros.
—Mejor haz algo más productivo. —gruño Liz. — Dale de comer a Mila, ella necesita bastante comida y agua.
Maggie con una sonrisa pícara hizo lo que su amiga le pidió. Era gracioso molestarla, sobre todo porque valía la pena ver sus muecas tan graciosas.
Cuando Liz terminó de preparar el desayuno, deposito cubiertos y vajilla para que ambas pudieran comer o de lo contrario Maggie se la pasaría refunfuñando. Liz se sentó en la pequeña mesa para dos personas que estaba en la mitad de su cocina y espero a que su amiga se sentara junto a ella.
—Gracias por el desayuno tan delicioso que me preparaste— bromeó Liz, llevándose la taza de café a la boca.
Maggie sonrió de mala gana y movía su cabeza de un lado a otro. —No te burles, traté de hacer lo mejor que pude. Pero si querías que queme tu casa, me hubieras dejado continuar.
—Solo bromeo, gracias por intentar hacer algo para mí.
—Sabes que haría lo que fuera por ti. —expresó Maggie con miel rebosante en la voz.
—Eres una pesada. —parloteo Liz en un susurro.
—No soportas nada. —respondió Maggie, ocultando una sonrisa.
Era agradable cuando las dos bromeaban de aquella manera, era algo tan natural entre ellas y ambas disfrutaban de la compañía de la otra. Maggie pasaba casi la mayor parte de su tiempo libre en compañía de Liz, ambas se trataban como hermanas.
Cuando ambas quedaron en silencio, Liz supo que era el momento perfecto para pasar a un tema más emocional y profundo.
—Entonces... Tú y Lucas...— Liz alzó sus cejas rítmicamente en forma burlona.
Maggie, quién estaba sorbiendo su café, se atraganto con este ante aquella insinuación. Liz observo la escena y su sonrisa se enancho. Al parecer todas sus predicciones se estaban haciendo realidad.
Maggie, que no esperaba ese tipo de pregunta, tornó su rostro a un color rojizo, y no era a causa del percance con el café.
Aquel fin de semana, Lucas había conocido por primera vez a Maggie, y ambos, como en una película de romance, habían conectado de inmediato. La atracción entre los dos incluso se podía palpar.
Entre los tres, idearon un panorama que consistió en ir al cine para que Lucas y Maggie se familiaricen. Ya entrada en la noche, pidieron comida china y comieron en casa de Liz. Ya para el domingo todo fue un plan de Lucas. Donde el panorama consistió en ir al parque de atracciones, y por la tarde, un picnic en el parque más grande de la ciudad. Cuando la noche se hizo presente, por capricho de la Maggie, tuvieron una tarde de películas en casa de Liz, la cual no opuso resistencia al ver el rostro suplicante de su amiga al notarse que todo era una excusa para poder estar más tiempo en compañía de Lucas.