Amor imprevisto

CAPITULO 9. “IMPULSO”

Pasaron exactamente tres semanas desde que Gabriel estuvo en casa de Liz. 

Todo seguía normal entre ellos, con la excepción de que ahora, Gabriel, se había vuelto alguien más agradable. Liz sabía que no era algo de lo que alardear, que era lo mínimo si se buscaba tener un buen ambiente laboral. No obstante, algo dentro de Liz le decía que todo estaba cambiando.

—Buenos días, Lizbeth. —dijo Gabriel, obsequiándole el destello de una sonrisa.

Las sonrisas, aunque no eran un gesto completo, eran un claro ejemplo del cambio. Aun detestaba que la llámase por su nombre de pila, pero lo dejaba pasar ya que el tono con el cual lo pronunciaba era bastante dulce.

—Buenos días, señor. — saludó Liz, y correspondió la invisible sonrisa.

 A Gabriel no le agradaba que ella lo llamase Señor. Lo hacía sentir viejo, y cada vez le era menos tolerable. Era consciente de que Lizbeth solo estaba siendo profesional, pero se moría de ganas porque solo lo llamase por su nombre.

— ¿Hay alguna novedad para hoy? —pregunto Gabriel antes de dirigirse a su oficina.

 Liz negó con la cabeza.

—Nada nuevo, señor. Hace unos minutos recibí una llamada de la secretaria de Don Will. Me pidió que le dijera que lo llame en cuanto tenga tiempo.

Gabriel asintió con la cabeza antes de encerrarse en su oficina.

Gabriel dejó su maletín sobre su escritorio y se dejó caer en su cómoda silla.

Se preguntó qué clase de problema le pudo haber surgido a Will, uno de sus socios, para que tuviera que llamarlo.

Gabriel suspiró.

Él no solía comunicarse mucho con Will, quién se caracterizaba por ser un hombre confiable e independiente. Ambos, habían llevado a cabo innumerables proyectos que fueron catalogados como todo un éxito.

Si quería que se comunicara con él, significaba que algo sucedía. Ya lo llamaría más tarde. Confiaba en que no fuera algo grave. De momento, tenía cosas en las que pensar.

Tras lo acontecido en casa Liz, Gabriel no había tenido una nueva oportunidad de acercarse a ella. Ni siquiera con alguna pobre excusa que les permitiera estar a solas. No podía comprender su necesidad de verla a cada momento.

Lo único que lo consolaba, era saber que Liz se sentía de la misma manera. Gabriel no había descubierto este suceso por gusto, más bien, fue gracia a una cadena de deliciosas casualidades.

Hace una semana, lunes para ser exactos. Gabriel y Liz se encontraron frete al ascensor. Liz le dedicó una sonrisa nerviosa y Gabriel sintió que su día ya era lo suficientemente bueno.

A medida que subían de piso, más funcionarios se les unían en el elevador, evitando que ambos estuvieran solos.   

Al ser lunes, el ascensor estaba repleto de trabajadores. Por lo que Liz y Gabriel habían quedado tan juntos, que sus cuerpos prácticamente se rozaban entre sí.

Liz estaba casi pegada a la fría pared, mientras que Gabriel la cubría con su gran cuerpo para evitar que la aplastaran. Él podía sentir la mirada de su secretaria sobre su cuerpo. Una sonrisa de satisfacción se instaló en sus labios.

De vez en cuando, y mientras más personas comenzaban a subir, no quedó más opción que apegarse más. Para cuando el ascensor llegó a su capacidad máxima, Liz y Gabriel estaban casi uno sobre el otro.

De un momento a otro, y sin que Liz se diera cuenta, Gabriel se había girado para quedar frente a ella.

Por lo general, Gabriel solía llegar pasada la hora punta de la entrada laboral, por lo que se saltaba el tráfico humano que se aglomeraba para llegar rápidamente a sus puestos. Aquí se dio la primera casualidad; Resulta que, ese lunes, Gabriel necesitaba hacer algunas reuniones, lo cual, le exigió llegar temprano.

Mientras Gabriel veía como la gran caja metálica, que solía estar siempre vacía para recibirlo, se llenaba. Deseo tener un ascensor privado, pero la idea rápidamente se descartó cuando vio que podía estar a centímetros de Liz.

Cuando la pobre secretaria lo vio a escasos centímetros de su cuerpo, su rostro, el cual era pálido lechoso, se tornó colorado. Gabriel quedó fascinado con aquella imagen. Incluso disfrutó ver como la respiración de Liz se volvía irregular pese a que ella hizo un gran esfuerzo por ocultarlo. Liz luchaba por mirar hacia otro lado. Pero al tenerlo de frente, se le complicaba poder hacerlo.

Gabriel fingió indiferencia lo mejor que pudo. Solo la miraba cuando sabia que ella no le estaba prestando atención. Era divertido y atractivo ver como trataba de esconder sus expresiones, cosa que se le daba fatal. Desde que Gabriel conoció a Liz, ella siempre reflejó todo en su rostro. Lizbeth era un libro abierto.

Cada vez que sus cuerpos se rozaban, Liz abría los ojos y buscaba un punto fijo para mirar mientras su pecho subía y bajaba con rapidez. Gabriel quería grabar en su memoria todas sus expresiones. Incluso su aroma lo tenia identificado. Liz olía como el bosque en plena primavera. Era difícil de describir, solo sabía que nadie olía tan delicioso como ella.

Sus manos se rozaron en un punto y Gabriel abrió los ojos al sentir como si una corriente eléctrica hubiese recorrido su cuerpo. Sus ojos se encontraron con los de Liz y supo entonces, que ella también lo habías sentido.




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