Liz estaba furiosa y Darío era el principal culpable de su mal genio. Al principio, se sorprendió al descubrir que él sería un de sus profesores. Liz, como toda una adulta, decidió ignorar el cómo y cuándo lo había conocido para no generar malentendidos. Después de todo, solo se lo había topado dos veces.
Lizbeth trató de ocultar la sospecha que sentía por su nuevo profesor y se dijo a sí misma que todo era producto de una muy mala casualidad.
Darío a su vez, sonrió internamente al ver como Lizbeth evitaba su mirada. Por más que quisiera esconderlo, podía sentir como Lizbeth emanaba desagrado en su contra.
Es demasiado evidente.
Darío pudo haber evitado incomodarla y concentrarse simplemente en impartir la clase, pero eso, no le generaba ninguna satisfacción. Por ende, a lo largo de toda la clase y de manera muy evidente, Darío no le quito los ojos de encima a Liz ni siquiera para pestañar.
Esto provocó que Liz se retorciera llena de incomodidad. Y ese escenario se repitió continuamente durante los noventa minutos que duró la clase.
Si esto sigue así, tendré que cambiarme de grupo… pero… no quiero dejar a Maggie.
Liz estaba teniendo una lucha interna respecto a que hacer. Por una parte, odiaba la idea de cambiarse de grupo y dejar a su amiga, pero se sentía demandado incomoda en la clase de Darío. Odiaba ser observada fijamente con unos ojos tan penetrantes.
— Liz, ¡Liz! —exclamó la voz de Maggie.
Liz, luego de pestañear un par de veces, miró a su amiga presa de la confusión.
— Perdón, ¿Me hablabas? —preguntó Liz, con algo de vergüenza.
—Te estoy hablando desde hace rato. —Maggie sonrió con picardía. —Yo que tú, mejor confieso que es eso que te tiene en las nubes. — Maggie apuntó a Liz con su tenedor a modo de amenaza.
Liz llevó su vaso de jugo a la boca y le dio algunos sorbos. No sabía si era correcto contarle a Maggie la extraña situación que estaba experimentando. No creía que su encuentro con el nuevo profesor fuera algo que mereciera ser contado. Además, cabía la posibilidad que el sentirse observada fuera solo un producto de su imaginación.
Pero es Maggie, si le explico todo, sé que ella sabrá qué hacer.
Liz dejó escapar un suspiro de resignación. Era mejor decirle todo a Maggie. Al fin y al cabo, ella siempre tenía una solución para todo. La cuestión era, que no sabía que decir sin sonar como una paranoica.
Que Darío resultara ser un nuevo profesor en su universidad podía ser simplemente una coincidencia. No obstante, algo dentro de ella le gritaba que las coincidencias no existían. Además, no quería ser presuntuosa al pensar que el nuevo profesor la estaba siguiendo.
Maggie, por su lado, observó como Liz fruncia el ceño mientras parecía debatirse. Maggie se encogió de hombros. Sabía que tarde o temprano hablaría, así que, mientras lo hacía, Maggie se decidió por terminar de comer su ensalada de frutas. Total, ambas tenían bastante tiempo antes de su siguiente clase.
Liz, ya decidida, tragó saliva y se acomodó mejor en su silla.
Maggie al verla, alzó las cejas con interrogación.
—Verás…Puede que suene algo loco lo que voy a decir, pero da la casualidad de que conozco al nuevo profesor de neurología—dijo Liz algo avergonzada.
Maggie alzó sus delineadas cejas con asombro.
— ¿Y cómo es que yo no sabía que lo conocías? ¿De dónde es? ¿Es algún familiar perdido o algo así? — preguntó Maggie con mucha curiosidad.
Liz suspiró y negó con la cabeza. Eran muchas preguntas, pero solo había una respuesta.
—El fin de semana pasado, Gabriel y yo fuimos a una feria muy hermosa—Liz suspiro—. Quise ir al baño, y cuando estaba en medio de la fila sentí que alguien me jalaba fuera.
>> No sabía que estaba pasando, de hecho, creí que era un ladrón y me asusté, pero después de aclarar que todo fue un malentendido, él coqueteo conmigo—. Liz tenía una expresión de horror y asco en su rostro.
Maggie abrió la boca de la impresión. Eso era algo bastante raro.
— ¿Gabriel lo sabe? —quiso saber Maggie.
Liz negó con la cabeza. —No creí que fuera importante—. Liz se encogió de hombros—Las probabilidades de encontrarme con él nuevamente eran mínimas—. Argumentó Liz, antes de llevarse un pequeño trozo de carne a la boca.
—Eso explica por qué te miraba tanto en clases—razonó la Maggie en voz baja.
Liz se sonrojó de vergüenza y Maggie sonrió ampliamente. En la mente de la rubia se armó una increíble película de romance teniendo a su amiga como protagonista. Por fin había llegado el día en que Liz estuviera atrapada en un triángulo amoroso. Maggie sonrió por dentro. Tendría que comprar palomitas y sentarse a disfrutar de la novela que se estaba comenzando a desarrollar.
— ¿Entonces qué hago ahora? —pregunto Liz con pesar.
Maggie sonrió con picardía, pero se encogió de hombros.
— Creo que si lo ignoras todo estará solucionado en un tiempo—dijo Maggie, aunque sabía que solo eso no funcionaria. Toda la clase y ella fueron testigos de cómo el profesor miraba a Liz. Eso no se solucionaría con solo ignorarlo, pero tampoco quería que Liz se sintiera incómoda. —Después de un tiempo se aburrirá de que lo ignores y te dejará en paz. —Esas palabas ni Maggie se las creía, pero de manera ingenua, Liz asintió con mucho entusiasmo.