Amor imprevisto

CAPITULO 20. “CONFUSIÓN”

Gabriel escuchó con atención cada una de las palabras que dijo Rose. Y creyó cada una de ellas.

—Yo nunca quise abandonarla—. Rose dejo escapar un par de lágrimas. —Las circunstancias me acorralaron y no me quedó otra opción.

Gabriel esquivó la mirada de Rose. Se sentía incómodo viendo llorar a la madre de su novia, además, nunca sabia que hacer en casos como esos. Así que optó por apartar la mirada.

—Liz es mi todo, yo amo a mi hija— recalcó Rose aún con las lágrimas deslizándose por sus mejillas. Esto era demasiado fácil. Fingir un par de lágrimas no requería ni de su mínimo esfuerzo. Además, al ser atractiva sabía que era imposible resistirse a ella.

Una voz desconocida dentro de Gabriel le advertía que se arrepentiría si se involucraba más esta mujer, pero su deseo por ayudar a Lizbeth era más fuerte que esa voz. Así que, sin dudarlo, dijo las siguientes palabras.

—Si lo que acabas de decir es verdad, entonces tienes toda mi ayuda—. Dijo Gabriel.

Rose sonrió complacida. A simple vista, era una sonrisa de agradecimiento, pero en el fondo, Rose se regocijó sobre lo sencillo que le resultó todo. Había sido mucho más sencillo que sumar dos más dos. Rose estaba lista para la oposición de Gabriel, no esperaba su cooperación. Tenía ganas de reír. Gabriel había caído justo en su trampa.

—Tener tu ayuda simplificaría todo—. Sonrió Rose.

—Tendrás mi ayuda, pero como te dije anteriormente— La voz de Gabriel contenía una palpable advertencia—, si ella sale lastimada no te lo perdonaré y te hundiré en la miseria.

Rose tragó saliva, pero sonrió.

—Sería incapaz de lastimar a Lizbeth. Ella lo es todo para mí.

Después de todo ella es mi mina de oro.

Espero que todo se resuelva de buena manera. Cooperaré tanto como me sea posible—. Dijo Gabriel.

Rose asintió totalmente maravillada. Con Gabriel de su lado, sería más sencillo acercarse a Lizbeth. Hablarle bonito y fingir ser una buena madre era un papel que estaba dispuesta a desempeñar. Después de todo, ¿Quién no desea el cariño de su madre?

Solo tendría que estar con ella unas semanas y ganarse su cariño una vez más. Cuando eso estuviera cubierto, haría que investigador y él imbécil de su ex dieran con Lizbeth. Luego de eso, solo hacía falta una firma de la pobre idiota y todo seria de ella.

Rose miró a Gabriel y le volvió a sonreír.

—Gracias por ayudarme. Hare que valga la pena.

Gabriel negó con la cabeza.

—Solo deseo la felicidad de Lizbeth. Esa es la única razón por la que coopero.

Rosé asintió, ahora que ya tenía el primer paso de su plan concretado, ya no tenía motivos para quedarse en el hospital.

Rose se levantó de su asiento, y Gabriel la imitó sin darse cuenta.

Gabriel por su parte, tenía la intención de despedirse solo con un apretón de manos. Sin embargo, Rose ignoró adrede el gesto y en cambio, se lanzó a sus brazos.

—No sabes cuánto te agradezco todo lo que estás haciendo por nosotras. —susurró Rose en el oído de Gabriel.

Gabriel se congeló. No sabía cómo reaccionar al repentino contacto. Su instinto le dijo que se apartara, pero su cuerpo no reaccionó. Ese abrazo le provocó una desagradable sensación.

—Agradecería que quitaras tus manos de mi novio—dijo Liz con ira en la voz.

Gabriel miró a Liz con los ojos abiertos y Rose obedeció mientras colocaba una expresión melancólica.

A Liz le comenzó a punzar el ojo derecho a causa del estrés. No podía dar crédito a lo que veían sus ojos. La escena que había presenciado le dio escalofríos. ¿Gabriel abrazando a su madre? Esa era algo que no hubiese querido ver nunca.

Rose por su lado, estaba disfrutando el ver como su hija distorsionaba ese bello rostro. Sin embargo, los planes no incluían hacerla su enemiga. Tenía que ganarse su afecto, no hacer que la odiase aún más.

—No te hagas una idea equivocada, Lizbeth. Solo charlamos un momento y le estaba agradeciendo su ayuda—. Dijo Rose con expresión lastimera.

Liz apretó los puños.

—Entonces soy yo la que interrumpe. Así que será mejor me vaya—dijo Liz, enfadada.

Gabriel cuando vio que Lizbeth se giraba y se marchaba, algo dentro de él se desesperó. No esperaba que ella mal interpretara aquella escena.

Liz se marchó enfadada. Era mejor volver al cuarto con Maggie y esperar a que su enojo se disipara.

Caminó como alma que lleva el demonio. Las lágrimas querían aflorar y no sabía por qué. Era absurdo que se molestara solo por un abrazo. Aun así, cuando vio esa sonrisa en el rostro de Rose, algo dentro de ella hirvió. Rose era su madre, pero no le agradaba nada. Había pasado demasiados años lejos de ella como para sentirla parte de su familia.

De pequeña, nunca recibió un amor incondicional por parte de Rose. No obstante, ahora parecía ser una persona completamente diferente. Como si fiera otra persona. Ahora se veía más joven y vestía ropa cara. Ni siquiera aparentaba los cuarenta y dos años que tenía. Liz estaba en guardia porque no sabía con qué intenciones había vuelto.




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