—Esto va a la mesa tres— dijo una voz perteneciente a una señora mayor.
Liz recibió el pedido que contenía un plato con una porción de papas fritas y una hamburguesa de doble queso. Liz le sonrió a la amable señora que le tendió la comida y se giró hacia la zona de clientes para entregar las órdenes.
Habían pasado dos meses y para suerte de Liz, las cosas iban con calma.
El padre de Maggie fue dado de alta con una favorable recuperación. Él medico habló con la familia y aseguro que Marcus estaba fuera de peligro, pero que necesitaría una dieta estricta y hacer rehabilitación para recuperar las funciones perdidas. Para suerte de Marcus, no era mucho lo que había que trabajar y en este lapso de tiempo, la recuperación había sido satisfactoria.
A su vez Marcus, al ver que su vida estuvo casi acabada, reflexionó sobre algunas cosas, entre las cuales, estaba la relación de su hija, la que, por cierto, aceptó a regañadientes.
Liz estaba feliz por su amiga. Se veía mucho más feliz y su estado de ánimo mejoró significativamente.
—El amor siempre vence—. Había dicho Maggie cuando la llamó por teléfono para contarle sobre la decisión de su padre.
Liz estaba feliz al ver que Maggie por fin podía estar junto a la persona que quería. Porque en cuanto a su propia relación con Gabriel, ella no sabía que pensar.
Durante los dos meses que transcurrieron, Gabriel no la había contactado. Luego de la “pelea” que habían tenido en medio de las escaleras del hospital, Liz no supo nada de él. Trató de llamarlo, pero las llamadas no entraban y la desviaban directo a la contestadora. Los mensajes que le envió tampoco fueron contestados. Incluso lo buscó en su oficina, pero nadie le entregó información.
Y unas semanas después, Liz vio en las redes sociales una foto de Gabriel con Sandra saliendo de un hotel en un país extranjero y entrando en un auto. Los titulares decían cosas como “Dos solteros disfrutando de su tiempo libre” y “¿Será esta una nueva relación?”
Liz quedó en shock cuando vio las fotos. No había contexto, pero verlos juntos le rompió el corazón. Ya no sabía que pasaría su relación, si es que quedaba una. En medio del llanto nocturno, se dijo incontables noches que todo había sido su culpa.
Liz era consciente de que estaba perfectamente bien sin un hombre a su lado. Después de todo seguía respirando y estaba segura de que no moriría, pero, aun así, la ausencia de Gabriel le dolía. Le dolía que no le dijera que se iba, que ya no la quería.
Al menos había logrado conseguir un trabajo en donde podía distraerse. Liz se estaba desempeñando como mesera en un local de comida rápida.
— ¿Estas bien, querida? — preguntó Magda, la dueña del local y encargada de la cocina.
Magda era una veterana de sesenta años. Era viuda y dirigía ella misma el local de comida rápida mientras era la encargada de preparar la comida.
La señora era una mujer agradable que en sus ojos reflejaba lo mucho que había aprendido de la vida. Era una mujer de expresión amable que trataba a sus trabajadores con mucho cariño.
—Solo pienso en tonterías—. Se excusó Liz. —No es nada de qué preocuparse.
Liz no pretendía dejar a la vista su tristeza, pero era imposible ocultar sus emociones. Cuando pensaba en Gabriel, su pecho se oprimía y le daban ganas de llorar desconsoladamente. Liz no podía creer del todo que Gabriel la hubiera abandonado. No luego de haberle prometido que siempre estaría para ella.
—Apuesto un dólar, a que tu tontería tiene nombre y apellido—dijo Magda, guiñando un ojo.
Liz no pudo evitar sonreír.
—Supongo que soy demasiado evidente—. Dijo Liz—, pero tiene razón. Se llama Gabriel—confesó Liz.
—Espero que ese muchacho merezca tus suspiros y pensamientos—dijo Magda con aquella maternal voz. —Eres una jovencita muy hermosa y dedicada.
Liz sonrió ante sus elogios. Estaba por contestar a Magda cuando la interrumpió la gruesa voz de Darío.
—Quien diría que incluso en uniforme de mesera te verías tan sexy—dijo el profesor. —Debería ser pecado ser tan linda.
Liz coloco los ojos en blanco ante su comentario, pero le sonrió.
Pese a que intentó ignorarlo durante semanas, lo encaro e incluso le gritó, nada cambió. Darío siguió acercándose a ella con bromas y con su compañía.
Liz le comentó a Maggie sobre Darío y su manía de no dejarla en paz, pero su amiga se encogió de hombros y le sugirió que cambiara de táctica.
—Si no puedes contra tus enemigos, úneteles— dijo Maggie. Y eso fue lo que hizo Liz.
En primer lugar, pese a los comentarios y compañía indeseada, el profeso no intentó nada extraño. Solo bromeaba con ella y no le hizo ninguna propuesta indecente o algo por el estilo, por lo que Liz poco a poco comenzó a bajar la guardia a su alrededor.
Primero fue una invitación a tomar un café. Luego, fue una caminata hacia una clase. Y cuando Liz se dio cuenta, era capaz de entablar una conversación decente con él.
Darío aún hacía varias bromas que Liz no lograba entender del todo, y siempre le tomaba el pelo, pero ya no le desagradaba. Darío era egocéntrico y dejaba al descubierto su alto aire de superioridad, pero hasta el momento, era él quien se encargaba de que sonriera.