Amor imprevisto

CAPÍTULO 22 “RETORNO”

—Como cada día, gracias por acompañarme a casa. —Dijo Liz con una media sonrisa—Supongo que nos vemos mañana en clases—se despidió.

—Por favor, no me extrañes demasiado—. Bromeó Darío mientras subía a su coche.

Liz colocó los ojos en blanco y una sonrisa se dibujó su rostro mientras se giraba hacia su casa.

Liz se detuvo unos segundos frente a su puerta mientras buscaba sus llaves.

El aire estaba fresco, y un escalofrío recorrió todo el cuerpo de la muchacha. Cuando hubo encontrado las llaves, las deslizo en la cerradura y la soledad de su casa la recibió.

Liz encendió las luces y vio que, en el sofá, hecha un ovillo estaba Mila.

Al menos, no estoy completamente sola.

Liz caminó despacio para no despertar a su felina amiga y se dirigió hacia su habitación. Pese a que solo asistía dos días de la semana a clases, hoy había sido un día agotador. Y su estado de ánimo sombrío no la ayudaba a sentirse mejor.

Sin ganas de cambiarse a unas prendas más cómodas, Liz se dejó caer en la cama, totalmente derrotada.

Sus recuerdos con Gabriel inundaron su mente haciendo que lágrimas se deslicen por sus mejillas sin darse cuenta.

Se sentía vacía. Odiaba sentirse tan impotente. Quería reclamarle a Gabriel por haberla engañado, gritarle por ser una persona que la había ilusionado para luego haberla abandonado a su suerte. Se sentía tonta por haberse enamorado de un tipo así.

—Me vuelto una llorona—. Se dijo a sí misma, como si se estuviera regañando.

Liz estaba absorta en sus propios pensamientos, por eso, cuando el timbre sonó por tercera vez, se sobresaltó.

Liz frunció el ceño al darse cuenta de que no eran horas de visita. Maggie por lo general le avisaba cuando estaba por visitarla, pero hoy, le había enviado un texto alrededor de las cinco para decirle lo emocionada que estaba por ir al cine con Lucas. Quizás estaba emocionada por contarle sobre su cita que no se dio cuenta de la hora.

Con una sonrisa burlona, Liz se dirigió hacia la puerta. Cuando la abrió, vio que frente a ella había un perfecto y hermoso ramo de rosas de color rosa.

Liz abrió los ojos por la sorpresa. El ramo estaba hermoso.

Cuando superó la impresión, Liz miró a la persona que se ocultaba tras el ramo. Los ojos de Gabriel eran tal y como ella los recordaba. Bellos y de un azul profundo que parecían consumirla.

—Son unas flores muy hermosas—dijo Liz, recibiendo el ramo de flores. Sus manos temblaban, pero se esforzó para que no se notara.

—Me hace feliz saber que te gustaran. —dijo Gabriel con un tono de duda. —Yo quiero pedir perdón por mi ausencia.

Liz observó a Gabriel. El hombre del que no supo nada en dos meses. Del que solo vio unos cuantos artículos con otra mujer.

Sin darse cuenta, las lágrimas inundaron sus ojos nuevamente. Odiaba sentirse tan feliz de verlo. Odiaba que su ser quisiera lanzarse a sus brazos sin exigirle una explicación. Sin embargo, controló esos impulsos.

Gabriel se acercó para tratar de consolarla. ¿Qué se podía decir en este tipo de situación? Él la había abandonado sin decirle nada. Era normal que estuviera molesta. Él esperaba que le gritara en el mismo momento en que la vio. En cambio, lloró. Él nunca quiso hacerla llorar.

— ¿Por qué lloras? —preguntó Gabriel.

Esa era una pregunta estúpida considerando que Liz no cesaba de llorar. Pero cuando vio la mirada de fuego en el rostro de joven, Gabriel supo que más que un error, aquella pregunta sería su perdición.

— ¿Por qué lloro? —pregunto Liz, y su tono contenía sarcasmo. ¿Acaso no se daba cuenta de que había hecho una pregunta absurda? — ¡Lloro porque estoy enojada y aliviada! —gritó Liz—No sabes cómo me preocupe. Te busqué por todos lados, pero no supe nada de ti. Pensé que me habías abandonado. No contestaste mis llamadas y después vi fotos tuyas con esa chica—la voz de Liz perdió fuerza. —Si ya no te interesaba, no te costaba nada decírmelo en la cara—las lágrimas seguían desbordándose de los ojos de Liz.

Gabriel la miro con los ojos muy abiertos.

¿De que fotos estaba hablando?

Gabriel había vuelto hace un par de horas. Pasó por su departamento y se reunió con Trina para hablar del espantoso viaje y del plan de su padre.

Trina lo regañó unos buenos minutos y luego lo ayudó con las rosas. ¿Y de que chica hablaba?

Gabriel estaba confundido. Había pasado dos meses sin verla y todo lo que quería era besarla. No tuvo tiempo no ganas de ver a otras mujeres. De pronto, sus recuerdos trajeron la imagen de Sandra.

—¿Te refieres a Sandra? —la voz desconcertante de Gabriel hizo que Liz frunciera el ceño, pero asintió. Incluso buscó los artículos en su teléfono para enseñarlos.

—Esto lo vi hace unos días. Por eso creí que ya no estabas interesado en mí. —Liz le tendió su celular.

Gabriel lo tomó. Cuando vio las fotos, la ira lo invadió. Las fotos lo mostraban a él y a Sandra abandonando el hotel de Shanghái. Fue cuando había perdido su equipaje y se dirigía con ella a la embajada.




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