Liz estaba feliz, y su felicidad se reflejaba en cada poro de su cuerpo.
Ni siquiera recordaba la última vez que había sonreído desde el fondo de su corazón.
—Te ves radiante—dijo Magda, al ver la imborrable sonrisa de Liz.
—Esta vez, tengo mis motivos—confesó Liz.
La veterana estalló en carcajadas mientras depositaba dos órdenes frente a la muchacha. Se alegraba de ver que por fin su joven trabajadora se mostrara tan radiante. Magda pensaba que todo el mundo era más hermoso cuando sonreía.
Liz tomó las órdenes, y con un renovado entusiasmo fue a repartir los platos.
—Hoy estás muy alegre, asumiré que es por verme—dijo la voz de Darío.
—Estoy feliz, pero ni en un millón de años será por ti. Además, nos vimos en clases esta mañana. No seas descarado—. Respondió Liz con tono burlón.
—Es una lástima. Creí que mi deducción era correcta—. Dijo Darío con decepción en su voz.
Liz colocó los ojos en blanco, pero aun así le sonrió.
—Si digo que me alegra verte, ¿dejarás de molestarme? —se burló Liz
—Mmm, eso es poco probable, pero gracias por mostrar tu cariño—dijo Darío entre risas.
Liz lo observó con el ceño fruncido y Darío imitó su gesto.
— ¿Qué pasa? —preguntó Darío al ver que Liz lo miraba muy fijo.
—Creo que esta es la primera vez que te escucho reír—dijo Liz—. Generalmente siempre tienes esa estúpida sonrisa de yo soy el dueño del mundo. Pero ahora te reíste. Es lindo.
Darío trago saliva, y de inmediato dibujó en su rostro una de sus típicas sonrisas de medio lado.
—Eres tú la que hace que pueda reír de esta forma—. Darío intentó parecer coqueto, pero su tono de voz fue serio.
Liz no vio nada de malo en aquellas palabras, de hecho, se alegró de ser capaz de hacerlo reír. Ya era hora de que se deshiciera de esa fachada de coqueto. Liz presentía que él era mucho más. Pensando así, Liz volvió a sus quehaceres.
* * *
Liz finalizó su trabajo, se cambió de ropa y salió hacia la fresca tarde. Y como cada día desde hace dos meses, iba en compañía de Darío.
Cuando llegaron a la calle principal de la avenida, se detuvieron al darse cuenta de que en la acerca estaba estacionado el deportivo negro de Gabriel.
—Así que él es el motivo de tu buen humor—dijo Darío con un tono de reproche.
—Sé que soy un poco obvia, pero sí. Volvió ayer—. Respondió Liz con una amplia sonrisa.
Darío notó el leve sonrojo de Liz mientras miraba el deportivo. De pronto, una ola de celos lo invadió.
Tengo que calmarme, ella no es nada mío. No tengo que perder el objetivo. Se dijo a sí mismo.
—Fuiste realmente amable al acompañarme a casa. Realmente te lo agradezco, pero desde mañana, comenzaré a regresar con Gabriel—dijo Liz con una sinceridad cegadora.
La confesión fue como un golpe en el estómago para Darío, pero se obligó a mantener la compostura.
Estaba con Liz solo por conveniencia. De ninguna manera tenía sentimientos amistosos por ella. Liz, solo era solo un objetivo al que debía que vigilar si quería que todo saliera bien. Solo eso.
—No tienes que darme explicaciones, yo solo trataba de ayudarte—Darío le dio una sonrisa forzada.
Liz sonrió. Ella de verdad le estaba agradecida de que haya sido amable con ella. Maggie últimamente estaba muy ocupada como para hacerle estos favores.
—Entonces, nos vemos la siguiente clase— Dijo Liz. Y antes de que Darío pudiese reaccionar, Liz depositó un fugaz beso en su mejilla.
El profesor quedó en blanco por un momento. De ninguna manera esperaba un gesto así de Liz. Cuando vio que la muchacha se daba la vuelta para irse en medio de carcajadas de burla, balbuceo un “hasta pronto” mientas veía como Liz se subía al coche de su novio.
El deportivo de Gabriel desapareció unos segundos después, pero Darío aún seguía ahí, de pie, casi esperando a que Liz volviera. Sin embargo, sabía que eso era imposible. Ella jamás volvería por una persona como él.
De manera inconsciente, Darío se llevó una mano y trazo con sus dedos el sitio donde Liz había depositado el beso. Sentía una cálida sensación en ese sitio. Un pequeño bufido escapo de la boca del profesor. Era ridículo que un gesto tan insignificante lo hiciera feliz.
Darío era consciente de que podía conseguir a la mujer que quisiera. Él podía ajustarse a diferentes gustos y podía ser la persona que las mujeres desearan. No obstante, con Liz se comportaba diferente. No sabía desde que momento dejó de fingir. ¿Cuándo había sido la última vez que había reído de manera sincera?
Esto se me está saliendo de las manos.
Lizbeth había mirado a través de él y eso le asustaba de una forma monstruosa.
— Si de verdad te gusta, te aconsejo que no la dejes ir fácilmente—dijo la voz de Magda, la jefa de Lizbeth—Puede que todos tengamos nuestros demonios, pero eso no es impedimento para buscar la felicidad.