Amor imprevisto

CAPITULO 25. “DESESPERACIÓN”

Liz le contó sobre sus sospechas. Narró más profundamente el abandono de su madre y de cómo había aparecido frente a su puerta hace unos meses.

Las lágrimas no se detuvieron mientras hablaba y Maggie solo pudo escuchar.

—Yo… no sabía nada. No imaginaba que algo como eso te estuviera pasando—fue todo lo que pudo decir Maggie.

Liz negó con la cabeza.

—No podías saber. De hecho, no quería que nadie supiera—dijo Liz, con una sonrisa amable.

Maggie se sintió culpable. Ella ya no tenía suficiente tiempo para pasar con Liz. De hecho, solo se topaban en la universidad y todo su tiempo libre lo pasaba con Lucas. Se estaba volviendo la amiga del año.

Liz, pasó cada día con ella en el hospital junto a su padre y a cambio, ella la había abandonado por pasar tiempo con su novio.

Soy una pésima amiga. Soy una egoísta. Pensó Maggie.

—No pasa nada—dijo Liz, como si le leyera el pensamiento. —Tu tiempo no tiene por que girar en torno a mí. Todo lo que importa es que estemos para la otra cuando lo necesitemos.

—Lucas es la primera persona que amo realmente—. Dijo Maggie—Estaba emocionada y me centré demasiado en él, pero de ahora en adelante, prometo pasar más tiempo contigo.

Liz sonrió, y el alivio la inundo. No le estaba gritando por ser hija de Rose.

A Maggie se le hacía imposible odiar a Liz. No tenía motivo para reclamarle sobre aquella mujer si ni siquiera era parte de la vida de su amiga. Maggie se prometió averiguar más sobre la mujer.

—Eres importante para mí al igual que lo es Lucas—Dijo Maggie mirando a Liz. —Voy a averiguar más sobre esa mujer llamada Rose. Espero que no tenga malas intenciones, porque no voy a dejar que se entrometa en nuestra amistad.

Liz la miró con una expresión ilegible y Maggie dedujo que estaba conmovida.

—Nuestra amistad vale mucho para mi y voy a protegerla. —Declaró con una sonrisa. Entonces, Liz suavizó su expresión y los ojos de Liz se llenaron de lágrimas.

—Mejor cambiemos de tema. —Dijo Maggie mirando si reloj de muñeca—Pero primero vamos a la cama. Avisé en casa que me quedaría contigo. Tememos mucho que ponernos al día.

Liz sonrió cálidamente. Amaba ese lado de su amiga. Liz se levantó del sofá y ambas se dirigieron a la habitación de Liz.

 

* * *

 

—No creí que la mocosa tuviera gente tan importante a su alrededor—. Dijo Rose con un tono molesto.

Darío colocó los ojos en blanco. Estaba comenzando a cansarse del plan, el cual no estaba teniendo ningún avance. Rose solo se la había pasado buscando hombres y seduciéndolos. Obviamente obtuvo mucho dinero haciendo eso, pero Darío se sentía asqueado. También habían dejado de borrar las pistas para que el investigador pudiera dar con Lizbeth. No obstante, la relación de Rose con Lizbeth no estaba progresando.

— ¿Por qué simplemente no nos vamos? —dijo Darío—Ya has obtenido suficiente dinero con el ultimo viejo que sedujiste—. Dijo refiriéndose al padre de Maggie—. Con eso podremos vivir mucho tiempo.

Rose interrumpió a Darío con una hostil expresión.

— ¿Por qué debería conformarme con esa miseria si lo puedo tener todo? — Rose miró a Darío como si ya no lo conociera.

—Estamos hablando de tu hija. Es a ella a quien planeas quitarle todo—protesto Darío.

Rose entrecerró los ojos.

— ¿Desde cuándo cuestionas mis planes? —reprochó Rose. —Hace unos meses tú eras el más emocionado en querer disfrutar del dinero al que podemos acceder—escupió Rose, ya molesta. —Así que deja de ser hipócrita.

Darío apretó los puños. No tenía derecho a objetar. De hecho, ni siquiera sabía por qué estaba defendiendo a Lizbeth.

—No me hagas caso, estoy un poco estresado por el tiempo que llevamos aquí. Me dijiste que solo serian unas pocas semanas—se excusó Darío.

Rose levantó una ceja. No era tan estúpida como solían creer, pero no diría nada. En cambio, caminó hacia su joven amante y comenzó a acariciar su rostro.

—Te dije que no era necesario trabajar. Yo soy quien te lo puede dar todo si eres paciente—dijo Rose. Su voz tenía un dije de seducción.

Rose miró a Darío a los ojos, y con un ligero movimiento, pasó sus brazos por el cuello del profesor y luego lo besó.

Al principio, Darío no mostró mucho entusiasmo y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Aun así, luego de unos segundos, se sacudió aquella desagradable sensación y se centró en la mujer que tenía en sus brazos. Con un rápido movimiento, la alzó y se fueron a la habitación.

 

* * *

 

— ¡No puede ser! —gritó Maggie.

Liz se llevó las manos a su rostro debido a la vergüenza que sentía.

Maggie por su lado, estaba eufórica. Liz no sabía cómo hacer para que dejara de gritar debido a la emoción.




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