Amor imprevisto

CAPITULO 29. “FIN”

4 meses después...

Liz tragó saliva mientras recorría la habitación como una demente.

—Si sigues dando vueltas, te juro que voy a vomitar—. Dijo Maggie, quien estaba sentada en un cómodo sofá de terciopelo calipso.

—No lo puedo evitar—Se excusó Liz—, estoy muy nerviosa.

Maggie se levantó del sofá y caminó hacia su mejor amiga.

—Solo tienes que respirar y sentarte. Estar mucho de pie le hace daño al bebé.

Liz colocó los ojos en blanco.

Recién tenía veinte semanas y solo tenía una pequeña pancita. Sin embargo, Maggie parecía cuidarla como si su vida dependiera de ello.

Hoy era el gran día y Liz no entendía por qué tenía que esperar encerrada en aquella habitación toda la mañana hasta que fuera hora de la ceremonia. Liz solo quería salir corriendo y ver por fin a Gabriel.

Maggie le insistió hasta el cansancio sobre mantener el misterio ante todos los invitados. Además, no estaba encerrada en cualquier habitación. Era la mejor suite en uno de los hoteles de su padre, quien había insistido en que se celebrara allí la recepción de la boda. Pero de eso, ya habían pasado tres horas.

—Sabes que odio estar encerrada, necesito respirar aire fresco—. Gruñó Liz.

Maggie suspiró. El embarazo estaba volviendo paranoica a su amiga.

—Siempre que te sientas “ahogada”—Maggie hizo comillas con los dedos—, puedes salir al balcón, en donde llega mucho aire fresco.

Liz hizo un puchero.

—Además, aún falta que llegue el vestido y que te maquillen. Lo único que han hecho es peinarte—. Dijo Maggie.

—Demoraron casi dos horas en peinarme—exclamó Liz, como si aquel tiempo hubiese sido una pedida de tiempo.

—No voy a aceptar que te quejes. Ellos no sabían qué hacer con tu cabello—. Liz se tocó con cuidado el perfecto y arreglad cabello—Pero debo de admitir que hicieron un excelente trabajo. Estás hermosa.

Liz solo sonrió.

De hecho, habían hecho un trabajo magnífico con el cabello de Liz.

Su cabello fue recogido en diversas trenzas que ahora formaban una especie de Flor. Esta, estaba adornada con pequeñas rosas incrustadas de color blanco que estaban hechas de un cristal precioso que, con el reflejo de la luz, hacían un bello efecto.

Liz se entusiasmó cuando alguien llamó a la puerta.

Maggie, con unos gestos hizo que Liz se escondiera en caso de que fuera Gabriel quien estaba de visita.

—Liz, es tu padre—anunció Maggie.

Liz salió del baño con una sonrisa nerviosa.

—Yo iré por unos bocadillos, quizás así te pones de mejor humor—. Bromeó Maggie mientras le guiñaba un ojo a su amiga.

Liz río.

El día en que Liz le contó a Maggie que Rose había montado todo un espectáculo para quedarse con el dinero de su padre, escuchó atentamente, ni siquiera la interrumpió cuando le dijo que ahora tenía un padre. De hecho, esbozó una sonrisa de felicidad.

—Me alegro de que por fin tengas apoyo familiar. Siempre he querido lo mejor para ti—había dicho Maggie—. Y si esa mujer vuelve a aparecer en tu vida, juro por todos los dioses que puedan existir, que yo la mato—. Gruño luego de que Liz le relatara sobre el escándalo de la fiesta que había ofrecido su padre.

—Vine a darte un presente—dijo Eduardo con una sonrisa.

La relación padre e hija que habían tenido, al principio fue un tanto incómoda para ambos. Sin embargo, gracias a la ayuda de Shinichi, las cosas resultaron más fáciles para ambos. Después de todo, Esteban estaba dispuesto a todo con tal de ser parte de la vida de su hija. Ya había perdido veintitrés años, no estaba dispuesto a perder más. Y a Liz le emocionaba la idea de tener una figura paterna.

—No tenías que molestarte—dijo Liz mientras hacia un gesto para que el entrase en la habitación.

Esteban negó con la cabeza.

—Esto no tomara demasiado tiempo. He querido darte este regalo desde que supe de tu existencia—. Dijo Antonio.

Liz lo observó mientras el hurgaba en uno de sus bolsillos y sacaba una pequeña cajita. Entonces, se la tendió a Liz.

Liz tomó la caja como si fuera de cristal y temiera que se rompiera.

—Ábrela—pidió su padre.

Liz asintió y abrió la pequeña caja. Sus ojos se posaron sobre una fina cadena de plata, pero lo que llamo su atención no fue lo costosa que se veía, sino que sus ojos observaron la esmeralda que colgaba de ella.

—Es demasiado hermosa—dijo Liz con asombro.

Su padre sonrió con alivio ante aquella afirmación.

—Nunca te conté como llegue a obtener todo lo que poseo hoy en día.

Liz asintió e invitó a que Esteban se sentara junto a ella en el sofá. Se notaba que esta charla seria larga.

—Cuando conocí a tu madre era un pobre idiota que no valoraba la vida ni lo que tenía. Supongo que era porque estaba empeñado a seguir mi propio camino. En aquel tiempo era alguien rebelde que quería conocer el mundo—. Comenzó a relatar Esteban—Y cuando conocí a tu madre, sentí que todo había sido obra del destino.




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