Amor imprevisto

EPÍLOGO

6 años después.

— ¡Mami! —exclamó una pequeña niña de cabello negro y ojos azules mientras sostenía un teléfono en sus pequeñas manos. Sin embargo, al ver que nadie acudía a ella, volvió a exclamar.

— ¡Mami! Es el tío Rucas—gritó nuevamente con aquella voz dulce de niña pequeña—, parece tener problemas.

De pronto, desde el umbral de la cocina y con el delantal manchado de crema, apareció Liz con el ceño fruncido mientas acariciaba su pancita de ocho meses de embarazo.

— ¿Lucas? —preguntó con el ceño fruncido mientras con pasos lentos se acercaba a la pequeña niña y le acomodaba el vestido blanco que estaba levantado en la cola.

—Pidió hablar contigo, parecía urgente—informó la niña mientras le tendía el teléfono a su madre.

—Está bien, cariño. Ve a jugar con papá, yo iré enseguida—. Dijo Liz mientas colocaba el teléfono a la altura de su oreja.

— ¿Lucas? ¿Qué sucede? ¿Maggie está bien? —quiso saber a Liz.

Del otro lado de la línea no respondió nadie, lo cual la preocupo.

— ¿Gabriel? ¿Liz? —Lucas se escuchaba agitado y daba la sensación de que le faltaba el aire.

—Soy Liz, ¿Qué sucede? —preguntó alarmada.

—Maggie ha comenzado a tener dolores. Ahora vamos camino al hospital.

— ¡Apura! ¡Acelera ya el maldito auto! —gritó Maggie al otro lado de la línea.

— ¿Ya va a nacer? —Liz se emocionó.

—Más vale que lleves tu trasero embarazado al hospital ¡ya!, de lo contrario, no te perdonaré—chilló Maggie.

Liz abrió sus ojos y reprimió unas carcajadas. Maggie en todos estos años no había cambiado nada. Seguía teniendo aquella chispa desde que ambas eran más jóvenes.

—Llevaré mi trasero embarazado, el trasero de mi marido y el trasero de mi hija al hospital, no te preocupes—respondió Liz con una sonrisa— ¿Necesitas algo?—preguntó.

—¡Necesito que me quiten este dolor! ¡No sé en qué momento deseé quedar embarazada! —chilló Maggie del otro lado de la línea con gritos casi irreconocibles—Cuando te vi a ti parecía tan fácil, ¡te odio! Por tu culpa ahora estoy retorciéndome como el exorcista en este asiento.

Liz soltó a reír mientras caminaba hacia el despacho de su esposo.

—Yo no te puse una pistola en la cabeza para que te embarazaras—. Se defendió Liz mientras abría unas gruesas puertas que daban acceso al despacho de Gabriel. Cuando entró, la escena que estaba presenciando la hizo sonreír.

Gabriel no se percató del momento en que Liz comenzó a observar como él trenzaba el lacio y negro cabello de su pequeña hija.

—En el colegio hay un niño que dice que mi cabello es feo—. Se quejó la niña— Además, se burló de mi nombre. ¿Tan feo es llamarme Zöe? a mí me gusta. Es lindo.

—Gabriel tenía una sonrisa de medio lado mientras trataba de atar la liga.

—Ese niño no sabe lo hermosa que eres. No sabe de qué forma llamar tu atención—. Explico mientras los ojos de Gabriel se encontraban con los de su esposa.

—Pero diciendo cosas feas de mí solo lograra que no quiera hablarle, los niños son estúpidos. —dijo Zöe con voz quejumbrosa.

—Lo son, por eso debes alejarte de ellos.

Liz escondió una sonrisa mientras que del teléfono se seguían escuchando los improperios de Maggie, de los cuales, Liz y Lucas eran los protagonistas.

—¡¡Deja de ver a tu esposo con cara de babosa, y ven al maldito hospital!! ¡¡Estoy a punto de dar a luz, maldita sea!!—gritó Maggie.

—Maggie solicita nuestra presencia en el hospital. Está a punto de venir y matarnos personalmente, incluso estando a nada de que nazca Bruce.

— ¿Bruce ya va a nacer? —pregunto la niña con emoción reflejada en sus azules ojos.

—Ve por tus cosas, nos iremos en un momento—explico Liz.

Zöe salió corriendo mientras la elaborada trenza que Gabriel había confeccionado se desarmaba por lo rápido que corría.

Gabriel se levantó de la silla y caminó hacia Liz.

Ambos llevan ya seis años de matrimonio y su segunda hija venia en camino.

—Maggie sabia a lo que se enfrentaba cuando decidió tener un hijo—Gabriel alzó la voz para que Maggie desde el otro lado de la línea pudiera escucharlo.

Liz rio y movió la cabeza negativamente. Los cuatro a lo largo de los años se habían vuelto buenos amigos.

Sin mencionar que el matrimonio serían los futuros padrinos de aquel niño quien estaba a punto de nacer.

—No seas malo—dijo Liz cubriendo el teléfono con sus manos para que Maggie no escuchara—, ella estaba emocionada y ansiaba al bebé.

—¡No sabía que iba a doler de esta manera! ¡Tú te veías tan normal! —gritó Maggie—Ya dejen de perder el tiempo, estamos llegando al hospital. Si no estás para cuando llegue, olvidaré que eres la madrina y no te hablare más.




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