Sigo a Jimin escaleras arriba, observándolo detenidamente. Sus hombros rectos, su cintura, su perfecto trasero. Algún bien en una vida pasada debo haber hecho para merecer esto, no le encuentro ninguna otra explicación. Al menos, no una explicación lógica.
Al llegar al final de la escalera, la visión de la habitación me deja paralizada. Una tenue luz, proveniente de la lámpara de pie que está cerca de la ventana, llena de calidez la habitación. A lo lejos, un iluminado Seúl se asoma entre las colinas. La cama King-size, enfundada en sábanas de seda color marfil, está esperando por nosotros.
Jimin se detiene delante de mí, quedándose de espaldas por unos instantes. Mi corazón va al galope, la presión se empieza a sentir. De repente, se da vuelta a mirarme.
— Noona... Hay algo que debes saber —dice tímidamente, mientras sus mejillas se tienen de un color rosado intenso.
— ¿Qué pasa, cariño? —está extrañamente avergonzado. Esta es una nueva faceta que va más allá de un pequeño sonrojo.
— Pues... Me da un poco de vergüenza confesarlo.
— ¿Acaso no me has dicho mil veces que no tengo que tener vergüenza de ti? Deberías aplicar tu propio consejo... —le sonrío, mientras me acerco a acariciar su rostro con el dorso de mi mano.
— Tienes razón... Noona, la verdad es que no tengo ninguna experiencia en estas cosas —ahora sí que está total y completamente rojo.
« ¿QUE?», pienso. Jamás me hubiera imaginado que toda esa sensualidad que desprende, existiera sólo de la boca para afuera. Cualquiera diría que tiene experiencia de sobra, así que, esta nueva revelación me deja confundida. No entiendo muy bien cómo reaccionar al respecto, pero supongo que la reacción más lógica sería tranquilizarlo.
— No puedo negar que me sorprende oír eso —si lo negara sería, obviamente, una mentira — Pero, cariño, no deberías preocuparte. Realmente no tiene importancia.
Este es el momento en el que me siento obligada a dejar de lado todas mis inseguridades, uno de los dos tiene que actuar como que sabe lo que hace y me corresponde ser su guía. De repente, un instinto primordial se despierta dentro de mí. Lo único que tengo que lograr, es hacerle notar que no es un trofeo ni un objeto para mí. Si este hombre me eligió, lo mínimo que puedo hacer es estar a la altura para dejarle un recuerdo memorable.
— Gracias por decir eso, me deja más tranquilo. Pensé que quizás, no querrías seguir adelante cuando lo supieras —suelta un suspiro de alivio, como si realmente creyera que iba a retroceder ante esta nueva información.
« Ni en un millón de años », pensé.
No hacen falta más palabras. Las acciones hablan más fuerte que cualquier cosa que pueda decirle. Finalmente me acerco a él para abrazarlo, quiero que sienta mi calor contra su cuerpo. Al levantar mi mirada hacia su rostro, no puedo más que admirar sus facciones perfectas y angulosas. Sus labios son una invitación constante al pecado, esta vez me voy a ir al infierno junto a él.
Nos besamos, delicadamente, dejando que la chispa que se había encendido en la sala, continúe creciendo dentro de la habitación. Jimin se aleja de mí, sólo unos centímetros, para mirarme. Toma su camiseta por debajo, comenzando a sacársela lentamente. Sigo con atención el camino de su ropa al salir, su abdomen marcado y firme, su pecho, su clavícula perfectamente delineada; su cuello largo y fino, seguido por ese rostro angelical que me atrapó el primer día que puse mis ojos en él.
Luego se vuelve a acercar a mí, para quitar mi camiseta, dejando mi sostén negro y el jean que me cubre hasta la cintura, al descubierto. Mi largo y enrulado cabello, me hace cosquillas en la espalda.
— Realmente eres hermosa Noona...
Siento mi corazón latiendo tan fuerte como un tambor. Nuestros cuerpos se reúnen en un profundo abrazo y por primera vez, siento el calor que emana su piel. Mis manos recorren los perfectos músculos de sus omóplatos, la suave piel que recubre su espalda y puedo descubrir el verdadero aroma de su pecho. Jimin ocupa todos mis sentidos, desbordándolos por completo. No hay complejo que pueda alejarme de él en este momento.
— Ven, cariño —lo guío hacia el borde de la cama, empujándolo cariñosamente hacia atrás, para que se siente.
Su rostro queda a la altura de mi cuello, sólo tengo que agachar la cabeza un poco para besar sus facciones completas. Su frente, su nariz, sus bellos pómulos, sus labios carnosos y tibios. Es un espectáculo sensorial, tener a Jimin delante de mí.
Me subo a la cama, arrodillándome detrás de él. Su espalda queda frente a mis ojos. Recorro con el dorso de mi mano, desde su cuello hasta su hombro, desde su nuca hasta sus omóplatos marcando la ruta que voy a seguir con mi boca a través de su cuerpo. Su hombro izquierdo es el primero en ser impactado por un húmedo y caluroso beso. Dibujo un camino de sedosos besos, recorriendo la distancia hasta el lóbulo de su oreja, cubriendo cada milímetro de su perfecta piel. Un estremecimiento lo recorre cuando mis labios calientes se detienen un instante sobre sobre el hueco que se forma entre su cuello y su hombro. Sus vellos se erizan de punta a punta.
— Noona... —susurra en medio de un suspiro.
Paso mis manos por debajo de sus brazos, para alcanzar su pecho, siento su corazón desbocado golpeando debajo de ellas. Dirijo mis labios hacia el otro lado, comenzando por su lóbulo derecho, para repetir el proceso bajando hasta su hombro. Mi interior está encendido, si alguna vez pensé que las llamas de la pasión eran una mera figura literaria, se me acaba de demostrar que son tan reales como el hombre que tengo frente a mí en este momento.
— Te amo, Jimin... — un leve susurro en su oído, causa un nuevo estremecimiento en su cuerpo.
Su preciosa nuca espera. El recorrido de su columna es marcado por mi boca, vértebra por vértebra, para desviarme luego hacia sus omóplatos. Quiero besar y acariciar todo su cuerpo, es una fiesta para mis sentidos y sólo yo estoy invitada. Jimin toma mis manos, que descansaban sobre su pecho, las posa sobre su abdomen y en ese momento, las llamas se transforman en un incendio. Sus músculos... Quiero quedarme a vivir ahí. Honestamente, jamás había tenido la posibilidad de acariciar un cuerpo como el suyo. Es el David de Miguel Ángel, versión carne y hueso.