Acá debería ir un cartelón de +18, aunque no me pasé de la raya. Es el reencuentro así que... allá va.
Después de aquellos interminables momentos dentro del estúpido ascensor, al fin consigo llegar a la puerta principal de mi apartamento. Con notable ansiedad coloco el código de acceso, errándole al número un par de veces por estar haciendo las cosas apurada y sin pensar. Sólo una cosa ocupa mis pensamientos, llegar lo antes posible a los brazos de Jimin. Una vez consigo colocar el código correctamente e internarme en mi apartamento, dejo las zapatillas revoleadas y me adentro, sólo para darme cuenta de que Jimin no está por ninguna parte. Ya no se encontraba sentado en la banqueta de la cocina, tampoco estaba en mi "sala de estar".
No hay muchos lugares dónde esconderse por aquí, sólo mi oficina, el baño y la habitación. Mi primer instinto es dirigirme a mi cuarto, apuesto todo a que está esperándome allí. Esperaba encontrarlo en la cama dormido, pero no... La puerta balcón de mi habitación está abierta de par en par. Puedo ver a Jimin allí, con el mentón apoyado sobre los brazos, cruzados sobre la baranda. Su platinado cabello ondea con la brisa y puedo adivinar, sin siquiera verlo, que mantiene sus ojos cerrados.
Me acerco lentamente hacia él, observando la redondez de su trasero, la formidable firmeza de su espalda y sus hombros. Sus piernas están contraídas a causa de la posición, lo que me deja ver claramente la forma de sus músculos debajo de ese pantalón de jean que lleva puesto. Me lo estoy comiendo con los ojos, milímetro a milímetro. Recorriendo de abajo hacia arriba, hasta su hermoso y largo cuello.
Una vez detrás de él rodeo su cintura con mis brazos, permitiendo que mi cabeza descanse sobre su fornida espalda. Le hubiera dado una nalgada, pero si lo hubiera asustado podría haber terminado en desastre, así que me deshice de esa idea en el instante. Sólo me permito sentir el sube y baja de su respiración. El latido de su corazón llega cada vez más rápido y fuerte a mi oído, pegado a sus omóplatos.
—Te extrañé, pequeño salvaje...
—Y yo a ti, cariño —su voz resonó ronca contra mi oído, como si viniera desde adentro de una cueva.
Después de unos segundos de escuchar sus latidos Jimin comienza a incorporarse, obligándome a retroceder unos pasos para permitirle ponerse frente a mí. Apoyando su espalda contra la baranda del balcón, abre sus brazos de par en par para invitarme a entrar entre ellos tomándome contra su pecho como una muñeca de trapo. Puedo sentir su rostro acercándose a mi cabeza para luego aspirar el aroma de mi cabello, mientras sus brazos me atrapan en un apretado abrazo que pareciera querer fundirnos a los dos en una sola persona. Sin ánimos de alejarlo respondo a su agarre hundiendo mi rostro todavía más sobre su pecho, permitiéndome sentir el calor que desprende y el latido cada vez más agitado, dándome a entender silenciosamente su deseo.
Una de sus manos toma mi barbilla por debajo, obligándome a separarme de su pecho y mirar hacia arriba, adónde sus ojos castaños se encuentran con los míos. Me tomo un minuto para apreciar ese perfecto rostro, su mentón afilado, su pequeña nariz, sus pómulos prominentes y sus labios... Esos labios rellenos, rosados, pomposos e inevitablemente incitadores a posar los míos sobre ellos. Me muerdo los labios, pensando en la cantidad de cosas que me gustaría hacerle en aquel preciso momento, pero prefiero quedarme quieta. Sé que está demasiado cansado, no quiero ponerlo en una posición incómoda (en realidad quisiera ponerlo en unas cuantas).
—Cariño ¿Quieres dormir un rato? Te ves exhausto —pregunto, sin correr mi mirada de la suya. Sus ojeras se oscurecen a cada minuto que pasa pero, aun así, se sigue viendo precioso. Si fuera yo, ya parecería un oso panda en mal estado.
—¿Dormir? ¿Estás loca o qué te pasa? —pregunta al tiempo que posa una de sus manos sobre mi frente, comprobando mi temperatura —Fiebre no tienes, así que no estás delirando. De hecho, te debo un regalo de cumpleaños...
Dicho esto, baja su barbilla tomando posesión de mis labios sin ninguna dilación. Mis brazos atrapan su nuca, atrayéndolo un poco más hacia mí, profundizando el contacto de nuestros labios, buscando su lengua con la mía en un intento desesperado de saciar mi sed de él. Jimin sabe a café y a gloria en su estado más puro. Tomo su labio inferior entre los míos, chupándolo suavemente, hinchándolo todavía más con la pequeña presión que ejerzo sobre él y en ese preciso, momento siento sus manos acariciando mi espalda por debajo de la camiseta. El suave tacto de Jimin, ese que tanto extrañé estos últimos dos meses, me hace soltar un pequeño gemido contra sus labios. Los vellos de todo mi cuerpo se erizan en respuesta a sus caricias, volviéndome loca de deseo por tocar su blanca y suave piel. Pero no aquí, no contra la baranda del balcón...
— Ven conmigo, Jiminie. Si vas a darme mi regalo de cumpleaños atrasado, que sea cómodamente —soltándome de sus brazos, lo tomo por la muñeca para llevarlo a mi cuarto.
Mi cuerpo se siente encendido como hoguera de boy scout. Me arde la piel, me escuecen las manos por tocarlo. Mis labios están desesperados, buscando el contacto con aquella piel tan añorada por ellos. Consigo acercarlo a la cama, permitiendo que se siente apoyando su espalda contra el cabecero tapizado. El pobre Chimmy tuvo que ser retirado en un enroque estratégico porque, ahora, es su creador quien ocupa su lugar. Con cuidado de no aplastarlo, paso mis piernas sobre él, quedando arrodillada sobre su bajo vientre y acomodando mi rostro perfectamente alineado al suyo, para poder tener una mejor vista de su sonriente semblante.
Si me pagaran cada vez que pienso lo hermoso que es este hombre, sería la mujer más rica del mundo en menos de un segundo. Su presencia es embriagadora en todos los sentidos, disipa mis ansiedades, mis malestares y por sobre todas las cosas, mis pensamientos estúpidos. Tenerlo de vuelta frente a frente, es mi maná.