El silencio que siguió a la pregunta de Lucía en la cena fue un eco atronador. Marta miró a Roberto, sus ojos, antes tan alegres, ahora llenos de una creciente incertidumbre. La tensión era casi palpable, y Roberto sintió el sudor frío recorrerle la espalda, atrapado en la red de sus propias omisiones. Su inmadurez al no haber manejado su pasado con honestidad, lo había alcanzado.
Dolores, con una rapidez pasmosa, intentó desviar la conversación. "Lucía, por favor, ¡qué cosas preguntas! Marta no viene a escuchar cotilleos del pueblo." Su voz era tensa, un claro aviso para Roberto.
Pero el anzuelo ya estaba mordido. Marta, aunque educada, no era ingenua. "No, por favor, señora Dolores. Me interesa mucho la vida aquí," dijo, con una mirada fija en Roberto. "Roberto me ha hablado poco de su pasado en el pueblo. ¿Asunción es una amiga de la infancia?" La pregunta era sencilla, pero su implicación era inmensa.
Roberto se sintió acorralado. La mentira o la verdad, ambas tenían un precio alto. La mirada de Dolores era una advertencia, la de Marta, una súplica silenciosa por honestidad que él no había sabido darle antes. Finalmente, suspiró, el peso de la decisión cayendo sobre él.
"Asunción y yo... tuvimos una relación hace muchos años," admitió Roberto, su voz apenas un murmullo. Evitó mirar a Marta a los ojos, una muestra más de su evasión. "Éramos muy jóvenes. Fue algo... complicado. Por eso me fui a Sevilla." La explicación era incompleta, un reflejo de su dificultad para enfrentar verdades incómodas.
Un silencio aún más denso cayó sobre la mesa. Juan Carlos tosió incómodo, y Emilio sonrió con una malicia apenas contenida, disfrutando del espectáculo. Dolores, por su parte, se puso lívida, viendo cómo el pasado que había intentado enterrar resurgía por la inmadurez de su hijo.
Marta tardó unos segundos en procesar la información. Su sonrisa se desvaneció lentamente, y una expresión de dolor y traición apareció en su rostro. "No me lo habías contado, Roberto," dijo, su voz apenas un susurro que, sin embargo, resonó en la habitación. "Creí que éramos sinceros el uno con el otro." Era la consecuencia directa de un amor que no se había atrevido a ser transparente.
"No quise preocuparte," se apresuró a decir Roberto, intentando tomar su mano, pero Marta la retiró suavemente.
"¿Preocuparme? ¿O esconder algo?", replicó ella, con una mezcla de tristeza y reproche. Se levantó de la mesa, la cena ya no importaba. "Necesito un poco de aire. Con permiso."
Salió al patio, dejando a Roberto con el corazón encogido y la ira silenciosa de su madre. La cena se disolvió en un incómodo murmullo, el ambiente pesado por los secretos revelados.
La Confesión a Medias.
Roberto siguió a Marta al patio, donde la encontró de pie, temblorosa, las lágrimas asomando a sus ojos. El aire de la noche era frío, pero la tensión entre ellos era abrasadora.
"Marta, por favor, déjame explicarte," suplicó Roberto, acercándose. Su propia incapacidad para manejar esta situación con madurez era evidente.
"¿Explicar qué, Roberto?", le interrumpió ella, volviéndose hacia él, la voz quebrada. "Que hay una parte de ti que me has ocultado. Que esa mujer es el motivo por el que a veces pareces tan ausente, tan triste. ¿Es que aún sientes algo por ella?"
La pregunta le golpeó el pecho. La sinceridad de Marta, su dolor evidente, lo desarmaron. "Yo... no lo sé, Marta," confesó, con una honestidad brutal que le sorprendió a sí mismo. No era una respuesta de un hombre seguro de sus sentimientos, sino de uno aún anclado en un pasado no resuelto. "Es el pasado. Pero este pueblo, mi familia... todo me lo recuerda."
Marta lo miró a los ojos, buscando la verdad en ellos. "He viajado hasta aquí, dejando mis cosas, preocupada por ti. Y me encuentro con esto. ¿Qué significa para nosotros, Roberto? ¿Estoy compitiendo con un fantasma del pasado?"
La desesperación de Marta era palpable. Roberto se dio cuenta de la magnitud de su error. No había sido justo con ella. En ese momento, la ferretería, su familia, sus problemas, todo parecía empequeñecerse ante la fragilidad de la relación que había intentado construir en Sevilla, una relación que ahora tambaleaba por las bases inestables de su propio "amor inmaduro".
"No, Marta, no estás compitiendo con nadie," dijo, intentando sonar convincente, aunque la duda le carcomía por dentro. "Yo te quiero. Pero aquí las cosas son complicadas. Es un pueblo pequeño, la gente no olvida. Y mi madre..."
Marta suspiró, secándose una lágrima. "Lo entiendo. Pero la honestidad es fundamental. Y yo sentía que había algo. Que no eras el mismo Roberto que conocí en Sevilla." Hizo una pausa, y luego añadió con tristeza: "Necesito tiempo para pensar, Roberto. Esto es mucho para mí."
Roberto asintió, derrotado. Sabía que se lo merecía. El amor inmaduro no solo había herido a Asunción en el pasado, sino que ahora amenazaba con destrozar su presente con Marta, revelando la falta de madurez emocional que lo seguía persiguiendo.
El Laberinto de Asunción.
Mientras la tormenta se desataba en la casa de los Vargas, Asunción vivía su propio calvario. La aparición de Marta había sido un clavo más en el ataúd de sus ilusiones, confirmando el doloroso fin de un amor que, por las circunstancias y la edad, nunca pudo florecer plenamente. El rumor del "noviazgo" de Roberto con la chica de Sevilla se extendía por el pueblo, cimentando su posición como la "otra", la que nunca sería aceptada. Su aislamiento se intensificó, y el peso de las miradas se hizo insoportable.
Doña Carmen, ajena a los dramas externos, seguía empeorando. Las noches de Asunción eran cada vez más largas, llenas de la tos de su madre y de la impotencia por no poder aliviar su sufrimiento. El dinero se esfumaba como arena entre los dedos, y el miedo al futuro la carcomía. La inmadurez del pueblo para perdonar y la de un amor pasado, la arrastraban a un abismo.
Una mañana, el médico del pueblo le dio la noticia que tanto temía. La salud de Doña Carmen era crítica. "Asunción, su madre necesita cuidados especiales, quizás un ingreso en un centro de día. Necesitará medicación más cara. La situación es delicada."
Asunción sintió que el mundo se le venía encima. ¿Cómo podría costear eso? La venta de la parcela apenas cubría lo básico. La desesperación la empujó a buscar una solución, cualquier solución, incluso aquellas que en otro momento consideraría impropias o arriesgadas.
Recordó entonces el último encuentro con Roberto. Su preocupación, su mirada. A pesar de todo, había una conexión, una compasión que no encontraba en ningún otro lugar. La idea, al principio, le pareció descabellada, un vestigio de aquel amor idealizado y, por ende, inmaduro, pero la necesidad era apremiante.
Un Encuentro Inesperado y Doloroso.
Al día siguiente, con el corazón en un puño y la mente nublada por la angustia, Asunción decidió hacer algo que nunca imaginó: ir a la ferretería. La tienda era el reino de los Vargas, el lugar donde su exclusión era más evidente. Pero la desesperación le dio el valor.
Entró con la cabeza gacha, sintiendo las miradas de los pocos clientes que había. Roberto estaba atendiendo a uno de ellos, su rostro serio y concentrado. Al verla, se detuvo, y la expresión de su cara cambió a una de sorpresa y preocupación. El lazo inmaduro que los unía, pese a los años, seguía tirando.
"Asunción," dijo, acercándose a ella. "¿Ha pasado algo? ¿Tu madre...?"
Asunción asintió, incapaz de hablar al principio. Le costaba respirar. "Sí, Roberto," logró decir finalmente, su voz apenas audible. "El médico dice que está muy grave. Que necesita más cuidados, medicación... No sé qué hacer. No tenemos dinero."
La vulnerabilidad de Asunción le golpeó el pecho a Roberto. La imagen de Marta, dolida por su confesión de la noche anterior, se superpuso con la desesperación de Asunción. Se sintió atrapado, desgarrado entre dos mundos, dos amores que en su esencia, él no había sabido manejar con la madurez necesaria, y dos responsabilidades que ahora colisionaban de forma brutal.
En ese momento, la puerta de la ferretería se abrió de nuevo. Marta, que había decidido pasar la mañana allí para intentar hablar con Roberto y calmar la tensión, entró. Sus ojos se posaron primero en Asunción, luego en Roberto, y en la escena de ambos, tan cerca, la una suplicante, el otro visiblemente afectado.
La mirada de Marta se endureció. El dolor y la confusión se convirtieron en rabia. El "fantasma del pasado" no solo existía, sino que estaba allí, físicamente, necesitando a Roberto, pidiéndole ayuda. Y Roberto, una vez más, parecía incapaz de desvincularse, demostrando que ese "amor inmaduro" aún tenía un poder considerable sobre él.
"¿Qué está pasando aquí, Roberto?", la voz de Marta era fría, cortante, resonando en el silencio de la ferretería. La tormenta que se había estado gestando, ahora amenazaba con estallar en el lugar más público y menos apropiado del pueblo. Los secretos habían sido desvelados por la incapacidad de enfrentar un pasado de "amor inmaduro", y las consecuencias se presentaban, crudas y dolorosas, para todos los implicados.
El grito de Marta resonó en la ferretería, congelando el aire. Clientes y dependientes se giraron, susurros y miradas juzgadoras multiplicándose al instante. Asunción se encogió, deseando que la tierra la tragara. Roberto, con el rostro pálido, se sintió como un animal acorralado. La inmadurez de no haber cortado de raíz con el pasado, lo había llevado a esta humillante encrucijada pública.
"¡Marta, por favor, cálmate!", suplicó Roberto, intentando acercarse a ella.
"¿Calmarme?", Marta, con los ojos llenos de furia y lágrimas, lo miró con un desprecio helado. "¡Me pides que me calme cuando encuentro a la mujer que me ocultaste, pidiéndote ayuda en tu negocio! ¿Qué demonios está pasando aquí, Roberto? ¿Qué es esta farsa?"
La voz de Marta, aunque teñida de dolor, era firme y clara, diferente a la resignada sumisión que a veces se esperaba en Puebla de los Infantes. Su educación sevillana, su independencia, chocaban violentamente con la opresión tácita del pueblo y los secretos familiares.
Asunción, incapaz de soportar más, murmuró: "Yo... yo solo venía por mi madre..." Su voz se apagó, consciente de que sus palabras solo añadían más leña al fuego de la humillación.
"¡Tu madre! ¡Siempre tu madre!", espetó Marta, volviéndose hacia Asunción con una dureza que sorprendió a todos. "¡Parece que tu vida gira en torno a lo que Roberto puede hacer por ti, o por tu madre! ¿No te das cuenta de que lo único que haces es traer problemas a su vida?" La frustración y el dolor de Marta estallaron en una acusación directa, señalando la dependencia y la sombra que Asunción, inconscientemente o no, seguía proyectando.
Roberto intervino, poniéndose entre ellas. "¡Basta, Marta! Esto no es el lugar..."
"¡No, Roberto, no!", le interrumpió ella, señalándolo con un dedo tembloroso. "¡El problema eres tú! Por no ser honesto, por no cerrar ciclos, por vivir a medias entre dos vidas. ¡Esto es el resultado de tu inmadurez, de tu cobardía!"
Las palabras de Marta fueron un puñal. La inmadurez no era solo de sus sentimientos hacia Asunción, sino de su incapacidad para asumir su pasado y definir su presente. Ella lo había expuesto sin piedad.
En ese momento, la figura imponente de Dolores apareció en la entrada de la ferretería, atraída por el estruendo. Su mirada, al comprender la escena, se clavó en Asunción con un odio renovado. Su hijo, otra vez, envuelto en el "escándalo" por culpa de esa mujer.
"¡Tú otra vez, Asunción!", bramó Dolores, acercándose con paso firme. "¡Ya te dije que te alejaras de mi hijo! ¿No tienes bastante con lo tuyo que tienes que venir a perturbar la paz de mi familia?"
El enfrentamiento alcanzó su punto álgido. Los clientes, incómodos, comenzaron a dispersarse, dejando la ferretería como un escenario para el drama.
La Elección Inevitable.
Marta, al ver a Dolores, comprendió la magnitud de la maraña en la que se había metido Roberto. No era solo Asunción; era la familia, el pueblo, toda una vida de opresión y expectativas. La lucha no era solo por el amor de Roberto, sino por su propia libertad y dignidad.
"¡Ya basta!", exclamó Marta, su voz, aunque más baja, cargada de una decisión inquebrantable. "¡Ni usted, señora, ni nadie de este pueblo, va a decidir cómo se comporta Roberto! ¡Y mucho menos yo!" Se volvió hacia Roberto, sus ojos, aunque aún heridos, reflejaban una nueva determinación. "Esto se acabó, Roberto. No puedo con esto. No puedo estar con alguien que no es capaz de ser honesto consigo mismo ni conmigo. No puedo vivir a la sombra de un pasado que no termina de morir."
Las palabras de Marta fueron un mazazo. Roberto sintió que el suelo se abría bajo sus pies. Perder a Marta, la mujer que representaba su futuro, su independencia, el mundo que había anhelado.
"Marta, por favor...", intentó decir, extendiendo una mano, pero ella ya se había girado.
"Me vuelvo a Sevilla hoy mismo. Cuando decidas qué quieres de tu vida, y quién eres realmente, quizás podamos hablar." Con esas palabras, Marta se dio la vuelta y salió de la ferretería, dejando tras de sí un silencio abrumador. Su partida era la consecuencia directa del "amor inmaduro" de Roberto, la factura de sus medias verdades.
Dolores miró a Roberto con una mezcla de ira y triunfo. "Lo ves, hijo. Esa no era mujer para ti. Una mujer de verdad no monta esos escándalos." Su comentario era la confirmación de la mentalidad de un pueblo que prefería el silencio y la fachada a la honestidad.
Roberto, sin embargo, no la escuchó. Su mirada estaba fija en la puerta por donde Marta había desaparecido. El peso de su indecisión, de su incapacidad para madurar y elegir, lo aplastó.
Asunción, que había presenciado la escena, sintió un dolor inmenso, pero también una punzada extraña. Roberto estaba solo, y era por su culpa, en parte. Sin embargo, en ese momento de desolación para él, la barrera entre ellos, la que Marta había representado, se había roto. Su mirada se encontró con la de Roberto, una mirada de profunda tristeza y confusión, pero también, de nuevo, de una conexión innegable.
La ferretería, antes un refugio, era ahora un campo de ruinas emocionales. El "amor inmaduro" había dejado su huella, desvelando secretos y forzando una elección. Roberto se encontraba ahora en la encrucijada más difícil de su vida, con su futuro incierto y su pasado más presente que nunca. La tormenta no se acercaba; había estallado.