Amor inmaduro

Capitulo 11.

El tiempo, implacable y sanador, continuó su curso en Puebla de los Infantes. Roberto se había convertido en el motor de la ferretería, inmerso en la vorágine de la modernización. La plataforma de venta online, que al principio parecía una quimera para su padre, comenzaba a generar pedidos de pueblos vecinos y hasta de algunas ciudades de Andalucía. La tienda física, remozada y eficiente, atraía a una clientela que valoraba la nueva organización y el mejor servicio.
La tensión con Dolores seguía siendo una presencia constante, un telón de fondo de su nueva vida. Las miradas frías y los comentarios velados eran su forma de castigo silencioso. Sin embargo, Roberto había aprendido a sortearlos, fortalecido por la creciente aprobación de su padre, quien, aunque reacio a los grandes cambios, ahora reconocía los buenos resultados. Juan Carlos a veces incluso le dedicaba una palmada en la espalda, un gesto raro en él, que valía más que mil palabras. Emilio, con su envidia carcomiéndole por dentro, se mantenía al margen, incapaz de sabotear el progreso evidente de su hermano.
Roberto, por su parte, seguía en contacto esporádico con Asunción. Las llamadas eran breves, centradas en la salud de Doña Carmen y en la adaptación de Asunción a Sevilla. La voz de ella sonaba más fuerte con cada conversación, menos teñida de la desesperación de antes. Asunción había conseguido un pequeño trabajo temporal en una lavandería cercana a la fundación, una forma de mantenerse ocupada y de empezar a construir una nueva rutina. Hablaban con la franqueza de dos personas que han compartido un pasado complejo y que ahora se respetaban desde una distancia saludable. El "amor inmaduro" se había desvanecido, dejando paso a una peculiar amistad, desprovista de drama.
Un Motivo para Volver.
Una mañana de verano, mientras Roberto revisaba los pedidos online, un correo electrónico inesperado captó su atención. Era de una empresa distribuidora de herramientas especializadas de Sevilla, con la que había estado negociando un nuevo contrato. Le invitaban a una feria del sector, un evento importante para establecer contactos y conocer nuevas tendencias. La feria era en dos semanas.
La invitación era una oportunidad de oro para el negocio. Y, de repente, la idea de Sevilla, la ciudad de sus años de libertad y de su tormentosa ruptura, ya no le parecía tan lejana. La mención de Sevilla trajo de nuevo a su mente la imagen de Marta. Habían pasado meses desde que ella se fue. ¿Habría encontrado su propia claridad? ¿Sería el momento de intentar un acercamiento, no con la urgencia del pasado, sino con la madurez que ahora sentía poseer?
Roberto sopesó la idea. Era una excusa perfecta para ir a Sevilla, para combinar negocios con la posibilidad de cerrar, o quizás reabrir, un capítulo personal. La decisión que había tomado meses atrás, de consolidar su vida antes de buscarla, se sentía ahora más firme. Estaba listo.
Comunicó a su padre la noticia de la feria. Juan Carlos, sorprendentemente, no puso objeciones. "Bien, Roberto. Es bueno que te muevas. En los negocios hay que ir siempre un paso por delante." Dolores, al escuchar la palabra "Sevilla", arqueó una ceja, pero no dijo nada. El silencio de su madre, en esta ocasión, no le afectó. Su enfoque estaba en el viaje.
La Ciudad de los Recuerdos.
El tren de alta velocidad lo llevó a Sevilla en poco más de una hora. El paisaje de campos de olivos y secano se difuminó, dando paso a los edificios altos y el bullicio de la gran ciudad. Al pisar el andén de la estación de Santa Justa, Roberto sintió una mezcla extraña de nostalgia y expectación. Los recuerdos de su vida pasada en Sevilla lo asaltaron, pero esta vez, no venían cargados de la ansiedad del hombre que intentaba escapar de su pasado, sino de la calma de quien lo había confrontado.
La feria se desarrolló con éxito. Roberto hizo nuevos contactos, aprendió sobre innovaciones y afianzó el nombre de la ferretería Vargas en un circuito más amplio. Por las noches, exploraba las calles que un día le fueron tan familiares. Paseó por el Parque de María Luisa, donde había reído con Marta. Visitó los bares donde compartieron confidencias. Cada rincón le traía un recuerdo, pero ahora, podía mirarlos sin dolor, como parte de un camino que lo había llevado a ser quien era.
Una tarde, mientras tomaba un café cerca de la Giralda, sacó su móvil. El número de Marta seguía ahí. Su corazón latió con más fuerza. Ya no era el miedo a la confrontación, sino la posibilidad de una conexión genuina. Había madurado, había cumplido consigo mismo. Sentía que ahora sí tenía algo que ofrecer, algo que valía la pena escuchar.
Respiró hondo y marcó. El tono sonó una, dos, tres veces... y luego, una voz familiar, cautelosa, respondió.
"¿Diga?"
"Marta, soy Roberto", dijo él, su voz un poco más grave de lo habitual. El silencio al otro lado de la línea se hizo eterno. Cada segundo, una confirmación de la distancia que los había separado.
El Primer Puente.
El silencio de Marta se extendió por unos segundos que a Roberto le parecieron una eternidad. Podía sentir la sorpresa, la cautela. Finalmente, su voz regresó, más fría de lo que recordaba, pero reconocible.
"Roberto... Vaya. No esperaba tu llamada."
"Lo sé. Yo... no he llamado antes porque no era el momento. Pero estoy en Sevilla, por trabajo, y sentí que... que debía hacerlo. Necesitaba hablar contigo."
"¿Hablar de qué?", su tono seguía siendo distante, protector. "Creo que ya nos dijimos todo lo que teníamos que decir."
"Quizás no todo", Roberto mantuvo su voz firme, sin desesperación. "He cambiado, Marta. El escándalo en la ferretería, tu partida... me hicieron ver muchas cosas. La inmadurez, la cobardía que me echaste en cara. Tenías razón."
Hubo otro silencio, menos tenso esta vez, como si sus palabras hubieran roto un pequeño fragmento del muro. "Es sorprendente que lo digas", respondió ella, con una pizca de curiosidad.
"Es la verdad. He estado trabajando en mí, en la ferretería, en mi vida en Puebla. He intentado hacer las cosas bien. Y... y también he ayudado a Asunción. A su madre. Ya están aquí en Sevilla, recibiendo ayuda."
Esta revelación pareció afectarle. Asunción. El fantasma que había perseguido su relación. "Me alegro por ella", dijo Marta, su voz un poco más suave. "¿Y tú? ¿Has encontrado tu camino?"
"Estoy en ello", admitió Roberto, con sinceridad. "La ferretería está yendo bien. Mi padre me ha dado más libertad. Y yo... yo ya no soy el que era. Por eso te llamo. No para pedirte que vuelvas, ni para justificarme. Solo para que sepas que he escuchado lo que dijiste. Que estoy intentando ser un hombre honesto. Y para disculparme de verdad por todo el daño que te causé."
El silencio de Marta duró un poco más esta vez. Roberto contuvo la respiración, preparado para cualquier respuesta, incluso para que colgara. Pero no lo hizo.
"Roberto... Te agradezco la llamada. Y que hayas reconocido todo esto. No sabes lo importante que es para mí escucharlo." Hubo un matiz diferente en su voz, una grieta en la armadura que había construido. "No sé si... no sé si es buena idea que nos veamos."
"No tiene por qué ser ahora", le dijo él, respetando su espacio. "Pero... me gustaría que consideraras la posibilidad. Quizás un café. Sin presiones. Solo para que veas que no soy el mismo."
Marta dudó. "Dame tiempo, Roberto. Necesito pensarlo. Estoy... estoy sorprendida."
"Claro. El tiempo que necesites. Si decides que no, lo entenderé." Roberto sabía que había plantado una semilla. La madurez le había enseñado a no forzar las cosas. "Pero me gustaría mucho verte."
"De acuerdo. Lo pensaré. Gracias por la llamada, Roberto." Y con esas palabras, colgó.
Roberto bajó el teléfono. No había euforia, sino una profunda satisfacción. Había dado el primer paso, no hacia la recuperación de un "amor inmaduro", sino hacia una posible relación, de cualquier tipo, basada en la verdad y el respeto. El camino aún era incierto, pero la puerta de la comunicación se había entreabierto. Los ecos de Sevilla, ahora, sonaban con una nueva melodía.
La Espera y la Reflexión.
Los días que siguieron a la llamada fueron una mezcla de expectativa y resignación para Roberto. Había hecho lo que sentía que debía hacer, y ahora la pelota estaba en el tejado de Marta. Se centró en la feria, en los nuevos contactos y en la absorción de información para la ferretería. Mantuvo su mente ocupada, pero en el fondo, una parte de él esperaba una respuesta, un mensaje, una señal.
Mientras tanto, aprovechó su estancia en Sevilla para visitar a Asunción. La encontró en el pequeño apartamento que la fundación le había asignado, un espacio modesto pero limpio y funcional. Doña Carmen, aunque frágil, parecía más tranquila, recibiendo una atención médica y de cuidados que en Puebla era impensable.
"Roberto, qué alegría verte", dijo Asunción, con una sonrisa sincera. "Mi madre está mucho mejor, gracias a ti. Los médicos dicen que su calidad de vida ha mejorado mucho."
Se sentaron a tomar un café, y por primera vez, hablaron con una franqueza total sobre su pasado. No hubo reproches, solo una comprensión mutua de los errores cometidos. Asunción admitió su propia ingenuidad y la forma en que se aferró a un amor que no podía ser. Roberto, por su parte, reiteró su arrepentimiento por su cobardía y su falta de honestidad.
"El amor que tuvimos fue inmaduro, Roberto", dijo Asunción, con una mirada melancólica pero serena. "Nos hizo daño a los dos, y a otros. Pero al final, nos ha traído hasta aquí. Y estoy agradecida por eso."
Roberto asintió. "Sí. Y me alegro de que estés bien, Asunción. De verdad. Te lo mereces."
La conversación fue un cierre definitivo para ese capítulo de sus vidas. No había promesas de futuro romántico, solo la confirmación de una amistad nacida de la adversidad y la madurez. Al despedirse, Roberto sintió una ligereza que no había experimentado en años. El fantasma del "amor inmaduro" con Asunción había sido exorcizado por completo.
De regreso al hotel, su móvil vibró. Era un mensaje. De Marta.
Su corazón dio un vuelco. Abrió el mensaje con una mezcla de nerviosismo y esperanza.
"Roberto. He estado pensando. Y sí. Me gustaría verte. Mañana, si puedes. En el mismo café donde nos conocimos, a las cinco."
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Roberto. No era una victoria, sino una oportunidad. La oportunidad de un nuevo comienzo, de una conversación real, de ver si el amor, esta vez, podía ser maduro. El eco de Sevilla, ahora, no solo traía recuerdos, sino la promesa de un futuro incierto, pero lleno de posibilidades.
El Encuentro en el Pasado.
El café, con sus mesas de madera y el aroma a café recién molido, parecía el mismo que recordaba. Roberto llegó temprano, sintiendo la misma mezcla de nerviosismo y expectación que en su primera cita con Marta. Se sentó en la misma mesa junto a la ventana, observando el ir y venir de la gente en la calle. Cada minuto que pasaba, la incertidumbre crecía, pero también la confirmación de que este era un paso necesario.
Exactamente a las cinco, la puerta se abrió y Marta entró. Se veía diferente, no solo por el corte de pelo o el atuendo más formal, sino por la expresión en su rostro. Había una seriedad, una madurez que antes, en el torbellino de su relación, no había percibido del todo. Sus ojos azules, antes llenos de dolor y reproche, ahora mostraban una cautela mezclada con curiosidad.
Roberto se levantó. "Marta."
Ella asintió, una leve sonrisa, apenas perceptible, asomando en sus labios. "Roberto." Se sentó frente a él. "Gracias por la llamada. Me sorprendió, la verdad."
"Me imagino. Pero sentía que debía hacerlo." Roberto respiró hondo. "Sé que te hice mucho daño, Marta. Te prometí un futuro que no estaba preparado para darte. Estaba atrapado en mi pasado, en las expectativas de mi familia, y en un amor inmaduro que no sabía cómo romper. Te arrastré a una situación injusta y fuiste tú quien tuvo la valentía de ponerle fin."
Marta lo escuchó sin interrumpir, su mirada fija en él. "Sí. Me dolió mucho, Roberto. Sentí que toda nuestra relación había sido una mentira. Pero al final, me di cuenta de que no era maldad, sino... eso, inmadurez. Tuya y un poco mía por no verla antes."
"Lo entiendo. Y te pido disculpas. De verdad. He aprendido mucho desde entonces." Roberto le habló de los cambios en la ferretería, de su enfrentamiento con su madre, de cómo había ayudado a Asunción. No como excusa, sino como prueba de su transformación. "Ya no huyo. Ya no me escondo. Estoy asumiendo mi vida. Y quería que lo supieras. No para pedirte nada, solo para cerrar este círculo de la mejor manera posible."
Marta tomó un sorbo de su café. "Roberto, me alegro de escuchar todo esto. Me alegro de que estés bien, de que Asunción esté bien. Y me alegro de que hayas crecido. Me da paz saberlo." Hizo una pausa. "Pero... lo nuestro se rompió por algo más que la inmadurez, ¿sabes? Se rompió porque éramos dos personas en momentos muy diferentes de sus vidas. Tú no eras libre, y yo no podía esperar."
Roberto asintió. "Lo sé. Y lo acepto. Por eso no vengo a pedirte que volvamos. Solo a pedirte perdón, y a darte las gracias. Gracias por haberme hecho ver la verdad, por haberme empujado a cambiar."
Marta le devolvió la mirada, y esta vez, su sonrisa fue más abierta, teñida de melancolía pero también de comprensión. "Siempre te desearé lo mejor, Roberto. Siempre."
No hubo abrazos ni lágrimas, solo la quietud de una comprensión mutua. La tensión se disipó, reemplazada por una sensación de paz. El amor inmaduro había causado estragos, pero la madurez había permitido un reencuentro que sanaba, que liberaba. Se despidieron no como amantes, sino como dos almas que, después de un doloroso viaje, habían encontrado su propio camino. Roberto salió del café con el corazón ligero. El capítulo con Marta, finalmente, se había cerrado. Y ahora, su propio futuro estaba verdaderamente absuelto.
El viaje de regreso a Puebla de los Infantes fue diferente. La pesadez que solía acompañar el trayecto se había disipado, reemplazada por una sensación de calma y un optimismo cauteloso. Roberto había regresado a la ciudad de su pasado, había cerrado capítulos y había encontrado una paz interior que le permitía mirar hacia adelante.
Al llegar a la ferretería, el ajetreo diario lo recibió. Se sumergió en los nuevos pedidos, las gestiones con los proveedores, la formación de un joven aprendiz al que le estaba enseñando las bases del negocio online. La modernización de la ferretería Vargas no era solo un proyecto profesional, sino un reflejo de su propia evolución personal. La tienda prosperaba, y con ella, la confianza de Juan Carlos en su hijo crecía cada día, aunque aún sin grandes demostraciones de afecto.
Dolores, al notar la serenidad de Roberto, y quizás el éxito palpable del negocio, comenzó a suavizar su postura. Sus reproches se volvieron esporádicos, y en ocasiones, incluso se permitió alguna pregunta interesada sobre el progreso de las ventas online. La aceptación no era completa, pero era un avance significativo. Emilio, relegado a una posición de menor relevancia en la gestión, se limitaba a observar, su resentimiento ahora más una sombra que una amenaza real. Roberto había aprendido a vivir con esa dinámica, sin permitir que le definiera.
Las llamadas con Asunción se hicieron menos frecuentes, pero seguían siendo un recordatorio de la ayuda que había brindado y del cierre de un ciclo. Asunción le contó que Doña Carmen había mejorado notablemente y que ella misma estaba explorando opciones para estudiar un curso de formación profesional en Sevilla, ilusionada con la idea de un futuro más estable.
La vida de Roberto en Puebla de los Infantes era ahora sólida, construida sobre sus propias decisiones y no sobre las expectativas ajenas o los fantasmas del pasado. Ya no buscaba la validación en otros, sino en su propia capacidad de construir, de liderar, de ser un hombre íntegro. El amor inmaduro había sido un detonante, una experiencia dolorosa que lo había moldeado. Pero la madurez había llegado, y con ella, la certeza de que el verdadero amor, cuando llegara, sería diferente. Sería un amor construido sobre la verdad, el respeto y la libertad de ser uno mismo. El horizonte de Roberto, antes nublado por la culpa y el miedo, se extendía ahora claro y lleno de nuevas posibilidades.
Un Futuro sin Ataduras.
Pasaron los meses, convirtiéndose en un año. La Ferretería Vargas, bajo la dirección de Roberto, experimentó un crecimiento notable. La tienda online se expandió, llegando a clientes de toda Andalucía y comenzando a ganar reputación. Roberto había logrado un equilibrio: honraba el legado familiar mientras innovaba con visión de futuro. Su padre, Juan Carlos, se había retirado parcialmente, dejando las riendas del negocio en manos de su hijo con una confianza que nunca antes había depositado. La tensa paz con Dolores se había transformado en un respeto silencioso, y a veces, en pequeñas muestras de afecto que sorprendían al propio Roberto.
La vida de Asunción en Sevilla también había florecido. Había completado con éxito su curso de formación y había encontrado un empleo estable en una residencia para personas mayores, donde Doña Carmen seguía recibiendo excelentes cuidados. Asunción le escribía cartas esporádicas a Roberto, contándole sus pequeños triunfos y la tranquilidad que había encontrado. Las cartas eran un testimonio de su propia madurez, de cómo había reconstruido su vida lejos de la sombra de Puebla y de su pasado compartido.
Roberto, a sus treinta y tantos años, se encontraba en un punto de su vida donde la soledad no era vacía, sino un espacio de libertad y crecimiento. Había aprendido a disfrutar de su propia compañía, de sus logros, de la paz de su conciencia. Ya no buscaba el amor con la desesperación de antaño, ni se sentía incompleto sin una pareja. La experiencia del amor inmaduro lo había enseñado a valorar la autenticidad y la paciencia.
Una tarde, mientras cerraba la ferretería, una joven entró apresuradamente, buscando un tipo de bombilla muy específico que la mayoría de las tiendas ya no vendían. Era ingeniera de iluminación, le explicó, y estaba restaurando una antigua casa rural en las afueras. Su conversación se extendió, derivando de las bombillas a proyectos, a la pasión por lo antiguo y lo nuevo. Había una chispa en sus ojos, una curiosidad genuina y una inteligencia que atrajo a Roberto de inmediato. No era una búsqueda, ni una necesidad. Era la casualidad de la vida.
Al despedirse, ella le dio una tarjeta con su nombre, "Isabel," y su número. "Gracias por la ayuda, Roberto. Me has salvado la vida. Y la bombilla, por supuesto." Él sonrió. Al mirar la tarjeta, Roberto no sintió la urgencia de su juventud, ni la desesperación de su pasado. Sintió una calma agradable, la apertura a una posibilidad. Por primera vez, en mucho tiempo, el amor parecía asomar en su horizonte, no como un refugio de la inmadurez, sino como un camino para un hombre maduro y completo. El sol se ponía sobre Puebla de los Infantes, tiñendo el cielo de naranjas y rosas, prometiendo un nuevo amanecer en la vida.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.