Los hombres presentes en la sala destilan poder, elegancia y egocentrismo. Antes de ingresar a la reunión entregaron sus celulares y fueron revisados minuciosamente, para evitar que cualquier tipo de tecnología fuese usada. El protocolo era estricto. Rayan no pierde el tiempo y presenta las pruebas de que Amir había planificado el atentado donde perdieron la vida sus tíos, por ende, admite haberle regresado el gesto. Claro que omite la relación de su madre y Amir. Pese a todo defenderá su apellido hasta las últimas consecuencias.
—Pienso que debiste hablarlo con nosotros antes. —Se atreve a decirle uno de ellos. Todos los demás lo miran como si estuviera loco al decir eso. Rayan se pone de pie.
—Ah, ¿sí? —Levanta una ceja. —¡No tengo que consultarles una mierda! —Les grita. —Esta no es una decisión que les afecta a ustedes porque el muy maldito a quienes asesinó fueron a familiares míos. Suficiente con la gentiliza que estoy teniendo al informales.
—¡Marrash, discúlpame! —Admite, un poco asustado. Los demás lo observan con reproche.
—Y que quede claro, que si alguien más tiene las agallas de traicionarme le irá mucho peor y esta no es una amenaza. Es una certeza. Porque yo aun muerto seguiré mandando.
—No hay necesidad de todo esto. Comprendemos tu decisión y acatamos tus directrices, Marrash. —Dice, otro miembro distinguido. Rayan se calma y continúan con otros temas. A nadie más le importó la vida de Amir.
La reunión finaliza con la inversión de capital hacia algunos negocios. Rayan no duda en inyectarle capital a la corporación de su tío Mounir, quiere asegurar que las cosas marchen como si su tío estuviera vivo.
—Rayan, te esperamos esta noche para la cena. Muna está muy emocionada de que la pidas en compromiso. —El hombre sonríe de oreja a oreja.
—Claro que sí, Rabah.
Muna es una joven sumamente hermosa de unos 20 años y posee unos rasgos de una verdadera princesa. Rayan ya tiene varios días frecuentando su casa con la excusa de las invitaciones a comer de parte del padre de Muna. También le ha regalado mucho oro, pero aún no la pide en compromiso. Rayan encuentra en Muna la auténtica mujer árabe; sumisa, inocente y con sentimientos puros. Cada vez que la mira su sonrisa da paz a su alma. No sabe con exactitud si es amor, pero de lo que si está seguro es que ninguna mujer le ha hecho sentir eso.
Definitivamente no duda de que ya es tiempo de sentar cabeza. Lamentablemente no podrá complacer a su tío Mounir sobre casarse con una de sus hijas, pues la menor está muy pequeña aún y la mayor ha rechazado a muchos hombres. Al parecer su hermano Tareq las deja escoger al marido contrarío a lo que una genuina familia musulmana practica y Rayan no quiere más complicaciones en este momento. Quizás más adelante considere en pedir a la hija menor de Mounir como su segunda esposa.
Al salir del edificio se va a su oficina. Las personas se asustan al verlo llegar. La verdad no comprende el por qué ya que no interactúa con nadie y tampoco le interesa lo que hagan. El deber de todos es realizar bien el trabajo y si no lo hacen bien simplemente sus jefes se encargarán de ellos. Pasa rápidamente sin mirar a los lados y dice un buenas tardes obligado; entra a su oficina sin esperar respuesta de nadie.
Después de examinar y firmar algunos papeles por varias horas, decide irse para su apartamento. Necesita darse un baño antes de la cena. Revisa su celular y su padre le ha estado llamando, pero prefiere no hablar con él por el momento. Para su sorpresa antes de ingresar al auto su padre lo está esperando.
—Padre. —Se acerca y le da un beso en la mejilla.
—¿Por qué no contestas mis llamadas, Rayan? —Pregunta, molesto.
—Aquí no. Entra al coche conmigo. —Pide, no le gusta crear ni alimentar chismes. Su vida siempre ha sido un secreto hasta para su propia familia. Ambos ingresan al auto.
—Tu madre esta internada en el hospital. El doctor dice que es una crisis nerviosa. —Le comenta, un tanto alarmado.
—Crisis nerviosa… —dice, Rayan, repitiendo lentamente las palabras. Aun esta dolido.
—¿Qué te pasa? ¿No te preocupa? —Su padre lo ve sin dar crédito. Esta tan fresco como una lechuga.
—Hoy por la mañana hablé con ella y estaba en perfecto estado de salud. ¿No te dijo si le sucedió algo que detono su “crisis nerviosa”? —Enfatiza estas dos últimas palabras.
—No, no me dice nada. Solo llora y llora. —Su padre se toma el cabello con una mano. Luce desesperado. Rayan lo ve con lástima. ¿Cómo puede amarla? Su madre no merece el amor de su padre.
—No te preocupes. Estoy seguro de que no tiene algo grave. Lo que necesita es descansar.
—De verdad, me asombra la frialdad con que lo dices. ¿No te preocupa ni un poco? ¡Es tu madre! —Le grita. Los ojos de Rayan se vuelven fuego.
—No me faltes al respeto, padre. Sabes que no tolero que me griten. —Dice, apretando los dientes.
—¡Hijo, reacciona! ¡Por Alá! —Le pide, con un tono de voz más suave.
—He estado en contacto con el médico. El mismo me dijo que no es nada grave y que le dará de alta mañana. —Su padre respira más tranquilo.
—Entonces, si has estado al pendiente. Muy bien hijo. ¿Irás conmigo al hospital?