Capítulo XIII. Secreto
Por la mañana la mamá de Mirah entra como loca a su habitación.
—¡Mirah! Sabah alkhayr (buenos días). ¡Despierta! —Le abre las cortinas.
—¡Alá! ¿Qué sucede? ¿Nailea está bien? —Pregunta, preocupada, levantándose de golpe.
—Por supuesto que está bien. Escúchame… Tareq me ha pedido que lleve de compras a Lila. ¡Alá al fin le sonríe de nuevo a esta familia! —Levanta sus manos al cielo. —Me dijo expresamente que le comprara un vestido de compromiso y vestidos para nosotras. Así que, vístete y vámonos. —Le indica, emocionadísima.
—No, mamá. No, iré. —La señora Fátima se detiene en la puerta.
—¡Alá, Mirah! ¿Por qué? Deberías estar feliz por tu prima. Al fin Tareq la pedirá como segunda esposa. —Mirah la mira como si estuviera loca.
—Mamá como puedes pensar eso. —Se levanta de la cama. —Sabes muy bien lo que sucedió ayer y no creo que Tareq vaya a casarse con Lila.
—¡Claro que sí! Él ya se dio cuenta que es inocente y para disculparse va a comprometerse con ella. —Asegura. —¡También me ha pedido que aparte la mezquita! —Mirah, no comprende el actuar de su hermano, pero de lo que esta segura es de que Tareq no se comprometería con Lila jamás.
—De igual manera prefiero no ir. Además, tengo muchos vestidos nuevos. —Su madre hace cara de fastidio y sale de su habitación.
Aida le sube el desayuno y en ese momento se lo agradece porque no tiene ánimos de bajar. Siente que todo lo que está ocultando con respecto a Rayan se está convirtiendo en una bola de nieve que poco a poco le caerá encima y la aplastará. Eso le provoca ansiedad y tristeza.
—Aida, ¿desde hace cuánto conoces a Rayan? —La muchacha coloca la charola en la mesa y comienza a arreglarle la cama.
—Desde hace unos años. —Responde a secas.
—De verdad, entonces ¿podrías hablarme de él? —Intenta indagar.
—No tengo mucho que contar señorita. Yo trabajo para su familia desde hace un par de años, pero del señor Rayan no se nada. —Confiesa, estirando las sábanas. —Es muy hermético con su vida privada. Lo único que sé, es que a pesar de que su padre y sus hermanos son mayores y están vivos, bueno menos uno. —coloca las almohadas —Es el señor Rayan el que manda en esa familia y él es el menor.
—¿Cómo que menos uno? —Pregunta, más curiosa. La muchacha se pone pálida.
—¡Señorita, por favor! No me pregunte más. —Camina a la puerta casi trotando.
—¡Aida! ¡Espera! —Ella sale sin detenerse.
Durante todo el día el decaimiento gana la batalla y Mirah no sale de su habitación. Su cabeza es un remolino. No ha dejado de pensar en lo que le dijo Aida, quien no regresa hasta la hora del almuerzo y le informa que su hermano y Nailea regresaron de donde el médico y que ella luce muy bien. Mirah siente alegría de que Nailea este sana. Cuando quiere abordarla nuevamente sobre el hermano de Rayan alguien toca la puerta y Aida aprovecha para librarse de contestar y abre. Es Tareq. La muchacha sale y Tareq entra.
—¿Te sientes mal hermana? —Se acerca para tocar su frente.
—No, hermano. Estoy bien. —Le muestra una sonrisa forzada.
—Te busque en la cocina y me dijeron que no has salido de tu habitación.
—¿Y por eso pensaste que estoy enferma?
—Tus amas la cocina y no encontrarte allí es signo de alarma para mí. —La abraza. —Desde pequeña no podía sacarte de allí.
—Estoy bien. Solamente me siento un poco agotada por el viaje.
—Comprendo, pero hoy debes acompañarnos a la cena de compromiso. —Mirah lo mira achicando los ojos.
—¿Qué compromiso Tareq? —Su hermano guarda silencio. —¿Qué estás tramando? —Achica los ojos. —Mamá esta vuelta loca con ese tema.
—Es a las cinco. Comienza a prepararte. —Besa su frente y se va.
—Pero yo necesito hablar… contigo —Dice, en voz baja, pero su hermano ya ha salido de la habitación sin escucharla.
Mirah no deja de darle vueltas en su cabeza en cómo le dirá a Tareq que firmó un Nikah sin su consentimiento y eso hace que la ansiedad la esté consumiendo minuto a minuto. Sin ánimo de nada comienza a buscar en su armario que ponerse ya que en unas horas tendrá que irse a la mezquita.
Las horas pasan rápido y su madre llega a presionarla para que salga de la habitación. Las demás la están esperando en el auto para irse a la mezquita. Se da una mirada veloz en el espejo. Luce hermosa con su vestido color violeta pálido, pero su mirada de tristeza es imposible de esconder. Joyas de oro adornan sus orejas, manos, dedos y cuello, pero no en exceso. Contrario a la mayoría de las mujeres árabes Mirah no muere por el oro, ya que lucha por no llamar la atención. Llegan a la mezquita a tiempo. El lugar está lleno de personas.
—Mamá, pensé que era un compromiso familiar. —Le dice, desaprobando con la cabeza.
—Lo es, hijita. Lo es. As-salāmu ‘alaykum (Que la paz este contigo) —Saluda a los invitados y se aparta de ella.
Mirah saluda de largo a algunos invitados y se mueve sigilosamente hacia una banca para alejarse de todos. Minutos después desde allí observa llegar a su hermano con Nailea, quién al ver la cantidad de personas busca inmediatamente a su madre. Mirah sabe que le está reclamando por haber invitado a tanta gente. Luego Nailea busca con la mirada a Mirah hasta encontrarla. Camina hacia ella y se sienta a su lado.