—¡Hola! Mucho gusto. Soy Mirah. —La saluda amablemente y le extiende la mano. Miranda rápidamente le extiende la suya sin decir una palabra. —¿Puedo saber tu nombre? —Sonríe.
—Miranda. —Alcanza a responder.
—Te vi ayer en mi ceremonia de compromiso. —Le comenta con tranquilidad. Miranda no parpadea. —En la mezquita.
—Si… yo…
—Me pareció que gritaste el nombre de Rayan, ¿fue así? —Pregunta con dulzura y Miranda se sorprende tanto por su belleza como por su sinceridad.
—Sí.
—¿Puedo saber por qué? —Pide con ojos suplicantes y eso conmueve a Miranda. Ya que ella bien podría reclamarle de otra manera y en cambio, respetuosamente le pedía saber la razón.
—Yo… es que… Mirah, te pido una disculpa por lo sucedido. No fue el lugar, ni el momento y tampoco tenía derecho a hacerlo. —Mirah la ve tratando de comprender. —Solo puedo decirte que tienes a un gran hombre a tu lado y que les deseo lo mejor del mundo. —Al decir esto último su voz cambió a un tono melancólico y desconsolado al decirlo.
—Pero ¿tú y él…
—No hay, ni hubo algo entre nosotros. Debo irme ahora mismo porque perderé mi avión. —Dice, apresuradamente, antes de que las lágrimas caigan. —Adiós. —Se aleja sin mirar atrás mientras Mirah la observa irse.
El celular de Mirah no para de sonar. Su madre, su hermano y hasta el mismo Rayan han estado llamándola.
—As-salamu alaikum, hermano (Hola, hermano). —Saluda con respeto.
—Mirah, ¿por qué no contestabas? —Le pregunta, molesto.
—Asif (Lo siento)
—Conoces a madre como se pone. ¡Está como loca!
—¡Alá! No me di cuenta de que tenía mi celular en silencio. —Tareq suspira.
—Hablé con el chofer. Yo estoy en la oficina y le dije que te trajera…
—¡No, no te preocupes! Recordé que tengo pendientes de la boda. Iré por mamá.
—Pero ¿no me buscabas? No entiendo.
—Eh, sí… era algo de la boda, pero puedo verlo más tarde con Nailea.
—Comprendo… Mirah, sé que ya vas a casarte y que ya no me rendirás cuentas, pero no me gusta que andes sola por la calle y menos en Marruecos.
—¡Tiene razón! ¡Asif hermano! No volverá a pasar. —Expone, sintiéndose culpable.
—Está bien, hermana. —Finaliza la llamada. Mirah sube al auto y el chofer la lleva a casa.
En la entrada hay dos coches. Su corazón se acelera. Son los autos de Rayan. Entra a la casa y sigue hasta la amplia sala donde efectivamente se encuentra Rayan con su mamá en una plática amena. En una esquina están dos muchachas del servicio y en otra un guardaespaldas de Tareq. Una mujer no puede estar a solas con un hombre que no sea de su familia. En este caso Rayan le falta un paso para emparentar formalmente. Ese paso es la boda.
—¡Hija! ¡Alá! Te hemos estado esperando. —Se levanta con emoción a recibirla. —Tu futuro esposo te trajo todos estos regalos. —Sus ojos brillan con emoción.
La mirada de Mirah se vincula rápidamente con la de Rayan. Esta serio y con el ceño fruncido. Parece algo molesto, pero no está del todo segura ya que tratar de leer a Rayan es muy complicado.
—Ahlan Mirah (Hola Mirah) —Saluda con más familiaridad. Mirah agacha su cabeza en forma de saludo. —¿Kaefa haaluk? (¿Cómo estás?).
—Mneeha, ¿Wa ant? (Estoy bien ¿y tú?) —Responde con voz suave y delicada.
—¡Observa hija! —Señala todo el oro y diamantes que hay en la mesa de centro. —Son para ti, para que las uses el día de tu boda. —Le muestra con emoción.
—Pero son demasiadas… —Susurra. En la mesa hay cadenas, pulseras y aretes de oro con diamantes.
—¡Que dices niña! Te mereces esto y más, ¡mi hermosa hija!
—¡Señora, Fátima! Hadiya quemó la comida y la señora Inaya no puede arreglarlo. —Le informa con preocupación una de las cocineras.
—¡Alá! ¡Cómo es esto posible! ¡Yala! (vamos) —La señora Fátima sale corriendo hacia la cocina. Las muchachas y el guardaespaldas se mantienen es su sitio.
—¿No te gusta el oro? —Pregunta, Rayan, acercándose un poco. Mirah, asiente con la cabeza. —Todo esto es tuyo.
—Shukran (¡Gracias!) —Baja la mirada.
—Mirah quiero que a partir de hoy uses este anillo. —Le da un fino anillo de oro con un diamante en forma de corazón y muchos diamantes pequeños alrededor del corazón. —¿Me permites tu mano? —Mirah estira su delicada mano y Rayan procura no tocarla. Con mucha sutileza le coloca el anillo que calza de manera perfecta en su dedo.
—¡Es precioso! —Lo admira.
—No quiero que vuelvas a salir sola. —Señala y Mirah niega con la cabeza. —¿Encontraste lo que buscabas? —Mirah levanta la mirada ante su pregunta.
—Yo… yo…
—¿Almorzaras con nosotras hijo? —Llega la señora Fátima limpiándose el delantal. —Estás muchachas hacen escándalo por todo. Quemaron el pan que hice, pero también hice un lavash y me quedo delicioso.
—Lamentablemente tengo una reunión importante en una hora y debo marcharme. En otra ocasión será. Ahora tendremos muchas oportunidades. —Le sonríe, amable y se retira ante la atenta mirada de su futura esposa.