De camino a lo que sería su nueva casa cientos de inseguridades comenzaron a surgir en Mirah. Pero lejos de sentir alegría y emoción, era la tristeza, el nerviosismo y la preocupación lo que la embarga. No podía sacarse de la mente esa llamada. Observa de soslayo a Rayan quien va en completo silencio. No entiende por qué no habla con ella. Sin ser consiente no puede dejar de apretarse sus manos y dedos. Así pasan los minutos hasta que el auto se detiene enfrente de un enorme portón de bronce.
Mirah suspira y con curiosidad mueve su cabeza hacia la ventana. ¿Será este su nuevo hogar? Se pregunta. Las rejas se abren lento y sincronizadas de manera perfecta. El auto vuelve a moverse e ingresan. El camino es de árboles grandes y bien podados, pero están tan cerca el uno del otro que no le permiten ver que hay más allá. El recorrido resulta de ser de varios minutos. El silencio de Rayan no ayuda en nada a la ansiedad que siente Mirah. Para ella el silencio es la acción más cruel que puede emplear una persona en contra de otra. Es como si diera a entender que su existencia no le importa o tal vez, existe la mínima posibilidad de que él también este igual de nervioso que ella y eso le impida la elocuencia. Aunque, la personalidad de Rayan nada tiene que ver con la de una persona silenciosa y mucho menos nerviosa.
—Baja. —Demanda, abriendo la puerta del auto y bajando él primero, para luego extenderle su mano ayudándole a bajar. Mirah suspira con pesar y toma su mano.
¿Baja? Esa era su primera palabra después de tanto silencio. Al poner sus delicados pies en la entrada de su nuevo hogar lo primero que ven los ojos de Mirah es una extensa fila de sirvientes con sus cabezas agachadas en señal de saludo. Sus ojos se agrandan más al ver el enorme castillo frente a ella.
—Sígueme. —Ordena y comienza a andar a paso firme hacia la entrada. Ella lo obedece y lo sigue.
¿Un castillo? La decepción la invade aún más. Mirah siempre ha soñado con vivir en una casa donde se sienta el calor de un hogar y especialmente donde encontrarse por las mañanas no sea una tarea difícil. ¿Cómo lograrían convivir en lugar así?
Dos sirvientes abren las gigantescas puertas de madera de más de cinco metros de largo. Al ingresar al castillo la desilusión aumenta. El lugar es lujoso y triste como era de esperarse. Sin vida y color. Los adornos, alfombras y demás decoraciones son de colores oscuros.
—Llévenla a su habitación. —Establece, dándose la vuelta para irse hacia una de las puertas de la primera planta. Mirah se queda parada sin saber hacia dónde va.
—Por aquí, señora. —Indica una de las sirvientas y dos sirvientas más se unen esperándola en la escalera que inicia en medio del salón.
Mirah llena sus pulmones de aire nuevamente y las sigue. Pasan por un largo pasillo estrecho de piedra con acero corrugado y de iluminación tenue. El clima en Marruecos es helado por las noches y parece que el clima del castillo también es así, pues se siente muy fresco como si hubiera aire acondicionado dentro.
—Su habitación, señora. —La sirvienta agacha la cabeza. A Mirah todo ese protocolo no le gusta para nada.
—Me llamo Mirah. —Les dice dulcemente, pero ninguna se atreve a levantar su rostro.
La habitación en una sola palabra se describiría como “majestuosa”. Sacada de un cuento de hadas. El piso es de mármol y hay dos grandes ventanales; uno de ellos cuenta con un cortejador. La vista es directa a un bosque. El techo es alto con vigas de madera oscura que se extienden por toda la habitación, donde un hermoso candelabro de hierro forjado cuelga iluminando el espacio con luz cálida y reconfortante.
Al lado izquierdo de la habitación hay una gran chimenea de piedra ya encendida, que añade un resplandor agradable. Frente a la chimenea hay un amplio espacio decorado solamente con una alfombra redonda y encima de esta una mesa vacía.
En medio de la habitación hay una cama muy grande de madera oscura con sabanas y colchas blancas. Hay almohadas de diferentes tamaños apiladas perfectamente en el cabezal de madera y al pie de la cama una banqueta clásica.
—Ya está preparado su baño con sales y hierbas aromáticas, señora. —Indica, una de las sirvientas.
—Yo… yo no sé dónde está mi equipaje. —Responde, tímidamente.
—Ya está todo en su armario. —Abre de las dos puertas que hay en su habitación. Mirah se acerca y el armario está completamente lleno de su ropa y ropa nueva. —Quiere que le ayudemos con el baño. —Pregunta, la muchacha con formalidad.
—No, no, no, así está bien. ¡Muchas gracias! —Responde. —Quisiera… yo quisiera estar sola. —Logra pedir. Las muchachas asienten y salen.
¿Está seria su nueva vida? Como tendría un verdadero hogar de esta manera. Solo será un mueble más para su esposo. ¡Qué Alá se apiade de ella! Comienza a llorar mientras se quita su vestido de novia y joyas. Luego se coloca una de las batas que hay en uno de los estantes del enorme y elegante baño. Mientras se desmaquilla sus lágrimas no cesan. Rayan podría entran en cualquier momento y reclamarla.
Mirah tomó su baño, se colocó su bata de seda sin nada de ropa interior. Se recostó en la cama y espero por unas horas a Rayan, pero él no apareció y el sueño la venció.
Cuando se despierta ya es tarde por la mañana. Se siente totalmente confundida. ¿Por qué Rayan no ha dormido con ella? Revisa su celular y no hay ni llamadas ni mensajes. Toma un baño, se viste y baja a desayunar con la esperanza de encontrarlo allí, pero no es así. Los sirvientes se esmeraban en atenderla sirviéndole un banquete. Aunque todo luce delicioso casi no tiene apetito. Trata de comer un poco para no despreciar a la gente que preparó su comida. Luego de eso se dedica a recolocar sus cosas a su manera y así pasa todo el día, entre las mil atenciones de todos lo sirvientes y esperando a que Rayan aparezca, pero no hay señales de él. Les pregunta a los sirvientes y nadie sabe que decirle. Nuevamente lo espera toda la noche y no aparece.