A la mañana siguiente, seguían disfrutando del tiempo juntos sin prisas, envueltos en la armonía de su renovada cercanía. Para el almuerzo, Rayan la llevó a un restaurante exquisito, donde el lujo se respiraba en cada detalle, desde la tenue iluminación hasta la fina decoración.
La presencia de ambos no pasaba desapercibida. La belleza singular de Mirah y la imponente figura de Rayan captaban miradas, pero para él, no existía mujer más hermosa que su esposa, así como para ella no había hombre más atractivo que su amado esposo.
Durante la comida, la conversación fluía con naturalidad. A pesar de su naturaleza reservada, Mirah se mostraba cada vez más abierta con él. Su dulzura innata y su inteligencia hacían que Rayan disfrutara cada palabra suya, aunque notó que, en ocasiones, ella se contenía al expresar su opinión.
—Mirah, puedes hablar conmigo con total confianza —dijo él con una sonrisa velada. Sus ojos reflejaban la ternura que le inspiraba.
Ella lo miró con cierta sorpresa.
—¿No te incomoda que opine? —preguntó con timidez, bajando un poco la mirada.
Rayan negó con suavidad y tomó su mano entre las suyas.
—Al contrario, mi amor… quiero que siempre te sientas libre de decir lo que piensas. Me interesa escucharte.
Mirah sintió que su corazón se apretaba con dulzura ante aquella afirmación. Estaba a punto de responder cuando una voz femenina interrumpió el momento.
—¡Rayan! —El tono era entusiasta, con un dejo de familiaridad.
Frente a ellos se encontraba una mujer de deslumbrante belleza, con una cabellera dorada que enmarcaba un rostro de rasgos esculpidos. Su atuendo, de impecable diseño, resaltaba su figura, y en su mirada brillaba una chispa de asombro… o quizá de desconcierto.
Con la cortesía propia de un hombre de su linaje, Rayan se puso de pie.
—Alina —saludó sin emoción.
No hubo contacto físico, ni un atisbo de afecto en su voz. A pesar de su porte elegante, la mujer no pudo ocultar cómo su expresión se transformaba al ver a Mirah. Su escrutinio fue sutil, pero evidente.
Rayan, como si no percibiera la tensión en el aire, pronunció con orgullo:
—Te presento a mi esposa, Mirah. Amor ella es Alina, trabajamos juntos en un proyecto. —Le indico.
La reacción de Alina fue inmediata: su sonrisa se tensó por un instante y sus ojos se agrandaron levemente.
—¿Tu… esposa? —repitió, como si la palabra le resultara extraña.
Mirah, con la gracia que la caracterizaba, le dedicó una sonrisa serena, sin rastros de arrogancia ni incomodidad. Su educación y dulzura era parte de su personalidad.
—Es un placer conocerte —dijo con voz suave, su tono impregnado de una calidez genuina.
Alina titubeó antes de responder, pero finalmente esbozó una sonrisa que, aunque cordial, no lograba disimular la sorpresa que aún danzaba en su mirada.
—El placer es mío. Ha sido un gusto saludarlos. —Afirmo, forzando una sonrisa y dio la vuelta.
Rayan tomó asiento nuevamente, su expresión inmutable, aunque en sus ojos danzaba un destello de incomodidad apenas perceptible. Mirah, decidió no indagar, pero algo en la forma en que aquella mujer lo había mirado la dejó con una sensación extraña.
El almuerzo terminó y partieron de regreso a casa. Justo antes de entrar, su jefe de seguridad los interceptó.
—Señor, disculpe. —Hasan se acercó con expresión tensa.
Rayan se detuvo y miró a su esposa.
—Entra, amor. Atenderé a Hasan. —Le indicó con suavidad. Mirah, con su habitual ternura, le sonrió con la mirada antes de continuar hacia el interior de la casa.
Cuando la puerta se cerró tras ella, Hasan extendió un sobre.
—Esto llegó para usted. —Su tono denotaba cautela.
Rayan lo observó sin tomarlo de inmediato.
—Ya lo escaneamos. No parece contener nada peligroso, solo documentos o fotografías.
Finalmente, Rayan lo tomó y, al abrirlo, sintió cómo el aire se le atascaba en los pulmones. Su pecho se contrajo con una presión sofocante. Sus ojos recorrieron las imágenes una a una, y con cada nueva fotografía, su ritmo cardíaco se aceleraba a un punto insoportable.
—¿Quién demonios trajo esto? —rugió, fuera de sí.
—Apareció en la entrada. Revisamos las cámaras, pero hay un corte de dos horas… aparentemente provocado. —Hasan tragó saliva, nervioso.
Los ojos de Rayan ardían con furia. En un arrebato de ira, tomó a Hasan por el cuello.
—Quiero que averigües quién dejó esto y que lo traigas ante mí.
—Sí, señor. —respondió con dificultad.
Rayan lo soltó bruscamente y, sin prestar atención a nada más, se dirigió al interior de la casa con pasos firmes y acelerados. Todo a su alrededor dejó de existir. Solo tenía un objetivo: encontrarla.
Subió las escaleras con rabia contenida hasta llegar a la habitación. Mirah estaba allí, ajena a la tormenta que se cernía sobre ella. Preparaba un baño con sales, deseosa de brindarle un momento de paz a su esposo después de su largo viaje.