De camino a su casa, Mirah no podía dejar de llorar. La imagen de su esposo besándose con esa mujer no salía de su mente. Sentía como si algo le quemara el corazón y la garganta le dolía de tanto contener los sollozos.
El chofer la miraba de vez en cuando por el espejo retrovisor, pero no dijo nada.
—Sayyidat Marrash, wasalna (Señora Marrash, hemos llegado) —anunció con voz suave, notando que llevaban ya dos minutos estacionados.
Mirah parpadeó, perdida en su dolor.
—Lo siento… —susurró, secándose las lágrimas con la yema de los dedos—. No me di cuenta.
El chofer descendió del auto y abrió la puerta para ella.
—Shukran… (Gracias…) —murmuró antes de entrar, dirigiéndose de inmediato a su habitación.
Mientras tanto, en la oficina de Rayan, Alí lo buscaba, preocupado, tras no recibir respuesta a ninguna de sus llamadas.
Al cruzar la puerta, el caos lo dejó sin palabras. Papeles esparcidos por el suelo, muebles volcados… el despacho parecía haber sido golpeado por una tormenta.
Rayan estaba de pie, con las manos en los bolsillos, la mirada clavada en el horizonte a través del ventanal.
Alí suspiró y se acercó con cautela.
—No creí encontrarte aquí —comentó—. Fui a tu casa y me dijeron que no has vuelto desde la tarde.
Rayan no apartó la vista del horizonte cuando habló.
—Ella me engañó con otro hombre… —soltó sin ningún preámbulo. Su voz era áspera, rota—. Uqsamu billah (Te juro por Alá) que creí en ella con todo mi corazón…
Su tono se quebró y Alí notó cómo hacía un esfuerzo sobrehumano por no derrumbarse.
—¿Por qué piensas que eso? —preguntó con calma, manteniéndose a su lado.
—Hay unas fotografías… donde se abraza con él de una forma… demasiado íntima. —Rayan hablaba como si estuviera en trance.
—¿Qué explicación te dio ella?
Finalmente, Rayan giró el rostro y comenzó a contarle, detalle a detalle, todo lo sucedido. Ya no sentía ira. En cambio, un enorme vacío y dolor lo consumían.
Alí escuchó en silencio, sin interrumpirlo, hasta que su hermano terminó.
Entonces, con voz tranquila, preguntó:
—¿Investigaste quién dejó esas fotografías?
—Estoy esperando el informe de Hasan… —Rayan se frotó el rostro con ambas manos, agotado.
—¿Puedo darte mi opinión?
Rayan lo miró por unos segundos y luego asintió.
Alí inspiró profundo antes de hablar.
—Wallahi, le creo a tu esposa… Honestamente, esto parece recreado. Como una escena de película.
Rayan no dijo nada.
—Tú no lo ves porque estás cegado por el dolor, pero piensa con lógica.
Su hermano continuó, sin apartar la mirada de él.
—¿Te parece normal que haya sucedido dentro de tu casa? Justo donde no hay cámaras y donde tu seguridad no te informó del incidente… Luego está el tema de ese sobre. Todo está planeado, ¿no lo ves?
Rayan cerró los ojos un instante, sintiendo cómo la duda se abría paso en su mente.
—¿Por qué no me lo comentó antes? —susurró.
—Ustedes no han convivido mucho por diversas situaciones. Al-thiqa tubna (La confianza se construye).
—¡Sí, pero esto era algo delicado!
Alí lo observó con paciencia y luego lanzó la pregunta clave:
—¿Entonces estás cien por ciento seguro de que te engañó?
Rayan tragó saliva. Sus pensamientos eran un torbellino.
—No…
Y esa única palabra lo golpeó más fuerte que cualquier otra.
Alí observó a su hermano con seriedad antes de soltar su última pregunta:
—Si logras descubrir la verdad y resulta que tu esposa es inocente, ¿crees que ella va a perdonar que te besaras con otra mujer?
Rayan sintió que algo le atravesaba el pecho con brutalidad. Apretó los puños, negándose a aceptar lo que su hermano insinuaba.
—¡Ella me besó a mí! —gritó, molesto, como si eso justificara lo sucedido.
Alí arqueó una ceja.
—Y tú le correspondiste el beso… —su tono fue pausado pero letal—. Cometiste haram (pecado).
Rayan chasqueó la lengua con frustración.
—¡Ay, por favor, Alí! —soltó con ironía—. Mi matrimonio ya está roto.
Alí suspiró y negó con la cabeza.
—Bien… —dijo con calma—. Solo espero que no cometas más errores.
Se dio la vuelta con lentitud y, antes de salir, añadió con voz firme:
—Sabes que estoy para lo que necesites.
Luego, sin más, salió de la oficina, dejando a Rayan solo con el peso de sus propios actos.
Los siguientes días fueron un martirio. Rayan prohibió a Mirah salir de casa. Ni siquiera le permitía ver a su familia. Lo poco que hablaban, él la trataba con una frialdad cortante, como si el amor que alguna vez existió entre ellos jamás hubiera sido real.