Amor Inmarcesible

Capítulo XXX. Rayan

Observo su rostro dormido y me detengo en sus largas pestañas negras, que parecen el complemento de un ángel oscuro de la noche. Su pecho sube y baja pausadamente por la respiración relajada, como si esta mañana no hubiéramos discutido. Duerme en paz, tan tranquila, que me llena de envidia. Me da rabia que sea tan perfecta.

Ella está acabando conmigo: su mirada dulce, su voz angelical... No importa cuánto la hiera, siempre tiene una sonrisa para mí.

Debo seguir firme, aunque cada día me cueste más fingir indiferencia. Ninguna mujer merece mi amor. Y ella es igual que su hermana. Tengo que repetírmelo constantemente, pues temo caer en sus manos nuevamente.

La he alejado de su familia. Ellos no merecen mi consideración, no después de cómo me trataron. Yo, que les salvé la vida. Y aún así, un fugaz arrepentimiento cruza mi mente.

¿Podría ella ser diferente? Me golpeo mentalmente por siquiera pensarlo. No. Es igual que todas.

Salgo de la habitación con mi amargura a cuestas. Tomo el auto y decido buscar a Alina, para terminar lo que comenzamos en la oficina. Necesito sacarme a Mirah de la piel, porque desde que fue mía no hago otra cosa más que pensar en su cuerpo, en sus manos acariciándome. Me está volviendo loco y no voy a permitírselo.

Al llegar, ni siquiera toco la puerta. Alina la abre emocionada.

—Pensé que te habían castigado y no volverías a verme —dice, con tono seductor. Su escote pronunciado, su lencería cara y su cabello rubio lacio me dejan claro que ha invertido tiempo en arreglarse para mí.

—No digas ridiculeces —le señalo, entrando al apartamento.

—¿Quieres un jugo? —dice entre risas. Sabe que odio el licor.

—No vine aquí a tomar jugo, Alina —ella se recuesta en la puerta y abre un poco más su babydoll negro.

—Entonces demuéstrame a qué viniste —pasa su lengua por el labio superior. Camino lentamente hacia ella, quitándome el saco. Desabotono mi camisa botón por botón sin dejar de mirarla.

Alina es una mujer hermosa. Su cuerpo tiene curvas perfectas y su piel bronceada apetece a cualquiera... pero Mirah es mucho más hermosa, y su piel de porcelana la hace perfecta.

Me detengo en ese instante. Mi excitación desaparece de golpe y no entiendo qué ha pasado. Justo entonces, el celular comienza a sonar. Lejos de molestarme, agradezco a Alá por la interrupción.

—Dime, Hassan.

—Tu esposa se ha ido.

—Explícate —exijo, molesto.

—Tomó sus cosas y salió por la parte de atrás sin que nadie pudiera detenerla.

La ira comienza a invadirme. Tomo mis cosas y salgo de ahí. Alina quiere decirme algo, pero no le doy tiempo. Subo al auto.

—Iré a buscarla donde su hermano. Te veo en la casa de Tareq. —Cuelgo. —¡Maldita sea! —Le pego al volante con furia. Ella no me ama y nunca me amará.

Conduzco a toda velocidad a casa de mi cuñado. Aunque ahora nos llevamos bien, seguramente volverá a odiarme cuando sepa que no he tratado a su hermana como se merece. Me reporto con seguridad y entro. Respiro hondo y toco la puerta.

—As-salaamu alaikum, Rayan. Pasa, te estábamos esperando —me sorprende el tono tranquilo de Nailea.

Camino a la sala donde está mi esposa, platicando con su hermano.

—Wa alaikum as-salaam, Nailea, Tareq —saludo.

Mirah luce contenta al cargar a su sobrina. Hace días que no veía una sonrisa en su rostro.

—Es un gusto tenerlos en mi hogar. Mirah me ha comentado del viaje que harás, y me parece correcto que no la lleves. Afganistán está pasando por su peor momento. —Trato de suavizar mi mirada ante lo que escucho.

Tareq me cae bien, es un buen hombre. No quisiera que conociera mi lado más oscuro. Hasta ahora he dejado que gane los pocos enfrentamientos que hemos tenido. Es lo más conveniente. Él no tiene idea de quién soy, ni del poder que tengo.

—Es un viaje de negocios. Además, mi estancia allá será breve —le sigo la corriente. Le dedico una mirada fingidamente tierna a mi esposa.

—Entonces, no se diga más. Pasarás con nosotros esos días —menciona Nailea, encantada—. Podrás acompañarme al trabajo. Estoy en medio del proyecto del aeropuerto y, con el nacimiento de mi Janna y ahora con el embarazo, se me acumularon tantas cosas.

No entiendo cómo Tareq le da tantas libertades a su esposa. Me parece una completa locura.

—¿Puedo quedarme, esposo? —pregunta dulcemente. Mi enojo aumenta, pero lo disimulo.

—¡Claro que sí, mi cielo! —Le beso la mano y ella sonríe falsamente. Mirah me está llevando al límite.

Después de hablar de negocios con Tareq, por fin salimos de la casa. Caminamos hacia el auto sin decir una palabra. La seguridad ya nos espera en otro coche. Subimos. Arranco y aprieto el volante con fuerza. Ella me ignora, y eso me desespera. Me orillo a unas cuadras.

—¿Podrías explicarme qué demonios fue eso, Mirah? —le grito.

—Quiero el divorcio —anuncia, sin mirarme. La sujeto del brazo con cuidado y la acerco, hasta rozar sus labios con los míos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.