Amor Inmarcesible

Capítulo XXXII. Dubar

La atmósfera era densa en el salón principal de la casa familiar Marrash. Las cortinas oscuras apenas dejaban entrar la luz del sol. Todo era silencio, salvo el leve tic-tac del reloj antiguo colgado sobre la chimenea.

Rayan estaba de pie, con la espalda erguida y la mirada fija. Frente a él, sentados en los sillones de cuero, estaban sus padres: el señor Rabah Marrash y su esposa, Gentola.

Gentola parecía inquieta. Jugaba con el borde de su pañuelo, sin atreverse a levantar la vista. Rabah, en cambio, observaba a su hijo con una mezcla de incomodidad y autoridad quebrada.

—¿Por qué tiemblas, madre? —preguntó Rayan, su voz tan suave que resultaba más amenazante que si hubiese gritado.

—Hijo… no entiendo de qué va todo esto —respondió ella, nerviosa.

Rayan no contestó de inmediato. Caminó hacia su padre con paso lento y elegante. Colocó una mano sobre su hombro, un gesto casi simbólico más que afectivo.

—Rayan —dijo Rabah, suspirando hondo—, ¿te hemos ofendido de alguna manera hijo mío?

—Tu no, padre. Pero Gentola vive constantemente faltándome al respeto y ya no pienso tolerarlo más.

—Hijo, eso no es verdad. —respondió, sin levantar la mirada.

—Alá es testigo madre que has confabulado contra tu propio hijo.

—Eso no es cierto, Rayan, ¡cómo puedes decirme eso! Esa mujer que tienes por esposa te ha lavado el cerebro.

—¿De que hablas Rayan? —Preguntó, Rabah, sin entender a que se referían.

—Gentola fue capaz de hacerme creer que mi esposa me engañaba. Le pago a uno de mis guardaespaldas para fraguar un supuesto engaño —Espeto, furioso. Sacó su celular y reprodujo un grabación de voz.

“—Mi hermana menor tiene cáncer… y los seguros no cubren los gastos. No sé cómo su madre lo supo, pero me ofreció lo suficiente para pagar las deudas del hospital y cubrir los medicamentos.

—¿Qué te pidió que hicieras?

—Me pidió que la ayudara a montar una escena en la que pareciera que su esposa lo engañaba”.

Gentola palideció.

—¡Él miente! —Aseguro, intentado salvarse.

—¡La que miente eres tú! ¡No tienes temor a Alá! Culpaste a mi esposa cuando aquí la única adultera eres tú que le has fallado a tu esposo durante años. —Terminó de decir sin miramientos.

—¡Por Alá, Rayan! ¡Cállate! —Grito, Rabah, levantándose de la silla.

—Lo que aun no comprendo padre es por qué la sigues defendiendo. Sabes muy bien que no miento en lo que digo.

—¡Que te calles he dicho! —Grito ofuscado. —Ya perdí a un hijo. No voy a perder a tu madre también. —Dijo con suma tristeza.

A Rayan se le paralizo en corazón al recordar a su adorado hermano.

—Que tristeza padre que intentes salvar este matrimonio con la memoria de Dubar. —Expreso, poniéndose rojo del enojo. —Mi hermano murió por problemas de alcoholismo que nadie supo controlar y porque ella le ocasiono una crisis.

Sacó una hoja cuidadosamente doblada de su bolsillo. La desplegó con calma.

—Esto… lo encontré en el bolsillo de Dubar, el día de su muerte.

Gentola alzó la cabeza de golpe. Rabah frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir? Dijiste que fue un accidente.

—Eso fue lo que quise que creyeran —replicó Rayan—. Porque pensé que se trataba de alguna novia que había desilusionado a Dubar. Pero analizando esta nota me di cuenta de algo.

Le entregó la hoja a su padre, que la leyó con lentitud. Gentola parecía petrificada.

“Alá sabe que era la mujer más pura ante mis ojos. La razón de mi orgullo y de la cual yo pensaba entregarle todos mis logros de esta vida. Hoy mis ojos han visto la peor de las escenas. Ella estaba con otro. Sin miedo a las leyes de Alá…”

Gentola apretó los ojos con fuerza, negando con la cabeza.

“Mi corazón está destruido. He bebido todo el alcohol posible para olvidar, pero mi mente se rehúsa a apagarse… Este dolor es insoportable. Que Alá tenga piedad de mi…”

Rabah terminó de leer y bajó el papel con manos temblorosas por la ira.

—¿Era una mujer? ¿Tú sabías algo de esto, Gentola?

—¡No! —exclamó ella, poniéndose de pie—. ¡Esa nota no habla de mí! ¡Yo amaba a Dubar! ¡Era mi hijo!

—¿Ah, ¿no? —preguntó Rayan con dureza, mientras encendía la pantalla del salón.

En la imagen se veía a Gentola corriendo en un estacionamiento tras Dubar, visiblemente alterada. Él abría la puerta del coche y se iba sin mirar atrás. La fecha coincidía con el día del accidente.

Gentola se puso pálida. Dio un paso atrás.

—Recuerdo esa tarde —dijo Rayan, clavando los ojos en ella—. Me llamaste llorando, diciendo que Dubar había desaparecido. Que lo habías visto salir tranquilo y que no regresaba a casa. ¡Me mentiste! ¿Por qué?

Gentola rompió en llanto. Su voz era un grito desgarrado:




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