Amor Inmarcesible

Capítulo XXXIII. Té amargo

Un hormigueo intenso, acompañado de un dolor agudo en la mano y la expresión de asombro en el rostro de su esposo, hicieron que Mirah volviera a la realidad. El enojo y la frustración le habían nublado el juicio. Acababa de cometer un acto imperdonable según las leyes de Alá: levantarle la mano a su esposo. Aunque lo mereciera, el gesto podía traer consecuencias graves.

El dolor se intensificaba con cada segundo. El rostro de Rayan, imperturbable, había sido como una pared. Golpearlo fue como estrellarse contra el orgullo y la fuerza misma. Rayan no parpadeaba. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por las mejillas de Mirah. Bajó la mirada hacia su mano enrojecida y palpitante. El silencio de Rayan pesaba más que cualquier grito.

El miedo empezó a apoderarse de ella, como una sombra. Recordó a su prima… asesinada por su esposo en medio de una discusión. El pánico fue instantáneo.

Rayan tomó su mano. Mirah se sobresaltó.

—¿Te duele? —preguntó, con una voz inusualmente suave.

Ella asintió, sin atreverse a hablar.

—Yo… yo no debí… —empezó a decir, pero sus palabras se esfumaron al sentir los labios de Rayan besar su palma herida.

El corazón de Mirah latió con fuerza. El miedo se desvaneció un poco, sustituido por una emoción más profunda.

—Perdóname —susurró él, mientras besaba su mano una y otra vez—. Me equivoqué, Mirah. Te fallé. Y sé que recuperar tu confianza será difícil… pero al menos déjame intentarlo.

—Rayan… creo que nuestro matrimonio ya no tiene solución —respondió ella con voz temblorosa, aunque sin apartar su mano de la suya.

—Te amo, y Alá es testigo de que este amor hace que mi corazón se detenga solo por ti —dijo, mirándola con una devoción que parecía imposible después de todo lo ocurrido—. Si al terminar el mes que acordamos sigues sintiendo lo mismo… te daré el divorcio. Pero si, en cambio, puedes ver que cometí un error, y que en mi corazón solo existes tú… entonces viviré para ti, Mirah.

—Alá sabe lo mucho que he luchado por nuestro matrimonio.

—Lo sé, mi amor —le sonrió con sinceridad—. Podemos hablar de esto en casa.

Ambos suspiraron. No era el lugar adecuado para seguir con todo lo ocurrido.

—Sí, claro —respondió ella, apartando su mano. Pero él la atrajo de nuevo, esta vez con sumo cuidado. Tomó su rostro entre las manos y besó su frente.

—Antes de irme, quisiera saber si podrías estar presente en la cena de esta noche. Uno de mis socios mayoritarios necesita reunirse conmigo. Dijo que traerá a su esposa y a sus dos hijas también.

Mirah notó cierto nerviosismo en él al pedírselo, y eso la enterneció.

—No tienes que hacerte cargo de nada. Solo estar presente y…

—Me haré cargo y estaré presente —dijo con seguridad.

—¡Gracias! Será a las seis.

Acarició la mejilla de su esposa antes de retirarse.

Mirah no le quitó la mirada de encima hasta que lo perdió de vista. Entonces, cayó sentada en el mueble y cubrió su rostro con las manos. ¡Por Alá! No podía creer lo que acababa de suceder.

Rayan caminó hacia la oficina de su primo Tareq, quien le había pedido reunirse con urgencia esa misma mañana. Subió al ascensor y presionó el botón del último piso. El asistente de Tareq, al verlo, se puso de pie de inmediato. Lo saludó con respeto y le abrió la puerta para que pasara. Tareq ya lo esperaba.

—As-salāmu ʿalaykum, Rayan —saludó Tareq al verlo entrar. Se levantó de su asiento y ambos se estrecharon la mano. Rayan notó algo distinto en la mirada de su primo. Lo veía con respeto.

—Wa-ʿalaykumu as-salām, Tareq —respondió con tranquilidad—. ¿Ha sucedido algo?

—¿Por qué ocultaste lo del linaje? —preguntó sin rodeos. A Rayan, esto sí que lo tomó por sorpresa. Ambos seguían de pie.

—Antes de responderte, me gustaría saber cómo te enteraste —la mirada de Rayan era fija, sin titubeos.

—Kettani Salman —pronunció, y enseguida la expresión de Rayan se endureció—. También me dijo que, al informarte a ti sobre esto, quedaba claro de qué lado estaba. La verdad, no me gusta que me amenacen.

—¿Podemos sentarnos y pedir café? Esto nos llevará algo de tiempo —sugirió Rayan. Tareq asintió y enseguida llamó a su asistente, pidiéndole todo.

Ambos se sentaron frente a frente. La oficina de Tareq era elegante y espaciosa, con vista panorámica y sin otras oficinas cerca. El piso entero era suyo. Una vez servidos los cafés, Rayan comenzó a contarle toda la historia del linaje, sin omitir detalles. Tareq permaneció callado, escuchando y analizando.

—Ahora entiendo la carta de mi padre —dijo, finalmente.

—¿Carta?

—Como comprenderás, intenté buscar información sobre el linaje. No encontré nada, hasta que contacté al abogado de la familia —suspiró—. Padre dejó una carta, escrita solo para mí, en caso de que alguna vez me enterara de nuestro linaje.

—Mi tío siempre se adelantaba a los acontecimientos —comentó Rayan con orgullo mientras bebía su café—. Fue un gran líder del linaje en su época.




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