Amor Inmarcesible

Capítulo XXXIV. Solo ella

Capítulo XXXIV. Solo ella

La majestuosa casa de los Marrash olía sutilmente a la fragancia del oud, que ardía discretamente en incensarios de cobre colocados estratégicamente en varios puntos. Las luces cálidas hacían sentir a cualquier invitado como en casa.

En el despacho, Rayan y Said bebían té mientras discutían algunos temas importantes.

—No entiendo cómo es que le tienes tanta fe a esa inversión, Said —dijo Rayan, tomando un sorbo de su té—. Te dije claramente que la rechazaras.

—No te preocupes. He calculado todo y no hay margen de error —respondió con tranquilidad.

—Bien… sabes cómo es esto y no tengo que decírtelo.

—Lo sé. Mi cabeza está en juego, Marrash, y te lo aseguro por Alá que no rodará. —Afirmó con seguridad.

Rayan sonrió levemente. Esa era la razón por la que llevaban tantos años siendo socios.

—Quisiera preguntarte algo personal.

—En todos estos años es la primera vez que te atreves a preguntarme algo personal. Supongo que es de tu interés —replicó Rayan con calma.

—Sí, lo es. —Sonrió—. Tú sabes que tengo dos hijas en edad de casarse.

Rayan cambió su semblante a serio.

—Mi deber como padre es encontrarles un hombre digno, que sea un buen musulmán. —Said se acomodó en la silla—. Me sentiría honrado de que consideraras a alguna de mis hijas como tu segunda esposa. Eres un hombre de honor y sé que no encontraré mejor partido para ellas.

Rayan guardó silencio unos segundos.

—Said, gracias por la confianza, pero debo declinar.

El rostro del señor Said se desencajó.

—No porque no considere a tus hijas como buenas esposas —enfatizó Rayan—. Simplemente no estoy interesado en tener más esposas.

—¿Y tú descendencia? —preguntó asombrado—. Eres muy joven para pensar así.

—Mi descendencia está en manos de Alá y confío en que Mirah podrá dármela.

—Comprendo y respeto tu decisión —dijo con decepción—. Pero si llegaras a cambiar de opinión, te pido que consideres a alguna de mis hijas como tu primera opción.

—Tienes mi palabra. —Cerró la conversación.

Mirah no podía concentrarse en la plática de la señora Nour. Sentía la sangre hervir. Se imaginaba a Rayan casándose con alguna de ellas y el corazón le dolía. Quería llorar y gritarle: ¿cómo podía hacerle eso? ¿Para eso le pidió que organizara la cena? ¿Para restregarle en la cara que tenía de dónde elegir?

—¿Está bien, señora Marrash? —preguntó la hija mayor, de ojos verdes y profundos.

—Sí, muy bien. —Se obligó a sonreír.

Al final de la velada, los invitados se despidieron entre elogios y miradas coquetas por parte de las hijas de Said. Para Mirah fue difícil disimular su desconcierto y enojo, pero finalizó la noche como toda una dama.

Cuando la puerta se cerró, Rayan se acercó a Mirah y le tomó ambas manos.

—Has sido perfecta. No como una esposa que aparenta… sino como la mujer que nunca debí lastimar.

Mirah se soltó de su agarre, molesta.

—Lo hice por respeto a ti… y a mí. Pero no confundas hospitalidad con perdón, Rayan.

Él asintió, desconcertado, pero reconociendo la distancia que aún existía. Le dolía su lejanía.

—¿Sucedió algo, Mirah? —dijo con voz dulce, acercándose un poco más, sin tocarla—. Quisiera agradecerte por lo de hoy…

—No es necesario —lo interrumpió ella, con frialdad.

—Aun así, yo…

—Señor… —carraspeó su jefe de seguridad.

Rayan, molesto por la interrupción, lo miró a los ojos. Al ver la expresión de Hassan comprendió enseguida que era una urgencia.

—Ve al despacho, enseguida voy —ordenó.

Hassan bajó la cabeza y se retiró.

—Debo atender a Hassan, pero luego terminamos la conversación. —Besó su mejilla con amor.

Mirah lo observó alejarse mientras su pecho hervía de enojo contenido. ¿Cómo podía ocultarle que se casaría con otra? ¿Y, peor aún, hacerla atender a toda esa familia? No podía ser un hombre tan calculador.

Rayan ingresó al despacho. Hassan se puso de pie al verlo entrar.

—Debe ser grave —dijo con total tranquilidad mientras quedaba frente a él.

—Señor, hace unos minutos hemos detectado estos dos micrófonos. —Le mostró dos diminutos artefactos—. No se preocupe, ya están desconectados.

—Supongo que tienes al responsable.

—Sí, señor. Es una de las hijas del señor Said. La señorita Layan.

El asombro de Rayan fue evidente. Hassan mostró el video donde se veía claramente a la joven colocando, muy disimuladamente, los micrófonos en dos áreas distintas: uno en el despacho y otro en la habitación de Mirah.

—También tenemos listos los informes que usted mandó a pedir de toda la familia. —Suspiró—. Todo indica que ella tiene una relación amorosa con Kettani Salman.




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