El restaurante estaba lleno aquella noche, aunque la zona VIP permanecía reservada exclusivamente para la cena organizada por Faez Burhan. Los guardaespaldas de Mirah aguardaban en la entrada principal, y solo uno de ellos permanecía en la barra del salón, atento a la puerta que conectaba con el privado donde ella se encontraba.
Para sorpresa de Mirah, la mitad de los socios de Burhan resultaron ser mujeres, lo que convirtió la velada en un ambiente distendido y cordial. Sin embargo, los ojos de Faez rara vez se apartaban de ella. Mirah era, sin duda, la mujer más hermosa que había contemplado jamás.
En un principio, había llegado con un plan definido, pero al conocerla lo modificó por completo. No quería lastimarla. Él era un hombre que se regía por la ley del “ojo por ojo, diente por diente”, y perder a su hermano había dejado una herida imborrable. Lo que más lo atormentaba no era su muerte en sí, sino la distancia que los separaba al final. Habían discutido por trivialidades, y en su peor momento, su hermano menor no acudió a él. Prefirió hundirse, perderlo todo… y morir.
Faez lo había tenido todo para ayudarlo, incluso el dinero para levantarlo de nuevo, pero no fue buscado. Esa indiferencia era el veneno que le carcomía el alma. Ahora cargaba con la culpa de no haber estado allí. Después de todo, él había sido su único hermano.
—Que este sea el inicio de una relación laboral sin fecha de caducidad. ¡Gracias a todos por su compromiso y asistencia! ¡Alá los bendiga! —dijo con solemnidad.
Los presentes aplaudieron con entusiasmo.
Mirah permanecía un poco apartada, rodeada únicamente de mujeres, con quienes había conversado la mayor parte de la velada. Con Burhan apenas había cruzado el saludo inicial. La cena ya llegaba a su fin.
Al tomar su celular para revisar la hora, se sorprendió al ver cinco llamadas perdidas de Rayan y un mensaje en la pantalla: “Mirah, respóndeme. Ya voy en camino.”
Estaba a punto de devolverle la llamada cuando, de pronto, observó a su hermano Tareq ingresar a la sala.
—As-salamu alaikum —dijo Tareq, inclinando la cabeza en un saludo general.
—Wa-alaikum as-salam, Tareq. ¡Qué sorpresa! —respondió Faez, mirándolo con intriga.
—Solo pasaba a recoger a mi hermana —indicó, dirigiéndose a Mirah con paso firme—. Asuntos familiares —concluyó serio, sin ánimo de dar más explicaciones.
Mirah lo miró preocupada; de inmediato pensó en Rayan.
—Hermano, ¿todo bien? —preguntó con angustia.
—Todo bien, hermana mía. ¿Por qué habría de ser lo contrario? —respondió con una sonrisa tranquila, aunque su mirada estaba cargada de tensión—. Rayan ha pedido que viniera por ti y te llevara al aeropuerto. —Intentó sonar despreocupado, como si todo se tratara de una sorpresa.
—¿Al aeropuerto? —preguntó, aún más sorprendida.
—No seas curiosa… —sonrió Tareq. Pero Burhan los observaba con atención, siguiendo cada palabra y gesto. —¿Nos vamos?
—Un momento. —La voz firme de Burhan se escuchó en toda la sala. De inmediato, Tareq se puso en modo defensivo, colocándose frente a su hermana.
—¿No se quedarán al postre? —preguntó con una sonrisa cargada de alevosía. —Este restaurante trajo a un chef desde Italia solo para preparárnoslo.
—Yo estoy muy llena —explicó Mirah con timidez.
—En otra ocasión. Yo también cené hace poco en otro lugar —respondió Tareq con cortesía, aunque sin dejar espacio para más. —Shukran jazeelan (muchas gracias). Feliz noche a todos.
Se despidieron y salieron del lugar. Ambos subieron al auto, seguidos de cerca por los guardaespaldas. Mirah aún no entendía del todo lo que acababa de pasar.
—Síguelos y averigua hacia dónde se dirigen —ordenó Burhan a su guardaespaldas principal, con voz fría.
—Como ordene, señor —respondió el hombre con respeto, inclinando ligeramente la cabeza antes de desaparecer del restaurante.
Unos kilómetros más adelante, el auto de Tareq se detuvo.
—¡Que tengas buen viaje, hermana! —dijo Tareq, abrazándola con fuerza. —Alá esté con ustedes. —Bajó rápidamente del vehículo. Segundos después, Rayan subía en su lugar.
Los ojos de Mirah recorrieron a su esposo de pies a cabeza, y Rayan sintió un calor intenso recorrerlo. Extendió su mano derecha y acarició su rostro con ternura. Sin previo aviso, la atrajo hacia sí y la estrechó en un abrazo fuerte.
—¡Gracias a Alá, estás bien! —susurró con alivio, respirando profundo en su cuello. —Hueles delicioso…
—Rayan, ¿qué ha sucedido? —se separó un poco, para mirarlo a los ojos.
—¿Recuerdas el incidente que tuvo Tareq hace unos años, cuando le dispararon? —preguntó, acariciando su mejilla.
—Claro que sí. Fue algo horrible… —cerró los ojos al tacto de su esposo, olvidándose por un momento del tema central. Con solo sentirlo, todo parecía difuminarse.
—El hombre que le disparó a Tareq es hermano de Faez Burhan. —Mirah abrió los ojos, aterrada.
—Pe… pero, ¿cómo es eso posible?
—Lo es. Hoy recibí el informe sobre él y su familia. —la acarició nuevamente, intentando calmarla.