Un nuevo comienzo
A mi alrededor lo único que veo son las cuatro paredes de mi habitación. Mismas que he visto desde que tengo memoria, la pintura desgastada y la humedad me sugieren que debo pintarlas con urgencia. Empujo ese pensamiento fuera de mi cabeza, ya que no planeo quedarme por más tiempo. La única cosa buena que tiene mi habitación ahora es que puedo escuchar desde aquí el sonido del televisor prendido en la sala, lo cual indica si Richard está en casa. Miro el reloj junto a mi cama; dos de la mañana, y por el sonido del programa de boxeo que llega desde la sala puedo deducir que Richard está ahogado en alcohol frente al televisor.
«Esta es mi oportunidad», pienso, caminando hasta el armario. Agarro la maleta más espaciosa que tengo y comienzo a echar ropa dentro de esta, en silencio. Si hago algún ruido fuerte despertaré a Richard y eso era lo último que quiero. Levanto con el mayor cuidado la tabla al fondo del armario, dejando a la vista el gran sobre amarillo que he estado llenando con mis ahorros desde hace dos años. Lo saco de su escondite y lo echo al fondo de mi maleta para después cerrarla. «Ya no hay marcha atrás Ginebra», me digo a mi misma. Nerviosa abro la puerta de mi habitación y camino cargando la maleta a través del pasillo, bajo las escaleras y al llegar a la primera planta puedo ver a mi padre. Está sentado en el sofá, frente al televisor sosteniendo una cerveza. Viendo las botellas tiradas a su alrededor sé que va por su novena cerveza lo que quiere decir que no despertaría pronto. Me giro dejando esa imagen atrás y me dirijo hacia la puerta de la entrada para salir de ahí. Una vez afuera corro lo más rápido que puedo sin mirar atrás, sintiendo como mis pulmones arden gracias al aire frío que entraba en estos, pero no me importa, continúo corriendo alejándome de ese lugar.
En cuanto estoy lo suficiente alejada me detengo para recuperar la respiración. Miro a mi alrededor, sintiendo los latidos de mi corazón a mil por hora, las calles están desoladas lo que indica que las personas están durmiendo cómodamente en sus casas. El aire fresco de la noche me golpea el rostro y por alguna extraña razón por primera vez en mucho tiempo me siento liberada. Después de recuperar el aliento agarro mi maleta y continúo mi camino. Lo primero que hago al llegar a la central de autobuses es buscar un teléfono. Saco la pequeña libreta de mi bolsillo y busco la página dónde había anotado el número de Sarah. Nerviosa agrego algunas monedas al teléfono y marco los números. Rogando al universo que aún este despierta o que escuche el sonido de su celular.
—¿Hola? —preguntó mi amiga, desde el otro lado de la línea con voz pausada.
Lo que quiere decir que la he despertado.
—Sarah —digo, con voz temblorosa.
—¿Gin, eres tú? —la escucho, prender la lámpara junto a su cama.
—Sí —le respondo.
—¿Qué pasó? ¿Está todo bien?
—Lo he abandonado —suelto, sintiendo como se forma un nudo en mi garganta.
—¿En dónde estás? —me pregunta, con preocupación—. Son las dos treinta de la mañana.
«¿Dónde estoy?», buena pregunta. Sé que físicamente estoy en la central de autobuses, pero mentalmente no lo sé. Limpio las lágrimas silenciosas que se han escapado por mis mejillas y me acerco un poco más al teléfono, no quiero que la señorita de la taquilla escuche la conversación.
—Estoy por abordar el autobús, cuando llegue me contactaré contigo desde un teléfono público como ahora —murmuro.
Había pensado en llevar mi celular conmigo, pero eso sería decirle a Richard en dónde estoy.
—Bien, estaré al pendiente —responde.
Asiento, aunque no pueda verme y cuelgo el teléfono. Vuelvo a agarrar mi maleta y me dirijo hacia la taquilla.
—buenas noches, un boleto a California por favor —le pido buscando el dinero en mi cartera.
La señorita detrás de la taquilla me mira de arriba abajo y después a mi equipaje, para después volver a mí y dedicarme una sonrisa.
—¿Con retorno o sin retorno? —me pregunta.
Debe estar bromeando, no creo que haya alguien que quiera regresar a este infierno.
—Sin retorno, por favor —le indico.
La señorita teclea algunas cosas en la computadora levantando la vista disimuladamente hacia mí en repetidas ocasiones haciéndome sentir incómoda. «¿Cuál es su problema?». Cinco minutos después me entrega el boleto, le doy el dinero y me dirijo hacia el andén. Observo el boleto en mis manos y me es imposible no pensar que este pequeño pedazo de papel en la llave de mi libertad. El guardia de seguridad revisa mi boleto y con una sonrisa me indica que siga adelante, le agradezco y continúo mi camino hacia el andén.
Abordo el autobús y tomo asiento junto a la ventana, haciéndome bolita. «Adiós infierno», a partir de mañana comenzaré mi vida desde cero. Recargo la cabeza sobre la ventana y cierro los ojos, tratando de quedarme dormida y no pensar más en lo que estoy dejando atrás. Despierto después de un rato, no sé exactamente qué hora es, pero puedo ver a través de la ventana que ya está amaneciendo. Me enderezo en mi asiento y estiro los brazos tratando de espabilar. Regreso la mirada hacia la ventada y puedo ver que estamos por llegar. Cuando el autobús se detiene en el andén agarro mis cosas y bajo de este. Sonrío ampliamente al sentir el calor. «Venga Gin». Me adentro en el edificio y mientras camino busco un teléfono público con la mirada.
Editado: 21.10.2021