Amor involuntario

Capítulo Tres.

Maldita broma.

 

Cinco horas más tarde, Sarah está frente a la puerta de mi habitación para llevarme a lo de Mason. Llevo el cabello recogido en un moño y me he maquillado levemente, por lo que mis ojos resaltan. Traigo puesto un pantalón de mezclilla, un par de botas altas de piso, una blusa abrigadora y mi chamarra de cuero junto con una pañoleta alrededor de mi cuello. Cuando le abro la puerta me observa de arriba abajo y sonríe.

—¡Por dios Gin, te ves genial!

—¿En serio? —pregunto dudosa, mirando mi atuendo.

No estoy segura de a donde iremos exactamente, por lo que he escogido este atuendo a ciegas. Mi plan original era llevar un pants a conjunto, pero Sarah casi me lincha por mi elección.

—Luces perfecta, Gin —dice Sarah, recargándose sobre el marco de la puerta.

Asiento, no muy convencida. Me adentro por mi celular y agarro algo de dinero. Alice está recostada sobre su cama leyendo un libro, como siempre.

—¿Adentro o a fuera? —habla Alice, sin levantar la mirada.

—¿Perdón? —le dice Sarah, sin entender.

—Sí, o estás adentro o estás afuera, pero cierra la maldita puerta —menciona de mal humor, cambiando la página.

—¡No le hables así! —exploto. Respiro profundo, tratando de mantener la calma—. Mira Alice, con ella no te metas, ¿de acuerdo?

Le he pasado muchas, pero que le hable mal a Sarah no lo voy a permitir. Alice me mira sorprendida.

—Ya nos vamos —dice Sarah, tomando mi mano y salimos de la habitación—. ¿Cuál es su problema? —pregunta, caminando a mi lado.

—Es una larga historia, después te cuento.

Salimos de los dormitorios y nos dirigimos al auto de Chad. Durante el camino voy viendo la ciudad por la ventana, en cuanto dejo de reconocer el paisaje volteo hacia adelante.

—¿A dónde estamos yendo? —pregunto desorientada. No reconozco esta zona de la ciudad.

—Ya verás Gin —dice Chad, guiñándome un ojo por el retrovisor.

Frunzo en ceño, «nadie mencionó que saldríamos de la ciudad». Regreso la vista a la ventana y veo como poco a poco vamos dejando la ciudad atrás. Treinta minutos más tarde Chad aparca el auto y bajamos de este. Echo un vistazo a mi alrededor, parece que estamos en un puerto de carga.

—¿Qué es este lugar? —le pregunto a Chad.

—Esto mi querida Gin, es el “Pentágono” —responde, caminando hacia el interior del puerto junto a Sarah.

—¿El pentágono? —pregunto, siguiéndolos por detrás.

—Espera y verás.

Mientras más nos acercábamos comienzo a escuchar gritos y bitores, «¿Qué es este lugar?» Antes de llegar Chad se detiene en seco y voltea a verme.

—Escucha Gin, lo que verás aquí es completamente secreto —menciona.

Lo miro sin entender. Volteo a ver a Sarah y ella asiente lentamente sin mirarme. ¿Por qué no me mira?

—Solo reten en cuenta que lo que pase en el pentágono se queda en el pentágono —me explica Chad, con una sonrisa enorme.

Ahora estoy más confundida que antes. Chad se coloca detrás de mí y me tapa los ojos con sus manos y continuamos caminando. Los gritos se intensificaban más conforme avanzamos. Esto no me gusta. Nos detenemos después de unos cuantos metros. Chad retira sus manos de mis ojos y yo los abro de inmediato. Hay al menos unas veinte motocicletas frente a nosotros. Volteo rápidamente a ver a Sarah.

—¿Carreras clandestinas? —pregunto atónita.

Sarah asiente incómoda en su lugar, la miro sin poder creerlo.  Esto debe ser una jodida broma. Cómo no me di cuenta, la ubicación, el ambiente y los gritos son similares a los de Phoenix. Cierro los ojos sintiéndome traicionada. De todas las personas ella era la última que de quien esperaba sentirme así.

—No te mencioné nada antes porque no estaba segura si Mason lo había hecho o no —dice temerosa de mi reacción.

Miro a mi alrededor cautelosamente. Es el mismo panorama que en Phoenix, respiro profundo. El repentino sonido de un megáfono me asusta y busco de inmediato de dónde proviene el sonido. Cerca de nosotras sobre unas tarimas hay un chico, en una mano trae lo que parece ser un trago y en la otra sostiene el megáfono. Viéndolo a detalle puedo notar que es el mismo chico de la fiesta de la fraternidad de Chad. Se lleva el megáfono a los labios y comienza a hablar:

—¡Bienvenidos al Pentágono! Perros y señoritas, si estaban buscando un café, ¡Se han equivocado de lugar! Pero, si buscan sentir adrenalina pura, ¡Este es el lugar! —menciona, provocando que los gritos y bitores estallen—. Mi nombre es Tyler y yo digo cuando comienzan las carreras. Escuchen las reglas con atención —da un trago a su vaso—. Las apuestas se acaban cuando los competidores empiezan la carrera. Nada de tocar las motos de los competidores, nada de invadir la pista y nada de peleas. Si no siguen las reglas, ¡Se irán de aquí sin su dinero! ¡Eso también va para ustedes chicas! Así que, ¡Hagan sus apuestas!

Los gritos y bitores vuelven a estallar llenando el lugar por completo y yo siento que el corazón se me saldrá del pecho. Retrocedo algunos pasos, sintiéndome aturdida por la situación, esto es demasiado para mí. Chad se acerca hacia nosotras.




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