Capítulo IX
La tina es de porcelana, de forma ovoide y es profunda. Es bonita. La espuma que se nota en la superficie es gracias a los aceites de baño que Mason ha vertido en la bañera. Huele a flores. Es un olor delicioso. Se separa del borde y me observa, sus ojos cálidos me hacen sentir relajada. Me extiende su mano. Estoy parada en la entrada del baño con mis brazos envueltos a mi alrededor. Tomo su mano adentrándome en el baño.
—Toma el tiempo que necesites —dice rodeándome.
Lo sujeto del brazo. No quiero estar sola, me siento vulnerable, como si en cualquier momento fuera a desaparecer. Me observa atentamente.
—¿Podrías quedarte? —susurro.
Su cuerpo se tensa bajo mi agarre.
—¿Es lo que quieres?
Asiento sin apartar la mirada de mis pies. Cierra la puerta del baño y regresa a mi lado. Me quito el pijama quedando en bragas y sujetador delante de él. Lo escucho soltar un ligero gemido. Me giro hacia la bañera y me despojo de mi ropa interior quedando completamente desnuda. Siento la sangre acumularse en mis mejillas. Me adentro en la tina y me recargo en el borde. El agua caliente me cubre sobre los pechos. Está deliciosa. Mason me mira estático, aun con su ropa puesta.
—¿Estás segura de esto? —inquiere sin despegar su mirada de mí.
Asiento con la cabeza. Su mirada se torna oscura. Se quita los pantalones de franela y luego deja caer su camiseta sobre el suelo del baño.
—Muévete hacia adelante —pide.
Se adentra en la bañera detrás de mí. El agua sube mientras él se sienta y me empuja hacia su pecho. Estira sus piernas entre las mías, puedo sentir como su cuerpo se tensa al hacer contacto con el mío. Jadeo sutilmente. Posa su nariz sobre mi cabello e inhala profundamente haciéndome estremecer. Agarro sus brazos y me envuelvo con ellos no muy segura de cuál será su reacción.
—¿Puedo preguntar por tu madre? —pregunto nerviosa.
Recuerdo que el día que fuimos al restaurante de comida mexicana mencionó que su madre había muerto.
—No es una historia muy bonita —responde acariciando mis manos—. Mi madre murió cuando era niño. Melanoma metastásico en etapa cuatro. Es un tipo de cáncer de piel, para cuando se lo detectaron ya era demasiado tarde, se había propagado al cerebro y al intestino. Aun así, intentó luchar —hace una pausa—. Era pequeño y no entendía muy bien lo que sucedía, recuerdo que un día llegue de la escuela y ella me recibió con un enorme abrazo y un pañuelo alrededor de su cabeza —da una larga respiración y continua—. Le pregunté por qué estaba usando eso, me respondió con algunas lágrimas que su estilista le había hecho un mal trabajo, por lo que tuvo que cortar su cabello con la máquina, que no me preocupara. Más tarde Niel* me explico que era lo que en verdad estaba pasando con mamá. No pude dormir esa noche. Al día siguiente llegué de la escuela completamente rapado.
Mason como un niño de diez años. Mi mente imagina a un pequeño niño de ojos verdes con cabello rizado cortando su cabello para apoyar a su madre y mi corazón se hunde.
—Lo lamento Mason —es lo único que puedo decir.
—No pasa nada Gin —da un beso a mi cabeza—. Falleció una semana después. No resistió la primera dosis de interleucina. Fue algo que tardé muchísimo tiempo en asimilar. En un principio me culpaba a mí. No quería ir a la escuela por lo que reprobé ese año. Tampoco quería salir de casa. Mi padre al ver lo que me estaba sucediendo habló con mis hermanos y nos trajo a California. Comencé nuevamente la escuela y mi padre me llevó a terapia.
—Mason lo que le pasó a tu madre no fue tu culpa —digo acariciando la palma de su mano.
—Ahora lo sé, pero en ese momento me sentía culpable porque no pude hacer nada por ella —dice entrelazando nuestras manos—. Bueno, dejemos de hablar de cosas tristes, ¿sí?
Asiento con la cabeza. No esperaba que su madre hubiese sufrido tanto. Ni que él la hubiese pasado tan mal después de eso.
—Espera, si te atrasaste un año eso quiere decir que eres mayor que yo —digo incrédula—. ¿Qué edad tienes?
—En realidad me atrasé dos años. Tengo veinticuatro —dice en tono divertido.
Me giro hacia él. Este tiene una sonrisa divertida.
Niel. Nathaniel
—Vaya, eres todo un anciano —digo moviendo mis cejas divertida—. Yo tengo veintidós y parezco de dieciséis —hago un puchero.
Me giro y vuelvo a recargarme sobre su pecho.
—Creo que luces más como una pequeña hada —acaricia mi hombro—. Lo único que te hace falta son las alas.
Suelto una carcajada divertida. Es agradable estar así. Después de un rato dentro de la bañera salimos de esta. Mason me pasa una toalla y me envuelvo con esta. Me adelanto a la habitación mientras Mason seca el baño. De mi maleta saco un cambio de ropa. Me coloco la ropa interior y mientras envuelvo la toalla alrededor de mi cabello Mason entra en la habitación. Camina hasta su armario y de éste saca una muda de ropa. Me giro hacia la pared dándole un poco de privacidad. ¿Privacidad? Me abofeteo mentalmente. Acabamos de vernos desnudos. Después de colocarme los pantalones me giro. Mason solo lleva puesto un bóxer azul marino. Termino de vestirme y me recuesto sobre la cama.
Editado: 21.10.2021