Ahora
Abrí los ojos y parpadeé por la luz que entraba a caudales por mi ventana. Me había olvidado de cerrar las cortinas la noche anterior y esta era la consecuencia. Estiré mis brazos sobre mi cabeza antes de sentarme contra las almohadas. Hoy empezaría mi último año de secundaria, lo que significaba que a partir de ese día comenzaría la cuenta regresiva para ser libre y poder recorrer el mundo para conocer nuevas culturas, lejos del reglamento de las brujas, lejos de la magia misma.
Me levanté de la cama y observé todo a mí alrededor. Mi habitación consistía en una cama de tamaño regular, dos mesitas de noche a cada lado con varios libros apilados encima de ellas; amaba leer y siempre debía tener un libro a mi lado, no importaba si lo había leído mil veces antes. Había un escritorio debajo de la única ventana que daba al patio delantero y el armario se encontraba en la pared al lado derecho de la mesita de noche, era un pequeño clóset donde tenía colgada mi ropa de la manera más ordenada posible.
Me acerqué a ese lado de la alcoba para buscar la ropa que utilizaría para ir a la secundaria, solo agarré lo que se veía más cómodo y que serviría para pasar desapercibida todo el día, no me gustaba ser el centro de atención. Unos jeans, una sudadera gigante y unos convers sería mi atuendo del día.
Caminé hacia el baño compartido y dentro de él me desvestí para entrar debajo de la mampara, el agua fue muy bien recibida y ayudó a despertarme por completo. Salí de la ducha y me sequé con la toalla mullida que estaba cerca, para después volver a mi habitación y vestirme.
Tuve que volver al baño para mirarme en el espejo y terminar de arreglarme. Mis ojos eran de un verde azulado con algunos destellos rojos y amarillos, y mi piel se encontraba pálida por la poca exposición al sol que recibía, parecía casi un fantasma. Mi cabello castaño llegaba un poco más arriba de mi pecho y era lacio, aunque a veces se ondulaba en las puntas.
Suspiré y coloqué mis lentillas de contacto, esto era más fácil que andar explicando el color inusual de mis ojos. Esta era una característica única de las brujas y era una manera de reconocer que tipo de magia albergaba en su interior.
Medía alrededor del metro sesenta y podría ser considerada un poco baja al compararme con mis compañeras de clases que eran mucho más altas. Por lo menos mi composición delgada era algo a mi favor, pues podía ponerme cualquier tipo de ropa sin preocupación.
Salí del baño como de mi habitación para encaminarme hacia la cocina. Acaricié con mis dedos las múltiples fotos que colgaban de la pared mientras descendía lentamente las escaleras. Era como un ritual para mí, siempre lo hacía cada vez que bajaba a desayunar.
Esperaba que mi abuela estuviera realizando el desayuno y rogaba que fueran panqueques con miel de abeja o con sirope de arce para acompañar. Eran mis favoritas. Me detuve de golpe al ver a mi madre cocinando mientras mi abuela leía su gran libro rojo. «Otro hechizo de amor estaba en camino», puse mis ojos en blanco por ese pensamiento.
Era muy raro que mi madre se encontrara en la cocina, ese era territorio de mi nana. Ella no permitía que nadie más cocinara. Podías ayudarla, pero no te dejaba hacer más que endulzar la limonada o colocar los platos en la mesa.
─Buenos días ─saludé.
─Buenos días, cariño ─murmuró mi madre─. Siéntate que en unos minutos estará listo el desayuno.
Hizo un gesto con su mano y un plato salió volando de la alacena, ya me había acostumbrado a ver las cosas volando de aquí para allá. Cuando era pequeña me maravillaba ver lo que la magia podía hacer. Sin embargo, con el paso del tiempo una se habitúa a ciertas cosas, como al ver entrar a muchas mujeres necesitando hechizos de amor para atrapar al hombre de su vida. Mi abuela las ayudaba lanzando un hechizo que los uniera para toda la vida, pero a veces la magia no era la solución. No todo duraba para siempre, había un límite en cada hechizo, conjuro o poción que hacíamos.
Todos estos años viendo mujeres enamoradas, entrando y saliendo de mi casa, habían hecho que el amor ya no fuera algo interesante para mí, prefería mantenerme lejos de todo ese caos llamado «amor». Era más seguro estar sola y con mil gatos que con el corazón roto por alguien que no te amaba como tú querías que lo hiciera.
─Hola, pequeña ─dijo mi abuela.
─¿Otro hechizo de amor? ─pregunté enarcando una ceja y tomando asiento.
A veces era como si el amor estuviera en el aire y todo el mundo quisiera a atrapar a la persona que amaba. «¡Error!», pensé.
─Sí ─respondió─. Una novia desesperada por mantener a su prometido junto a ella.
Asentí a lo que me decía. Las personas querían ser amadas y no les importaba los medios que utilizaban para conseguir lo que tanto anhelaban.
Miré las uñas de mis manos, estaban todas mordidas y dañadas. Agarré la mala costumbre de morderlas cuando era pequeña y me encontraba aburrida en mi habitación esperando que la clienta de turno se fuera para que yo pudiera bajar a jugar al patio trasero. Cerré mis manos en puños cuando mi madre se acercó a mí, no quería que me llamara la atención por el estado de mis uñas.
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Editado: 15.05.2021