Estaba recostado contra los casilleros mientras la miraba caminar hacia su próxima clase sin que ella se diera cuenta. La forma en que ella había actuado cuando me senté en su mesa fue muy rara y un poco hiriente, tal vez estaba sintiendo lo mismo que yo y no estaba dispuesta averiguar qué diablos nos estaba pasando.
Suspiré. No podía dejar de mirarla, aunque lo intentara. «Era como si Alana fuera el centro de mi vida y yo girara a su alrededor», rodé mis ojos por ese pensamiento ilógico.
No comprendía porque mi cuerpo reaccionaba de manera insólita cada vez que nuestras miradas se encontraban. Era fantástico sentir las cosquillas subir desde mis pies hasta mi cabeza, aunque no podía describir exactamente la sensación, pero era algo muy diferente a cualquier otra reacción que hubiera sentido antes.
Con mis anteriores novias nunca me sentí así. Tuve las hormonas alborotadas y las mariposas en el estómago, pero nada comparado con lo que Alana me hacía sentir. Era algo más, no llegaba a entender qué, pero era algo más que una simple lujuria o un amor fugaz.
Mi móvil sonó y lo extraje de mi bolsillo, bufé al ver el nombre de mi padre destellando en la pantalla. No tenía ganas de hablar con él. Nuestra relación no era la mejor después de que se divorció de mi madre.
Ella se había recuperado milagrosamente del cáncer que le habían diagnosticado meses atrás y estaba muy feliz de que ella haya derrotado una de las enfermedades más catastróficas del mundo. Después de su curación mi madre decidió que quería el divorcio y después de una larga disputa legal, y de muchas comparecencias frente a un juez por mi custodia y la separación de bienes del matrimonio, ella obtuvo su preciada libertad a cambio de mi custodia.
Tenía dieciséis años cuando la única familia que poseía y conocía se quebró por la mitad, cada uno había tomado una decisión y yo era quien pagaba los platos rotos. Resoplé dándole a ignorar, no tenía el ánimo ni la fuerza para escuchar lo que sea que tenía que decir.
Cuando mi padre obtuvo el pase a este pueblo olvidado por Dios, no tuvo ni el cinismo de preguntarme si estaría de acuerdo con dejar mi vida en la costa este para mudarme a un lugar con casi tres mil habitantes, y donde todos se conocían desde los pañales.
Sería el chico nuevo en mi último año de escuela y lo odiaba. No estuve muy feliz de hacer maletas y dejar a mis amigos atrás porque mi padre quería un nuevo comienzo. Mudarnos era la excusa perfecta para huir de los recuerdos. Mi padre era un tonto, no podíamos huir de los recuerdos ya que ellos siempre estarían en nuestras mentes y corazones.
Estaba a un mes de cumplir la mayoría de edad y esa sería la puerta a mi libertad. Después del divorcio mi padre no había vuelto a ser el mismo. Ya no era el hombre que siempre sonreía y amaba los deportes, aquel que iba a mis partidos y estaba cuando lo necesitaba. Ahora solo era el cascarón de la persona que solía ser y siempre estaba enojado, y gritaba cuando las cosas no salían como deseaba.
Sacudí mi cabeza cuando mi móvil volvió a sonar y esperé ver la palabra padre en la pantalla, pero me llevé la sorpresa de mi vida al ver el nombre de mi madre en ella. Hace mucho que no recibía una llamada de mi progenitora, así que empecé a caminar mientras deslizaba el dedo por la pantalla antes de llevar el teléfono a mi oreja.
─Hola, mamá ─saludé intentando sonar feliz y no sorprendido.
─Hola, Eliot ─escuché la sonrisa en su voz─, ¿cómo estás, hijo mío?
─Bien, ¿y usted? ─pregunté por cortesía.
─Feliz ─rio─. ¿Cómo está Arizona?
─Es Connecticut, madre ─rodé los ojos. Le envié un mensaje informándole que nos estábamos mudando de ciudad.
─Oh. ¿Cuándo se mudaron?
─El fin de semana ─llegué a mi casillero para sacar mis libros de él.
─Ah, de acuerdo ─mi madre se quedó muda por unos segundos─. Cuídate, hijito.
─Gracias por llamar, madre ─murmuré antes de que colgara.
Saqué mi libro de algebra y cerré mi casillero. Suspiré y dejé caer mi cabeza contra mi casillero haciendo que me estremeciera cuando mi frente tocó el frío metal. Quería llegar a entender porque para mi madre fue tan fácil renunciar a mí y no mirar atrás. Olvidar que tenía un hijo.
Nunca fui un hijo problemático sino todo lo contrario, era educado, atento y muy responsable. Siempre había ayudado en los quehaceres de casa todos los fines de semana. Me dolía que la persona que más debía amarme, no lo hiciera. Que su libertad fuera más relevante que su propio hijo.
No llegaba a comprender como el amor de mis padres había acabado tan abruptamente. Yo deseaba con todas mis fuerzas encontrar el amor. Quería un amor a la antigua, de esos que cuando las cosas estaban mal se buscaba la manera de solucionarlas. No me agradaban los amores actuales que solo eran momentáneos y donde los corazones rotos estaban a la orden del día.
Había tenido novias antes y nunca las lastimé. Siempre intenté que las cosas fueran de la mejor manera, pero ellas querían otra cosa. Ellas preferían las relaciones fugaces y los corazones rotos en el camino. También deseaban tener un estatus en la secundaria y salir con las personas populares, y yo me había cansado de las mentiras y las fachadas de vidas perfectas que mostraban al resto del mundo. Estaba harto de todos esos juegos mentales que ellas jugaban.
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Editado: 15.05.2021