Me desperté al sentir dos brazos a mi alrededor apretándome con fuerza y quitándome el aire que poseía mis pulmones. Inhalé y exhalé, y el aroma natural de mi madre inundó mis fosas nasales y suspiré contenta al saber que mi progenitora había vuelto a casa.
─Mami ─murmuré soñolienta.
─Lo siento, cariño. No quería despertarte.
─No te preocupes ─bostecé mientras ella se alejaba de mí para que yo pudiera sentarme contra las almohadas─. Tengo que levantarme para ir a clases.
─Tu abuela y yo pensamos que lo mejor es que no vayas el día de hoy.
Miré a mi mamá a los ojos y lo que vi en ellos me asustó, había pasado algo en su viaje para que la preocupación irradiara de su cuerpo. Ella siempre intentaba mantener la calma para no preocuparme, pero esta vez no lo estaba consiguiendo y me estaba poniendo nerviosa.
─¿Quién eres tú y que has hecho con mi madre? ─pregunté abriendo mis ojos en demasía.
Existían algunas brujas que eran capaces de tomar la apariencia de cualquier otra persona a través de algunos hechizos y dichas brujas tenían que ser muy poderosas para poder realizar algo así.
─Soy yo, hija ─dijo alzándose la manga de su blusa para que el tatuaje, que se había hecho años atrás, fuera revelado y brillara llamando mi atención.
─¡Mamá! ─grité emocionada levantándome de la cama.
─Shh. Está bien, cariño ─acarició mi cabello de forma calmante.
─Pensé que eras otra persona ─confesé lo que estaba pensando.
─Soy yo, Alana. Nadie se atrevería a tomar mi apariencia, eso tenlo por seguro.
─Lo sé ─asentí─, pero me has dicho que no fuera a clases y eso no es lo que tú normalmente me dirías.
─¡Ay, cariño! ─se rio con fuerza y me alejé de ella para verla a los ojos─, tu abuela y yo te extrañamos demasiado, y pensamos que sería bueno que hoy faltaras a clases para que pasáramos todo el día juntas.
─Con lo que me gustaría hacerlo ─resoplé y miré su tatuaje─. ¿Puedo obtener uno?
Mi madre había obtenido tinta cuando cumplí los quince años. El tatuaje consistía en una rosa roja donde las espinas se veían a plena vista y los pétalos eran tan reales que daban ganas de tocarlos. Le había preguntado a mi madre que significaba el tatuaje.
─En la vida no es todo belleza ─había tocado delicadamente los pétalos de la rosa─, también hay sacrificios y maldad en ella ─y eso representaban las espinas.
Ella tenía razón acerca que la vida era como una rosa roja. Tan hermosa que te podía cegar con su belleza, pero a la vez tenía maldad en ella que te podía destruir. También había que hacer ciertos sacrificios para cumplir las metas que te habías propuesto. La vida era una rosa, la belleza con la maldad juntas. Era un hermoso significado sobre lo que era la vida en general.
Siendo brujas podíamos tener cualquier cosa con solo desearlo. Un chasquido de dedos y lo que más anhelábamos a aparecía frente a ti, pero existían reglas que debíamos seguir por nuestra protección y de las personas que estaban a nuestro alrededor, principalmente para los humanos.
─La magia es un don, pero a la vez una maldición, pequeña ─me había dicho mi abuela cuando yo tenía cuatro años de edad.
─¿Por qué, nana? ─pregunté inocentemente.
─Porque puedes tener lo que quieras con solo decir un par de conjuros al aire, pero viene con la responsabilidad de saber cuando utilizarla, y nunca dejarte consumir por ella ─hizo una pausa─. Porque la magia puede consumirte por completo si dejas que ella te gobierne.
─Somos humanos y como tal, somos débiles ─dije después de unos segundos de silencio.
─Sí, mi pequeña. ¿Por qué crees que no todos son brujos? ─me encogí de hombros sin saberlo─. Porque no todos pueden soportar manejar el poder de la magia, solo los más fuertes y valientes son los elegidos.
─Y nosotras somos las elegidas.
─Sí, mi niña ─escuché la sonrisa en su voz─. Nuestra familia fue una de las elegidas y la magia seguirá pasando de generación en generación.
Era lindo recordar escenas de mi pasado. Mi abuela era muy sabia y sus palabras siempre daban en el clavo. Me gustaba escucharla relatar sus experiencias y las historias de nuestros antepasados, también preguntarle de nuestro mundo secreto. Del don que nos hacía especiales.
─Alana ─dijo mi madre─, cuando seas mayor de edad podrás tatuarte lo que quieras. Por ahora será un no, señorita ─golpeó mi nariz con su dedo.
─En menos de un mes, mamá ─dije.
─Menos de un mes, ¿qué? ─enarcó una ceja y me congelé por el parecido que había en las dos.
Los colores de nuestros ojos eran tan diferentes. Los ojos de mi mamá solo tenían los destellos amarillos mientras que los míos tenían unos rojos que hacía contraste con el amarillo en ellos. Nuestras facciones eran idénticas, compartíamos la misma nariz respingona mientras que mis labios eran más llenos que los suyos. El color del cabello de mi madre era más oscuro que el mío, aunque ambos eran lacios y largos. Ambas poseíamos pómulos altos y largas pestañas. Era como si estuviera viendo a mi yo del futuro y era un poco escalofriante.
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Editado: 15.05.2021