Llegué a la secundaria y suspiré mirando los dos edificios de hormigón que serían mi cárcel personal por los siguientes meses. «¡Qué felicidad!», pensé con sarcasmo. Empujé una de las puertas dobles para entrar al edificio donde recibiría clases a partir de ese día. Los alumnos de último año tendrían clases en el edificio de adelante mientras que los de años inferiores estaban en el de atrás.
Hace unos días recibí la clave de mi casillero, su ubicación y mi horario de clases por correo electrónico. Caminé por el piso de linóleo mientras esquivaba a mis compañeros, los cuales se sentían dueños del pasillo y no les importaba estar estorbando el paso. Llegué a mi casillero, después de mucho buscar, y lo abrí sin demora para empezar a guardar mis cosas en él.
Los profesores siempre poseían el mejor ánimo para empezar las clases mientras que nosotros, los estudiantes, queríamos huir del lugar. Mi mamá decía que no todos podíamos ser felices por las mismas situaciones.
─La alegría de unos es la tristeza de otros, Alana ─me dijo cuando era pequeña─, no todos somos felices por las mismas cosas.
Esa frase se había quedado grabada en mi mente todo este tiempo y quedaba a la perfección en ese momento. Los profesores felices y los estudiantes tristes, eran ironías de la vida. Suspiré y revisé mi horario de clases, la primera materia que recibiría sería cálculo. «Los números alegraban el día», pensé colocando mis ojos en blanco.
─Escuchaste que hay un chico nuevo ─dijo alguien pasando junto a mí.
─Eso oí ─respondió otra voz.
─Está caliente ─bufé, poniendo mis ojos en blanco─, voy a conquistarlo.
─Estoy segura de que lo conseguirás.
Ambas rieron y era ese tipo de risa que hacían que los oídos te zumbaran, como las uñas rasguñando una pizarra, muy molestoso. Tuve que reprimir las ganas de gruñir en voz alta. Las jóvenes de mi edad solo pensaban en dos cosas, en chicos y en más chicos, hasta la ropa quedaba en segundo lugar cuando había personas del sexo opuesto a diestra y siniestra.
A veces era cansado y muy tedioso escuchar lo mismo y lo mismo todos los días. Si no estaban cuchicheando sobre amor, era sobre sexo y ambos términos me eran de mi agrado. Los adolescentes eran un cúmulo de hormonas alborotadas y más lejos estuviera de mis compañeros, yo sería feliz.
Cerré mi casillero de golpe y coloqué el código antes de dar la vuelta para seguir con mi camino. Alguien corrió frente a mí y alcé mi cabeza para no chocar, sin embargo, mi mirada se enganchó a unos ojos azules que hicieron que el aire abandonara mis pulmones.
Sentí un extraño cosquilleo subir desde mis pies hasta llegar a mi cabeza, sentía como si mi cuerpo no fuera mío. La persona dueña de esos ojos se congeló en medio del paso que iba a dar. Ambos nos quedamos estáticos mientras los demás seguían caminando y hablando a nuestro alrededor como si nada. Ellos no sabían que mi vida iba a cambiar para siempre a partir de ese día.
Mi corazón dio un salto dándome un susto de muerte, nunca antes había hecho algo así y tampoco quería saber porque estaba reaccionando de esa manera. Todo esto era demasiado confuso para mí y me sentía aterrorizada, quería dar media vuelta y huir de ahí, pero había algo que me detenía de hacerlo, y eran sus ojos.
Alguien colocó una mano en mi hombro y me estremecí. El chico seguía mirándome sin entender que estaba sucediendo entre nosotros. Tomó mucho esfuerzo de mi parte poder desviar mi mirada de la de él, el trance en el que nos encontrábamos se rompió como una burbuja de jabón al tocar el suelo. Inhalé y giré lentamente hacia la persona que me había sacado de ese raro momento.
Suspiré aliviada al ver a mi mejor amiga y le sonreí agradecida por su intromisión. Rachel sonrió de vuelta. Mi amiga era hermosa, poseía el cabello rubio y los ojos de color celeste, era un poco más alta que yo y siempre le gustaba vestirse con faldas que le llegaran a la rodilla y grandes sweaters que ocultaban su cuerpo. Éramos amigas desde el jardín de niños y nos llevábamos muy bien. Sus padres siempre decían que parecíamos más hermanas que amigas.
Estaba segura de que si ella no hubiera aparecido en el momento correcto, tal vez yo estaría siendo juzgada y quemada en la hoguera como en la edad media porque sentía la magia queriendo salir de mí. Está bien, no exactamente de esa manera, pero si sería tachada de fenómeno o de rara, quizás fuera investigada y llevada a un manicomio, o peor, que el gobierno empezara a experimentar conmigo.
─¿Estás bien? ─preguntó, preocupada.
─Sí ─asentí, apretando el libro de cálculo sobre mi pecho y saliendo de mis pensamientos.
─¿Segura? ─Me miró de pies a cabeza─. Te ves un poco pálida, Alana. ¿No quieres que te lleve a la enfermería?
─Estoy bien, Rachel. ¿Lista para nuestra primera clase? ─indagué, cambiando de tema.
─Algo. ─Se encogió de hombros mirando sus zapatos─. Sabes que no soy buena con los números.
─Lo sé y por eso me tienes a mí.
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Editado: 15.05.2021