Tenía que realizar mi deber de historia americana así que me dejé caer en mi silla para empezar con la investigación cuando mi móvil sonó, lo saqué de mi sudadera para leer la pantalla y no sabía si estar aliviada o enojada con la persona que me llamaba. Deslicé mi dedo por la pantalla y llevé el teléfono a mi oreja, esperaba que tuviera un buen motivo para no haber contestado ninguna de mis llamadas anteriores.
─Por fin ─dije en forma de saludo─, me he cansado de estar llamándote.
─Disculpa, Alana ─murmuró─, estaba de compras.
─¿Compras? ─enarqué una ceja.
─Uh, sí ─balbuceó─, mi madre quería renovar su armario y decidió llevarme con ella.
─De acuerdo ─dije lentamente sin creerle nada─. Te llamaba para decirte que si tengo permiso para ir a la cita.
─¿En serio? En este momento llamo a Josh para que le avise a… ─se quedó muda de repente.
─¿Avisarle a quién? ─pregunté dulcemente esperando que me diera una pista de quien iba a ser mi cita.
─A tú cita, para que le avise a quien será tú cita ─dijo apresuradamente.
─Está bien, te dejo para que hables con él.
─Adiós, ¿y Alana?
─¿Sí? ─esperaba que se sincerara conmigo.
─Compré un vestido que puedes utilizar en la cita ─escuché la sonrisa en su voz antes de que colgara.
«¿Un vestido?», tragué audiblemente. La última vez que había utilizado un vestido fue cuando tenía unos seis o siete años y no era capaz de elegir que ponerme. No me sentía cómoda con ellos y prefería mil veces estar con pantalones que en vestidos o faldas. Si mi amiga pensaba que iba a ocupar lo que había comprado, estaba muy equivocada. Iría a la cita bajo mis propios términos.
Deslicé mi dedo por el mouse táctil trayendo la pantalla a la vida, me gustaba la historia y saber cómo era el mundo antes de la tecnología, pero lo que no me gustaba eran hacer investigaciones que no tenía un fin específico para mi educación. Sin embargo, no podía quejarme de nada, ellos eran los profesores y quienes decidían que aprendíamos y que teníamos que investigar. No podía irme contra el sistema de educación cuando él era más poderoso que yo.
Resoplé y abrí el reproductor de música, puse play sin ver que canción salía. Sonreí al escuchar el sonido característico de una banda irlandesa que amaba, alcé el volumen lo que más pude y moví la cabeza al ritmo de la melodía.
Tecleé el tema a investigar y me sumergí en mi tarea. Me encontraba tan concentrada y con la música tan alta que no había escuchado mi móvil sonar un montón de veces. Giré en mi silla cuando me dieron ganas de ir al baño y mi celular se iluminó llamado mi atención, sin embargo, me levanté y corrí al baño para ser mis asuntos.
Cuando volví me acerqué a mi escritorio y aferré mi teléfono, tenía cinco llamadas perdidas de Eliot. Mordí mi labio inferior mirando la pantalla, esta se encendió avisándome que tenía una llamada entrante, el nombre de Eliot parpadeó y pausé la música antes de contestar.
─Hola ─murmuré.
─¿Sabías qué Jane Austen empezó a escribir a los once años de edad y no a los treinta y cinco como muchos creen? ─preguntó Eliot sacándome una sonrisa.
─Si lo sabía. ¿Solo me llamaste para decirme eso?
─No, te llamó porque amo escuchar tu voz.
Me sonrojé y estaba muy segura de que en ese momento parecía una manzana de lo roja que me encontraba. No podía creer que él hubiera dicho algo así. Sentí pequeñas mariposas aleteando en mi estómago y eso no era bueno pues en los libros de romance, que Rachel me obligaba a leer, la protagonista sentía esas mariposas cuando le gustaba el protagonista masculino.
«¿Me gustaba Eliot?», sacudí la cabeza riendo porque eso no era posible. Me había cerrado tanto al amor que seguramente estaba confundiendo lo que estaba sintiendo, tal vez era ansiedad por todo lo que estaba pasando en mi vida. «No es amor, Alana», pensé. Había algo en él que hacía que, aunque me quedara sin aire, que todo se sintiera correcto en mi interior.
─¿De qué te ríes? ─preguntó Eliot.
─De algo que me acorde ─mentí mordiendo el interior de mi mejilla para dejar de reír─. Realmente lo siento, no me estoy riendo de ti.
─Si lo dices todavía riendo no tiene el efecto que deseas.
─Lo siento ─seguí riendo y tomé una respiración para calmarme─. Ahora sí, creo que ya terminé de reír.
─Espero que sí, porque esa risa no es buena para el ego de un hombre ─escuché la sonrisa en su voz.
─Lo siento ─dije de nuevo subiendo ambas cejas.
─Está bien, Alana Bee.
─¿Por qué me dices Alana Bee?
─Porque suena dulce e inocente como tú ─y me volví a sonrojar mientras él hacía una pausa─. ¿Nadie te dice así?
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Editado: 15.05.2021