Amor Mágico

Capítulo 20

 ─Alana ─murmuró alguien a mi lado.

Intenté abrir mis ojos, pero estos no cedieron a mi demanda. Sentí la mano de alguien en mi brazo sacudiéndome ligeramente para que me despertara, volví a hacer el intento de abrir mis ojos y una rendija de luz atravesó la oscuridad, me aferré a ella y pude abrirlos por completo.

Parpadeé varias veces acostumbrándome a la iluminación de mi habitación. Mi mirada cayó en mi madre, ella estaba sentada a mi lado mientras que mi abuela se encontraba parada al lado de ella soplando el líquido dentro de una taza. Mis ojos se sintieron pesados y no quería que se volvieran a cerrar.

 ─Mantente despierta, cariño ─dijo mi madre.

 ─Mis ojos pesan ─murmuré soñolienta─. Me siento cansada.

 ─Toma un sorbo de este líquido ─dijo mi abuela.

 ─¿Qué es? ─me senté lánguidamente contra las almohadas.

 ─Algo que te hará sentir mejor.

Aferré el vaso y lo llevé a mis labios. El líquido se veía asqueroso y tenía un sabor mucho peor de lo que aparentaba. Suspiré dejándome caer en mi cama, me encontraba muy mal y esperaba que ese brebaje me ayudara. Mi madre me arropó hasta el cuello y besó mi frente como lo hacía cuando era pequeña y me daba un catarro. Ella me estaba cuidando y mi corazón se hinchó de la emoción.

 ─Estarás mejor, cariño.

 ─Eso sabía feo ─murmuré.

 ─Lo sé ─dijo mi abuela─, pero es por tu bien, pequeña.

 ─Dulces sueños.

Me acurruqué debajo de mis mantas y dejé de luchar contra mis ojos y el cansancio que sentía. Esperaba que ese líquido asqueroso me hiciera sentir mejor.

Me desperté sintiéndome mejor. Me levanté de un salto de la cama y corrí el baño, observé mi rostro en el espejo y sonreí saltando de la alegría ya que mi cara estaba normal. Giré para volver a mi habitación y terminar la tarea que había dejado inconclusa el día anterior.

Me senté en la silla giratoria y comencé a teclear, había encontrado la información que necesitaba y solo tenía que leerla para sacar las ideas principales y escribirlas con mis propias palabras para que sea un trabajo auténtico

Después de varios minutos, agarré las hojas, que salían de la impresora con mi deber terminado, para ordenarlas antes de guardarlas en una carpeta para que no se arrugaran en el camino a la secundaria.

Me erguí para dirigirme a mi armario y sacar la ropa que me iba a poner. Miré el libro infantil y mi estómago cayó a los pies, no quería leerlo y tampoco tenía idea de que hacía en mi armario. Estaba convencida de que mi abuela había llevado todos mis libros infantiles a la estantería de la sala.

Me acuclillé para aferrar el libro en mi mano. Era de color rojo, todos los libros de amor eran de ese color y puse mis ojos en blanco por ese hecho. Era como si el rojo fuera el color del amor, quien sea que había elegido el color lo había hecho bien. Si pensabas en la palabra amor lo primero que venía a tu mente era el rojo y la forma de un corazón. Muy buen marketing, si era sincera.

Me erguí para colocándome en puntillas de los pies y ubicar el libro en la parte superior de mi armario junto con un montón de cajas de zapatos que tenía varias baratijas en ellas. Me dejé caer en la planta de mis pies suspirando y di vuelta para dirigirme al baño.

Salí de la ducha para caminar al lavabo y limpiar con mi mano el vapor que había en el espejo. Me miré y me veía bien después de todo lo sucedido el día anterior. Exhalé dejando que mi cabello castaño cayera suelto en mi espalda.

Bajé las escaleras cuando estuve vestida y lista. Inhalé el olor del desayuno y mi corazón dio una voltereta de la emoción, panqueques con miel de abeja. Me encontraba famélica. Arrastré mis pies hacia la barra del desayuno para tomar asiento en la silla más cercana, mi madre se acercó rápidamente a mí para colocar su mano sobre mi frente y comprobar si tenía calentura.

 ─¿Cómo te sientes, cariño? ─preguntó.

 ─Buenos días. Me siento muy bien, mami ─sonreí─. Buenos días, nana.

 ─Buenos días, pequeña.

Ubicó el plato, con una gran pila de panqueques en él, frente a mí y me lamí los labios con expectativa. Agarré el tenedor y empecé a devorar mi desayuno. En cuestión de minutos mi plato estaba totalmente limpio. Al parecer tenía mucha hambre y una gran curiosidad de saber qué era lo que me había sucedido el día anterior. Tomé un gran sorbo de mi leche con chocolate y cuando terminé la bebida coloqué el vaso en la barra del desayuno. Alcé mi cabeza para encontrarme con las miradas de asombro de mi abuela y mi madre.

 ─Tenías hambre ─dijo mi abuela sorprendida.

 ─¿Qué fue lo que me sucedió anoche? ─. «Siempre directa al grano, Alana», pensé.




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