Abrí los ojos y parpadeé hasta que mi visión estuviera clara. Distinguí el techo de mi habitación pues había pegado pequeñas estrellas que se iluminaban de noche. Un fuerte dolor empezó en mi sien derecha para después propagarse por toda mi cabeza y solté un pequeño ladrido de dolor. Me sentía mareada y tenía un sabor raro en la boca.
Todo estaba dando vueltas en mi cabeza. Pequeños fragmentos del sueño que tuve llegaron a mi mente. Estaba segura de que la mujer era mi madre por el tatuaje que llevaba, aunque seguía confundida acerca de la conversación que tuvo con ese hombre. «¿Quién era él? ¿A quién buscaba?». Quería respuestas, no acertijos sin pies ni cabeza.
El último recuerdo que poseía antes de que todo se volviera negro era de haber terminado la carrera y acercarme a Eliot, intercambiamos algunas palabras y agarró mi mano para sacarme de ahí, después de eso todo estaba confuso. Entrecerré los ojos para evocar alguna de las palabras que dijo Eliot.
─Alana, estás roja.
Eliot me había visto con ese raro síntoma. Me levanté lentamente de la cama ya que el dolor de mi cabeza estaba en todo su apogeo. Caminé al baño y suspiré aliviada al mirarme en el espejo, mi rostro estaba normal, no había ningún rastro de rojo en mí.
Lavé mis manos para poder sacar los lentes de contacto de mis ojos y guardarlos en su respectivo estuche, me había desmayado con ellos y tenía un pequeño ardor en mi vista.
Olfateé e hice una mueca al notar el olor a sudor. ¡Apestaba! Me desnudé para darme un rápido baño y rogué que eso aliviara el malestar de mi cabeza. Entré en la mampara y solté un chillido cuando el agua fría tocó mi espalda. Gruñí esperando que se calentara para poder bañarme. Minutos después salí de la ducha y me dirigí a mi armario para vestirme.
Cepillé mi cabello lentamente y sin hacer mucha presión en mi cuero cabelludo, el dolor seguía en mí y tal vez debía tomar algunos analgésicos. Un fragmento de una conversación con mi madre vino a mi mente y me congelé, ella dijo que me diría toda la verdad y era momento de buscar las respuestas que necesitaba.
─Oh, brujas ─gemí.
Dejé el cepillo sobre mi cama para encaminarme a donde sabía que encontraría a mi madre. La enfermedad o lo que sea que tuviera me afectaba de rara manera, algunos fashblack me enseñaron escenas de mi día y tuve que agarrarme de la puerta para no caerme. Mi sien latía furiosamente haciendo en mis ojos ardieran con lágrimas no derramadas, pero tenía que seguir con mi camino y llegar a la sala.
─¿Cómo te sientes, cariño? ─preguntó mi mamá cuando llegué a la planta baja.
─Cansada ─me sobé los ojos─. ¿Mi nana?
─En el jardín.
─¿Me contarás que es lo que tengo?
─Te contaré algunas cosas más aparte de eso. Voy a llamar a mi mamá.
─¿Qué tienes que contarme, mamá? ─me abracé a mí misma, no entendía nada.
─Voy por tu abuela.
Arrastré mis pies hacia uno de los sofás para dejarme caer en él y llevar mis piernas contra mi pecho y abrazarlas con fuerzas. Muchos pensamientos estaban en mi mente haciéndome sentir abrumada.
─Alana.
─¿Sí? ─parpadeé.
─Tengo que decirte algo que cambiará tu vida para siempre.
Abrí la boca para hablar cuando un torrente de recuerdos me golpeó. Solté un grito de dolor y apreté mis manos en mi cabeza queriendo parar lo que sentía. Cerré los ojos con fuerza y percibí como todo a mi alrededor empezaba a levitar. Un fuego en mi interior empezó a arder a la vez que garras destrozaban mis entrañas.
─Alana ─dijo una voz─. Mamá, ¿qué significa esto?
─Es la magia ─murmuró otra voz a lo lejos─. Está evocando cada recuerdo que hay en su mente.
─¡Me duele! ─grité con todas mis fuerzas.
─Pequeña, todo está bien. Necesito que me des tus manos.
Alguien bajó mis manos para agarrarlas y colocar algo entre ellas. Era un objeto frío que hizo que saltara ante el contraste de su frialdad con el calor que salía de mí.
─Tranquillita[1] ─murmuró mi abuela y todo desapreció.
El dolor de la quemazón ya no estaba en mí y los recuerdos se habían quedado congelados en algún lado de mi mente. Abrí mis ojos intentando asimilar todo lo que había pasado mientras las cosas volvían a su lugar. Mi abuela quitó el objeto de mi mano para llevarlo al bolsillo de mi chándal para guardarlo ahí.
─Es una bolsita con un hechizo ─murmuró─. Te protegerá de todo y de todos incluida de ti misma.
─¿De mi misma? ─pregunté asustada.
─Lo mejor es que descanses, Alana ─dijo mi madre.
─No voy a descansar. Quiero saber qué es lo que me está pasando ─gruñí─. No puedo seguir colocándome roja, teniendo hambre como si no hubiera comido en toda mi vida y estar tan feliz que me duela el rostro. Necesito saber que está sucediendo.
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Editado: 15.05.2021