Amor Mágico

Capítulo 29

Abrí mis ojos con pesadez y fruncí el ceño, había tenido otro sueño que no entendía. Mi vida ya estaba patas arribas para tener que estar descifrando sueños que solo me dejaban confundida y con un dolor sordo en las sienes.

Sabía que la mujer del sueño era mi madre, estaba más joven que en el primero y no tenía ningún tatuaje en su muñeca. El hombre y la otra mujer eran desconocidos para mí. No entendía si estaba recordando algo que había pasado o era una invención de mi juguetona imaginación.

Me senté con la espalda contra las almohadas y miré mi habitación, la sentía como la casita de una muñeca, todo bien ubicado para ser la mentira perfecta. Porque eso era mi vida, una creíble y tangible mentira. En ese momento, mi vida había dejado de ser mía. Me sentía destrozada, utilizada y abandonada, pero principalmente muy sola. No quería sentir esa soledad que podía hacer que mi corazón se congelara.

El tono de mi móvil me hizo salir de mis oscuros pensamientos. Alejé las cobijas de mi cuerpo para levantarme de la cama. El sonido ayudaba que fuera fácil de buscarlo porque no sabía a donde se encontraba, mis recuerdos del día anterior se hallaban todavía borrosos en mi mente.

Me acerqué a mi mochila ya que el sonido provenía de ella, la abrí y saqué todas mis cosas, miré los cuadernos de apuntes y los libros que no iba a utilizar por un largo tiempo. Por ahora mi casa sería mi prisión particular gracias a la magia y los secretos del pasado.

Una pequeña sonrisa triste se coló en mis labios cuando agarré mi móvil y leí la pantalla, Rachel estaba llamando. Tenía el vago recuerdo de ella frunciéndome el ceño mientras me reclama de ser el centro de atención. No lo había hecho con intención, era la magia en mí que hizo que todo fuera diferente. Deslicé mi dedo y busqué las palabras correctas para disculparme.

 ─Lo siento por como actué ayer.

 ─Alana, no te preocupes ─dijo mi amiga─. ¿Cómo estás? Tu mamá dijo que me avisaría como seguías, pero creo que se olvidó.

 ─Estoy mejor, pero hoy no iré a clases.

 ─¿Por qué? ¿Qué paso?

 ─El doctor dijo que era insolación o algo así ─mentí descaradamente─, y me recomendó descansar el día de hoy.

 ─No vendrás a la cita ─su voz se quebró.

 ─Iré ─dije con seguridad─. Estaré en tu casa a las cuatro y te ayudaré a buscar el conjunto perfecto.

 ─Alana, no quiero que hagas algo que vaya en contra de las indicaciones del médico.

 ─Estoy bien, Rachel ─rodé mis ojos.

 ─¿Segura? ─preguntó dudosa.

 ─Muy segura.

 ─Entonces, le avisaré a John para que le diga a tú cita que si vas.

 ─¿Quién es mi cita, Rachel? ─enarqué una ceja.

 ─Hoy lo sabrás. Creo que te va a gustar.

 ─Espero lo mismo ─musité.

 ─Deberías llamar a Eliot. Se encontraba muy preocupado por ti ─balbuceó rápidamente─. Tengo que irme o llegaré tarde, adiós.

Colgó sin darme la oportunidad de replicar. Estuve con Eliot cuando me desmayé y lo mínimo que tenía que hacer era avisarle como me encontraba. Mis manos temblaban con anticipación, después de lo que me dijo mi abuela, de que nuestras almas podían estar conectadas, me daba temor tener contacto con él. Debía mantener la distancia para que ambos estuviéramos a salvo. Suspiré aplastando el signo de llamar para llevar el teléfono a mi oído.

 ─Alana, ¿estás bien? ─fue lo primero que dijo al contestar.

 ─Estoy bien. El doctor me dijo que era insolación.

 ─Pero, ¿estás bien?

 ─Sí, lo estoy.

 ─¿Nos podemos ver antes de que empiecen las clases? ─preguntó esperanzado.

 ─El doctor me recomendó tomarme el día libre. Lo siento.

 ─Si es por tu bien, falta el tiempo que quieras.

 ─Oh, gracias ─murmuré sonrojándome─. Quería agradecerte por ayudarme cuando me desmayé, lo último que me acuerdo es de ti agarrándome la mano.

 ─De nada, Alana Bee. Estaba preocupado por ti, apenas pude dormir anoche.

 ─Anoche todavía me sentía mal y recién ahora estoy revisando mi móvil, realmente lo siento.

 ─No te preocupes, ahora ya estás bien y eso es importante.

Nos quedamos en silencio escuchando la respiración del otro a través de la línea. No debía estar sintiendo las mariposas en el estómago, pero las sentía. Era como si quisieran salir e invadir toda mi habitación. Miré sobre mi hombro para ver la hora, faltaba unos minutos para que las clases empezaran

 ─Yo… ─dije mientras él decía─: Alana…

 ─Disculpa ─dijo riendo─, habla tú primero.

 ─No, hazlo tú ─murmuré.

 ─Las damas primero ─dijo.




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