Amor Marino

Encuentro

Gastón había sido castigado por su padre otra vez. Aquel que solo odio sentía por su persona no le importó saber la verdad sobre ese incidente. Le bastó escuchar que su otro hijo lo acusó para salvarse a sí mismo, y actuó en consecuencia.

Ya no aguantaba más, a sus quince años había sufrido lo inimaginable. Le dolía cada parte de su cuerpo. El maldito de su padre lo golpeó  con el cinto.

Ahora estaba a orillas de la playa, oculto tras las rocas donde nadie pueda encontrarlo. Caía la noche y Gastón no sentía deseos de volver a ese lugar donde solo desprecio, odio y golpes recibía.

El viento empezó a soplar con mayor frecuencia, su roja cabellera se movía por doquier. Cuando la luna se reflejó en el océano, fue cuando la vió.

La más hermosa de las criaturas nunca antes vista. Una bellísima sirena de rosada cabellera y escamas rosa intenso. Su verde mirada lo traspasó.

Ella se fue acercando a él hasta colocarse sobre una de las rocas situadas junto al arrecífe. Ella sonreía co  sensual dulzura, logrando hipnotizar al humano quien empezaba a sentir deseos de lanzarse al mar.

—¿Qué te sucede? — le preguntó ella —¿Por qué lloras?
— Mi padre me odia — contestó Gastón.

Ambos conversaron un par de horas hasta que ella, que parecía tener su misma edad, se fue prometiendole volver al día siguiente.

Gastón, por primera vez, sintió que valía la pena seguir con vida. Al atardecer del siguiente día él volvió al mismo sitio, y para mayor placer suyo vió a la hermosa criatura emerger de las aguas.

—¿Cómo te llamas? — le preguntó ella.
—Gastón ¿y tú?
— Marina

Pasaron los días y los dos se frecuentaban muy seguido. Gastón se sumergía y nadaba con ella gran parte del tiempo.

Solo a su lado era felíz. Ella curaba sus heridas que su padre y hermanos le provocaban. Así el amor entre ambos fue naciendo y llegó un momento en que él sintió intensos deseos de besarla.

Pero ella no se lo permitió. Era complicado ya que se trataba de una sirena y por ende el beso de una criatura del mar traía consecuencias.

Marina acariciaba el rostro de su amado con intenso amor mientras le decía:
— Si te beso te transformarás en un tritón.

—¿Un tritón?
— Una criatura como yo pero masculina. Y no sé si es lo que deseas.

—¿Tú....me llevarías a las profundidades del mar con los tuyos?
—Si es lo que tú deseas lo haré con gusto, porque te amo.

Esa noche se despidieron y Gastón regresó a casa junto a su familia. Los contempló detenidamente, veía lo bien que se llevaban entre ellos. Su padre adoraba a sus dos hermanos y ellos lo respetaban y querían a su padre.

Pero lo despreciaban a él por culparlo de la muerte de su madre, quien falleció cuando él nació. Nunca lo concideraron parte de la familia.

¿Sentirían algo si él desaparecía para siempre? Al parecer no. Suspiró apesadumbrado mientras se incorporaba. Tenía hambre.

Esa noche fue una más de tantas. Su padre y hermanos compartiendo lo sucedido durante el día como la felíz familia que eran. Pero él solo en un rincón contemplandolos en silencio.

Cada vez que quiso participar de la charla y velada familiar en el pasado, lo pagó bien caro. Ahora, tras haber aprendido la lección, se mantenía al margen en total  silencio.

Allí lo supo. No valía la pena seguir viviendo junto a quienes lo despreciaban. Se iría con Marina a las profundidades del océano para siempre.

Esa misma noche aprovechando que todos dormían, salió de casa. Se fue quitando las ropas y dejándolas en el suelo a su paso hasta llegar a la playa totalmente desnudo.

Sin detenerse se fue adentrando al mar donde se sumergió en las profundidades oscuras. Marina supo que él estaba allí, buscándola y nadó velozmente a su encuentro.

Se abrazaron y al fin se besaron con dulzura mientras Gastón escuchaba la voz de ella resonar en su mente.

"Bienvendido a mi mundo mi amor, ven conmigo a las profundidades donde viviremos juntos por siempre".

La transformación de Gastón fue inmediata, sus piernas desaparecieron para aparecer escamas rojas como su cabello. Súbitamente pudo respirar bajo del mar, sus sentidos se agudizaron.

Ambos nadaron a gran velocidad en el oceano, saltando hacia arriba mientras reían a más no poder. Luego, ella lo abrazó y se lo llevó a los más profundos sectores del mar donde habitan su especie.

A medida que iba descendiendo, Gastón sentía mayor felicidad ya que al fin podía dejar atrás a quienes tanto daño le causaron.

Al llegar fue recibido por todos los tritones y las sirenas. Allí no había gobernantes, ni leyes ni reglas ni nada que arruine la vida como en la superficie.

Gastón recién descubría lo que era la felicidad, como si hubiese nacido para ser un tritón. Allí pronto se hizo de amigos, de una hermosa y amada familia junto a Marina y su bebé que no tardó en llegar. El tritoncito tenía las escamas negras, el cabello negro y los ojos verdes de su madre.

— Shura será su nombre — decía Gastón felíz mirando al pequeño dormir en los brazos de su madre — Y será amado por todos ¿cierto mi amor?

— Por supuesto mi vida. Nuestro hijo será inmensamente felíz, como lo eres tú aquí conmigo.

Gastón olvidó todo lo relacionado a la superficie, al cabo de unos meses de vivir en el océano, su vida como humano se había evaporado de su mente y sus recuerdos. Para cuando su bebé nació, él  creía que siempre fue una criatura del mar.

Tenía sus amigos y su propia familia, su propio poder con el cual los protegía a todos porque la vida en el fondo del mar también tenía sus vaivenes y altibajos.

Sus hermanos y su padre lo creyeron muerto, tras encontrar sus ropas de camino al mar pensaron que se suicidó.

Tanto su padre como su hermano no sintieron nada por su partida, pero su hermana fue diferente.

Desde la desparición de Gastón, su hermana mayor pasó en la playa mirando el mar con melancolía. A veces susurraba "Perdóname hermanito", con intenso pesar. Hasta que una noche dejó de respirar debido al intenso frío que hubo tomado.




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